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El pobre de la puerta de la ermita del Cristo del Mercado

Desde hace un mes, más o menos, un pobre se ha asentado en la puerta de la ermita del Cristo del Mercado

por Jesús Fco. Riaza
20 de abril de 2025
en Opinion
JESUS FRANCISCO RIAZA
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Desde hace un mes, más o menos, un pobre se ha asentado en la puerta de la ermita del Cristo del Mercado. Y digo pobre en el sentido de que sus posesiones son un único atuendo que no se quita nunca, unos cartones, una manta y algunos productos comestibles.

La puerta de la ermita no es el lugar más adecuado para asentarse porque está a la intemperie de los vientos y de las ráfagas de lluvia, pero allí ha aguantado las nevadas y las lluvias que hemos tenido este mes. Alguna persona le dio un paraguas para que se guareciese y vemos que lo usa porque permanece en su sitio y no busca cobijo en un soportal ni en ninguna parte. Cuando hace sol está plácidamente tomándolo. Ya decía Umbral que el sol es el palacio de los pobres.

Es un hombre pacífico. Cuando tenemos algún acto en la ermita, se lo decimos, recoge sus cosas y deja el sitio hasta que todo ha terminado. Algún vecino avisó a los servicios sociales, yo avisé al responsable del programa de Cáritas que se ocupa de los sin techo, vino la policía local, la policía nacional, los servicios de salud mental…. Pero nada. No quiere nada, solo que lo dejemos en paz.

Ni pide y ni es un profesional de la mendicidad. No tiene el típico cartelito “Soy español y no tengo trabajo” ni “Es triste pedir, pero más triste es tener que robar” ni “Tengo hambre pero nadie me ayuda”. No se ha acercado a pedir a la parroquia ni se presenta como víctima de nada. Esto último sucede con frecuencia con los transeúntes que siempre llevan en la mochila y en el corazón una pesada carga. A muchos los conocemos porque viven de la mendicidad en las calles y pasan unos días en la ciudad antes de irse a otro sitio. Siempre vienen a las parroquias y nos cuentan sus historias, a medias imaginadas a medias reales, para conmovernos y porque alguien les escuche. Siempre a última hora, cuando ya uno está cansado y no puede acudir a ninguna estancia. Se las saben todas, pero les conocemos. Casi siempre les damos algo para que cenen aunque sabemos que lo gastarán en lo que quieran. Nos gustaría cambiarán de vida pero, como me dijo uno un día: “usted no es mi padre”. Cierto. Aunque a veces no respondemos a sus demandas, siempre retornan. Su retorno es cíclico y se hace más frecuente con la llega del buen tiempo. La policía local en coordinación con Cáritas les facilita una o dos noches de pensión y el acceso al Comedor Social que está en San Millán donde también pueden asearse.

Al pobre de la puerta de la ermita del Cristo, tampoco le interesa eso. Es distinto. Siempre está solo. Se le puede ver paseando, como si fuera una aparición, por la puerta de la ermita y su entorno o tumbado a la bartola como si fuese el salón de su casa. No sé por qué me recuerda a Diógenes, el cínico, ese que en la floreciente Atenas vivía en un tonel y que, según se cuenta, cuando Alejandro Magno se acercó a conocerlo y decirle que le podía pedir cualquier cosa, Diógenes le respondió que lo único que quería era que se echase a un lado porque le quitaba el sol. El pobre de la puerta de la ermita del Cristo no parece llamarse Diógenes, pero casi es lo que me dijo.

Dice que se llama Elvis Madona pero me parece un nombre inventado. También me dijo que era rumano pero puede ser de cualquier sitio. Es parco en palabras y no le gusta mantener una conversación y menos si es para proponerle que vaya a alguna institución para que le atiendan. Aunque lo pone todo perdido, la gente le trae cosas para comer. También tiene frutas y conservas que consigue en los supermercados. Apareció un día y supongo que desaparecerá otro. Dice que vino andando desde Ávila y se marchará de la misma manera hacia donde la carretera le lleve.

El pobre de la puerta de la ermita del Cristo del Mercado, no deja de traerme a la memoria pasajes del Evangelio y plantearme interrogantes. En su presencia resuena el eco de “bienaventurados los pobres”, de “tuve hambre y me disteis de comer” o de la parábola del pobre Lázaro. Y todo ello en la mañana luminosa de la Pascua de Resurrección, cuando descubrieron que el sepulcro estaba vacío.

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