El bochornoso espectáculo de la reciente subasta de la obra Comedian de Maurizio Cattelan, un plátano fijado a la pared vendido por más de seis millones de dólares, muestra la bajeza estética y moral a la que ha llegado el mundo del arte. Un mundo en el que, como indica Comedian, el valor artístico de las obras contemporáneas es únicamente su precio. Para hacer patente esa proclama, cuando se expuso por primera vez en 2019, la obra exhibía, en contra de lo que es habitual en el sector, su precio, que por lo disparatado, 120.000 dólares, resaltaba aún más la deliberada insensatez de la obra. La inclusión del precio fue el elemento innovador y controvertido de Comedian, sin el cual habría sido otra obra absurda más de las que se exhiben en cualquier feria o museo de arte contemporáneo, una obra sin la menor relevancia ni originalidad dentro del panorama actual.
La rotundidad del mensaje arte contemporáneo=precio es precisamente la que ha hecho de Comedian una obra tan significativa y polémica, porque hasta ahora, la hipocresía que domina el sector artístico había conseguido que este mensaje, que para el público es evidente desde hace décadas, no hubiera sido respaldado por voces autorizadas.
La repulsiva lucha de millonarios por un plátano revela la degradación alcanzada por el modelo de arte supuestamente avanzado, anticomercial y transgresor defendido por nuestras instituciones públicas. Pero más lamentable aún es la normalidad con la que dichas instituciones aceptan esta situación sin pestañear. No solo han evitado desacreditar el mensaje que proclama Comedian y descalificar las prácticas especulativas que utiliza -limitar el número de ejemplares producidos para justificar incrementos de precio escandalosos-, sino que algunos expertos han justificado estos precios como acordes a una gran obra única. Incluso han llegado a refrendar las declaraciones del autor de que esta obra es una crítica a la especulación del mercado del arte. El mismo Museo Guggenheim ha adquirido uno de los tres ejemplares de Comedian autorizados por Cattelan mediante una donación tasada a precio de mercado, avalando así esta grotesca manipulación de precios.
Recordemos que la razón de ser de los museos de arte contemporáneo es su defensa del arte no comercial, del arte que, sin su promoción, no querría casi nadie. Comedian muestra que la función de esos museos es, en realidad, la de consagrar algunas de las obras para convertirlas en lujosos trofeos para ultrarricos. La cuestión a la que nos enfrenta esta obra como sociedad nos obliga a replantearnos el modelo de arte que impulsamos a través de la financiación pública: ¿estamos dispuestos a seguir apoyando el canon académico contemporáneo, que exige que las obras transgredan los códigos estéticos del público y margine el arte que no se ajusta este dogma establecido?
Porque solo si cuestionamos el modelo estético institucional podremos evitar que el arte sea cada día más ridículo y obscenamente caro para poder ser considerado arte.
