‘A la mayor gloria de Dios’, es el lema de los Jesuitas, orden religiosa católica fundada por Ignacio de Loyola (1), y otros compañeros, en 1534 en Roma. Al año siguiente la dio su ‘visto bueno’ el Papa, Pablo III.
La primera avanzada de la Compañía llegó a Segovia en 1557, salvo que usted me diga lo contrario. Para que tuvieran cobijo el cura de San Esteban, Luis de Mendoza, con familiar en la referida Congregación en la que después entró como miembro de ella, les cedió una casa en el barrio que tiene como vigía su altísima torre. 56 metros, incluidos 5,40 m. de la cresta del ‘gallo’, la veleta y el ‘pararrayos’.
Prosigo. En el lugar permanecieron dos años. Buscaban algo más amplio. Lo encuentran en unas casas frente donde, andando el tiempo, ubicarían su extraordinaria iglesia y colegio. Por mejor ‘comprobar’, Plaza del Seminario, ayer; Adolfo Suárez, hoy; junto Gobierno Civil, ayer; Subdelegación del Gobierno, hoy. Un colega, de los muchos repartidos por el mundo, me dice que en lugar de construcción fue donde se situaba ‘Torre Carchena’. Uno de los antiguos fuertes defensivos de la ciudad. También cumplió la función de cárcel Real.
Después años de presencia aquí se deciden, tras encontrar benefactores –la familia Solier fue su mejor ‘patrocinador’ tanto de terrenos como en dinero-, a iniciar su proyecto-. Muchos problemas concatenados. Cerca de medio siglo de obras. Su primer arquitecto, redactor del proyecto, fue el italiano Guiseppe Valeriano. Otros nombres como los de Pedro de Brizuela, Juan de Mugaguren, José Vallejo Vivanco. Juan de Herrera, que también puso algo de su parte, con los maestros de obra y otros, estuvieron en el ‘equipo’ constructivo que construyó (igual a perogrullada), con estilo ¿barroco? la súper iglesia. La primera piedra –digo yo que sería pequeña, pues las de portada de la iglesia son tan grandes como pesadas-, la puso Francisco de Borja, que en illo témpore fue Comisario General de la Compañía.
No quiero ‘marcharme’ sin dejar constancia de que el día primero del año 1606, sin acabar aún las obras, se celebró la procesión del traslado del Santísimo desde las casas que había ocupado, hasta la nueva iglesia. Presidió el palentino y obispo de aquí Pedro de Castro y Nero, quién celebró la misa al ‘estilo’ pontifical. Había sido nombrado tres años antes para la diócesis. Y ahí está la imponente iglesia; ahí sigue viendo pasar el tiempo y a su lado el edificio del Seminario. Que ahora también sigue, pero…
Después… La historia que vivió la Congregación cuando Carlos III les echó de mala manera de sus casas, esa, esa es otra historia. A Segovia regresaron mucho después, si, pero… A lo que te voy. Si les resulta interesante él tema, porque lo es, les sugiero la lectura de varios libros, de escritoras segovianas, que encontrarán en librerías. Son extraordinariamente descriptivos. Pasen y busquen.
Cosas de la carne (la otra)
Fíjense bien en la fecha, junio de 1561. Ciudad de Segovia, Reinaba a los españoles, y otros súbditos de más lejos, Felipe II, quien ‘emitió’ una orden (real) de obligado cumplimiento, por la que, in resumiendo, decía: ‘ninguna persona lega (vamos, que no fuera cura, monja o similar) vaya a comprar carne a las carnicerías del Dean (presidente de los canónigos, para mejor entender) o del Cabildo, bajo pena (multa), de seiscientos maravedís’.
Los del Cabildo recurren y envían la ‘documentación/alegación’ del caso a la Cancillería de Valladolid. Dicen que si no se vende a los legos no queda ganancia y que la venta de carne ‘resulta un gran beneficio para los vecinos de la ciudad, pues (en sus establecimientos), hay abundancia de carnes, y si no la tuvieren (en sus carnicerías), no estaría la ciudad abastecida, por lo que muchos vecinos, sobre todo los de la parroquia de San Esteban, se quedarían sin carne, por ser (zona) de gente pobre y por estar la carnicería lejos del lugar’.
No me dirán que el recurso parecido, en todo o en parte, a un buen sermón para parroquianos desde el púlpito de entonces, no estaba bien ‘tirao’. Por ello, o porque tenían razón, ocho meses después el juez que juzgó dictaminó que el Cabildo había razonado mejor y los legos podían comprar carne en las carnicerías de la iglesia.
Corolario. Así funcionaba entonces la división de poderes. El Rey disponía y la Justicia juzgaba libremente y dictaminaba sin cortapisas del político. Pobres, generalmente considerados ellos, en conocimientos y en cualquier materia que no sea la de obtener el poder total para malgastarlo con ‘el sí bwana’.
¡Cuanto más sería de gran valor para ellos hacerse alumnos del taller de Don Gepetto, donde se enseña y se aprende que las mentiras nunca son la mejor opción!
Hasta aquí hemos ‘llegao’.
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(1) En la pila del bautismo recibió el nombre de Iñigo López de Oñaz y Loyola, después San Ignacio de Loyola, se ha escrito que ‘en su adolescencia y juventud llevó una vida mundana entre torneos de caballeros, fiestas y aventuras’. Como soldado defendió Pamplona, sitiada por el rey de Francia. Resultó herido y durante el proceso de su larga recuperación, influido por lecturas, inició –cual Pablo de Tarso-, su proceso de conversión.
