Aquella inolvidable película protagonizada por Robert Redford y Paul Newman sigue siendo un punto de referencia para quien pretende elaborar el plan perfecto y urdir “El Golpe”. En su ejecución, la fase preparatoria es importante. Cortinas de humo, circunstancias ficticias, situaciones provocadas, representaciones engañosas, manipulación de la información, etc., elaboran un escenario que, a los ojos desatentos, pudiera parecer cierto. A esta argucia se la denomina, desde hace milenios, en oriente, “adhyarupa”, sobreimposición. Consiste en asumir una cosa como otra, tras provocar una impresión en la cognición que origina una falsa realidad. Como si de un espejismo se tratara, nunca ha habido agua en el horizonte del desierto, simplemente una falsa apariencia que se ha sobreimpuesto a la realidad de la arena.
Este curioso ardid viene siendo utilizado por el manipulador para velar lo verdadero con el fin de lograr lo deseado.
Así, a base de la reiteración, las líneas blancas en el cielo azul se van asumiendo como nubes, el Decreto Ley en la forma natural de elaborar las leyes, la enfermedad (sospechosamente surgida) en la causa del mal funcionamiento del sistema sanitario, el conflicto bélico (siempre existente) en el fundamento de la crisis energética, la ruptura social en el mal que atasca la actividad judicial, la nefasta regulación de la educación en el desinterés de los niños por aprender. Y así hasta el infinito.
Todo lo anterior, se adereza con el abanderamiento de la defensa de causas justas utilizándolas exclusivamente en beneficio propio. De este modo, el cambio climático justifica la inmediata demolición de toda infraestructura energética preexistente, la libertad sexual la permuta de género a los 16 años, el bien común la confiscación de las cuentas corrientes de los ciudadanos, la salud pública la restricción de los más sagrados derechos fundamentales, los motivos humanitarios el desvío de millones de euros hacia los amiguetes nombrados a dedo para dirigir determinadas organizaciones. Y suma y sigue.
Creado este panorama, comienza la ejecución de “El Plan”.
Se nombra a una Fiscal General que pasa, en un chasquido, de Ministra, a ocupar el cargo encargado de acusarlos, de impulsar y ordenar las directrices a seguir por todos los fiscales del Estado. Cuando ya ha cumplido su labor, se sustituye por otro más útil para los fines del momento.
Se inicia una guerrilla contra el CNI. Se provoca una crisis bautizada con un nombre rimbombante (Pegasus está bien). Se lanza a bombo platillo a través de los medios previamente controlados que callan cuando se les manda y, ¡oh, milagro!, el Centro Nacional de Inteligencia, ya está “casi” rendido a sus pies.
Se elimina de un plumazo a quien se niega a ser manipulado. Se modifica la infraestructura del organismo apoderado para ofrecer la realidad en cifras y así poder maquillarlas según le venga al caso. El INE se convierte un nuevo espacio invadido.
Se hace volar por los aires la infraestructura de la empresa encargada de los escrutinios electorales. Aquellos elementos no afines a sus dictados son destituidos por la vía del hecho, “porque lo digo yo”, para entendernos.
Ya solo falta dar el último paso, el control absoluto del Tribunal Constitucional, único poder que puede fiscalizar a quien pretende manejarlo todo, quien puede llevarlos a prisión, tumbar sus Decretos o revocar sus amnistías. La ejecución del plan va perdiendo sutileza. A estas alturas ya se utilizan las artes más burdas. En 2021 el actual Gobierno reformó la Ley Orgánica del Poder Judicial impidiendo a su Consejo General en funciones el nombramiento de su cupo de dos Magistrados del más alto Tribunal porque así interesaba entonces. Como su interés ha cambiado, la solución es sencilla: se vuelve a modificar el mismo artículo vía proposición de ley (previa compra del voto a cambio de prebendas a sus socios) para que lo que prohibieron entonces se haga ahora. De este modo, ante la que se avecina, consiguen la ansiada mayoría ideológica en su seno. Y no contentos con ello, “ordenan” (bombardeando el principio de separación de poderes), al único poder encargado de “pararles los pies”, a cumplir este mandato en el improrrogable término de tres meses, bajo presión y no se sabe qué más.
No trata este artículo de una apología contra el actual gobierno. “Los otros” son de similar calaña. Esta corruptela ha empapado los pilares éticos de la sociedad actual, cuyos miembros, en su inmensa mayoría, contemplan la escena con aquiescencia, conformismo e impasividad, pagando (los que pueden) tres mil euros por un apartamento una semana en la playa. Los sabios hablan de “viveka”, el discernimiento entre lo real y la apariencia ponzoñosa que nos quieren hacer ver como tal. Solo el conocimiento de la verdad, más allá de lo aparente, nos permitirá salir de esta encrucijada que conduce, irremisiblemente, al auto sometimiento voluntario a nuestra propia esclavitud sobreimpuesta a la libertad.
