Año 1979: un grupo de entusiastas fundó el club La Escuela de fútbol sala. Posteriormente salió de la lámpara maravillosa un Aladino en forma de Caja Segovia y pasó a denominarse así. Fue su más importante valedor económico. La década de los noventa significó el comienzo de un período de títulos y éxitos deportivos nacionales e internacionales.
Había nacido una estrella. Una estrella que iba apadrinada por la entidad bancaria en exclusiva. Un paraguas muy importante para desenvolverse por el campeonato sin problemas económicos. Pero, cuando un 31 de diciembre de 2011 algunos ‘listos’, a la par que sicarios de la política y la banca, desmenuzan Caja Segovia y pasan los restos a Bankia, aquel mago Aladino dejó de hacer maravillas y puso en peligro de muerte al club segoviano. Cabalgó después en Segunda División llamándose Segovia Futsal. En 2017 ascendió nuevamente a División de Honor; y luego, una empresa valiente de Sanchonuño, puso unos miles de euros al equipo para competir en esa máxima categoría denominándose Naturpellet Segovia.
Hasta aquí era todo muy bonito; si bien, la estrella agonizaba poco a poco. Y no fue por las buenas intenciones del patrocinador, ni por las de los abonados; ni por las de algunos directivos que se quedaron -otros se escabulleron-; ni por las del Diego, el entrenador, robando tiempo a su familia y velando por mantener un espíritu de lucha en sus pupilos, ni por las del cuerpo técnico; ni por las de los jugadores, anegando todas las canchas de sudor y lágrimas.
Este comentarista llega a la siguiente y humilde conclusión, que he repetido en otras ocasiones: para el sustento y la pervivencia de un club no me gusta un solo patrocinador; ya que, cuando no pueda o se le crucen los cables, deja al patrocinado en cueros; prefiero varios mecenas, porque no creo que todos se cansen al mismo tiempo; el problema es ¿dónde están en una pequeña ciudad como la nuestra? Preguntes ustedes a los candidatos a las municipales, a ver si son capaces de entenderse y crear riqueza en Segovia.
