El próximo 11 de enero, la diócesis de Segovia dará el adiós definitivo a César Franco, quien fuera su obispo desde el año 2014 hasta finales de 2023, cuando presentó su renuncia y que, desde entonces, ocupa el cargo de administrador apostólico. Llegado desde Madrid, donde estuvo ocho años siendo el obispo auxiliar, don César se ha ganado el cariño y el respeto de los segovianos, en una década en la que los pilares de su mandato han sido la cercanía con la gente, el trabajo con los jóvenes de la provincia y el cuidado del extenso patrimonio de la diócesis y de la Iglesia en Segovia. Una labor que ha realizado con pasión y de la que ahora se despide emocionado, mientras prepara el terreno para su sucesor, Jesús Vidal, que llegará el día 18 de enero proveniente exactamente del mismo lugar y puesto del que vino él.
—10 años como obispo… ¿se le han pasado rápido?
—Rapidísimo. Toda la vida se pasa rápido, pero yo no me imaginaba que tanto. Y cuando miro hacia atrás me doy cuenta de todo lo que han sido estos diez años. Ha sido una buena etapa de la vida y se me ha pasado trabajando, porque yo vine a trabajar y a ponerme a disposición de la diócesis en lo que fuera necesario. He tenido un consejo de gobierno que me ha ayudado muchísimo, porque un obispo no puede trabajar de forma aislada, sino con el consejo de gobierno y todos los que asesoran: el presbiteral, el pastoral, el económico… y me he metido en las tareas que había que hacer, las visitas pastorales, el conocimiento de la diócesis y bueno, doy gracias a Dios por este tiempo que he pasado aquí felizmente, aunque siempre hay problemas porque en el gobierno de una diócesis pues es normal que haya problemas de todo tipo, ¿no? Pero bueno, contamos siempre con el asesoramiento de gente que la conoce muy bien y contamos con la gracia de Dios sobre todo, que nos va ayudando, porque si no estaríamos perdidos.
—¿Qué balance hace de su etapa como obispo.
—Cuando llegué, después de hablar con mi predecesor y preguntarle cómo estaba la diócesis ,sabía que tenía que encargarme de muchos temas relativos al patrimonio, que es muy importante. Por eso hemos hecho bastantes restauraciones y de iglesias, que tenemos muchas y al final es el lugar de referencia para la comunidad católica. En este sentido hicimos el arreglo del presbiterio de la Catedral que estaba muy hundido, con muy poca visibilidad y con muebles que no correspondían a lo que es la estructura ni la grandeza del templo. Otro tema que me preocupaba mucho eran las vocaciones, así que abrí el seminario menor y empezamos a trabajar con una pequeña comunidad de adolescentes, de los cuales uno, gracias a Dios, continúa ahora ya en el teologado en Salamanca. Con la juventud también he procurado trabajar bastante, potenciando mucho la delegación y las actividades con jóvenes, porque, aunque sea una diócesis muy despoblada y con pocos jóvenes, todos los años he confirmado a unos 500 o 600. Y ese trabajo con los jóvenes ha hecho que hayamos podido ir también a dos Jornadas Mundiales de la Juventud primero en Cracovia y después en Lisboa. También hemos mucho trabajado la Pastoral Universitaria, que hay un grupo muy majo de cristianos en la Universidad, de donde han salido chicos y chicas que han querido confirmarse. Algunos, incluso, han venido sin el Sacramento del Bautismo y lo han encontrado ahí, una universidad, una cosa admirable. Y luego, lo más importante es el trato con las comunidades parroquiales y arciprestazgos, el trato con los sacerdotes y con la vida consagrada… Aparte de todo esto, también hemos tenido que hacer cosas un poco más consistentes en el sentido de la importancia que tiene el Palacio Episcopal, que lo convertimos en un museo de orfebrería religiosa después de varios intentos de los obispos predecesores. Ahora funciona, está unido a la Catedral, es un palacio muy visitado por la gente y, gracias a Dios, está dando muy buen resultado. También me gustaría destacar los planes pastorales que hemos hecho cada tres años y que son los que han ido dando el ritmo a la diócesis. Uno de los que se me pidió fue la asamblea sacerdotal que hicimos en Ávila una vez que pasó la pandemia y que ha dado las claves de cómo tiene que caminar esta diócesis de cara al futuro, adecuando las realidades que tenemos de la diócesis, y a lo que esta necesita. Por ahí hemos ido trabajando, con mayor o menor acierto, siempre buscando, eso sí, que todos sean bienvenidos, como dice el logotipo que se ha creado para la diócesis gracias a la delegación de medios. Queremos que la gente se encuentre acogida en Segovia, que los segovianos sepan que hay una diócesis, una Iglesia que es una Iglesia de Cristo, y que la gente se encuentre a gusto aquí.
—¿Cuál considera que ha sido su mayor logro como obispo?
—Hablar de logros o de éxito en la iglesia es algo muy relativo. Nunca sabes por dónde va a salir la vida de aquí, porque Dios es sorprendente. Es decir, un obispo no es el que marca el camino, solo lo tiene que hacer. No tiene la varita mágica para que los proyectos, los programas o los planes se realicen, porque te encuentras luego con la libertad de la gente y su sentido de pertenencia a la Iglesia y, por lo tanto, te encuentras obras que te admiran. Y ahí es cuando dices, “no las he hecho yo, no las he programado yo, ¿esto de dónde viene?”. Pues viene de Dios y de la gente que colabora con Dios, independientemente de lo que el obispo haga. A mí me alegró mucho poder hacerlo del Palacio Episcopal, porque es un edificio extraordinario y eso no podría quedarse como estaba, y también me alegró mucho poder arreglar el presbiterio de la Catedral, que la ha dotado de una mayor belleza y la ha preparado para el culto litúrgico. Pero lo que a mí más me ha satisfecho siempre es el trato con la gente. El obispo tiene que estar con su pueblo y por eso acercarme a las comunidades es lo que más me alegra. Es mejor que estar en el despacho firmando papeles y arreglando cosas, muchas de las cuales me sobrepasan porque no entiendo. Prefiero estar con la gente. Lo más bonito de mi ministerio, tanto aquí como en Madrid, cuando estuve de obispo auxiliar, han sido las visitas a las comunidades parroquiales, estar con las personas, conocerles, hablar con ellas y que me hagan llegar sus preocupaciones y poderles ayudar, naturalmente, en la fe. Y lo mismo cuando me he metido de lleno en los grupos de jóvenes, porque la juventud siempre ha sido para mí una de mis prioridades desde que soy sacerdote.
—¿Y alguna cosa que le haya faltado por hacer?
—Pues muchas. No por negligencia, que a lo mejor también he pecado de eso, sino más porque no he podido. Es decir, la vida no se escribe sobre un papel en blanco, la vida viene dada. Por lo tanto, hay que ponerse en el ritmo de la vida a ver cómo puede ayudar a que sea más auténtica, más humana, más verdadera… y estar a la escucha de los acontecimientos, de lo que sucede. Me hubiera gustado que no hubiéramos tenido que cerrar el seminario menor durante la pandemia, que se trabajara más con la juventud, fomentar una participación mayor del laicado, que tuviéramos diáconos permanentes… Me hubiera gustado hacer muchas cosas, pero yo sé que la vida de una Iglesia no depende de lo que a uno le gusta o de lo que desea, sino de muchas sinergias que confluyen o no. Y también ahí ves el camino de Dios, como cuando San Pablo quiere ir a Macedonia le dice el Espíritu que no vaya aunque él quería, pero luego le dice que vaya cuando él ya no tenía pensado ir. El obispo depende mucho de la acción de Dios, evidentemente, y luego también de que encuentre o no en las comunidades acogida y resonancia de aquello que propone y que a lo mejor no es necesario.
—¿Es difícil ser obispo de Segovia?
—Ser obispo es difícil, sea de Segovia o de cualquier otro sitio. Ser sacerdote ya lo es, y más en este tiempo secularizado, con mucho materialismo, con una concepción de los religiosos bastante negativa y con muchas caricaturas de lo que es la Iglesia, de la que a veces se habla sin conocerla, sin saber cuál es su estructura interna y externa. En un mundo como el nuestro lo religioso cuenta poco, y como el obispo es, fundamentalmente, un testigo de una fe concreta, la cristiana, pues transmitir esta fe cuesta Pero cuesta aquí como cuesta en Madrid. Si tengo que hablar de dificultades no me ha parecido que Segovia sea ni más fácil ni más difícil que Madrid, porque me he encontrado con los mismos problemas, y eso que son diócesis muy distintas.
—Me comentaba antes la importancia que le ha dado a los jóvenes en estos años. ¿Qué ha intentado transmitirles en lo que ha durado su obispado?
—Yo a los jóvenes lo que he intentado transmitirles es que ser cristiano es algo precioso, una maravilla, y que la vida cristiana es un tesoro enorme cuando se conoce bien. Como ahora, en este tiempo de Navidad. Que Dios venga a vivir con los hombres, a hacerse pequeño en una familia y a compartir con los hombres su propia vida, me parece que es algo tan asombroso que es para caerse de rodillas ante la verdad de la fe y rendirse ante un Dios que nos ama tanto como que luego muera en la cruz. Para mí eso es tan sorprendente, tan grandioso, que me conmueve solo con pensarlo. Por eso he querido transmitir a las nuevas generaciones que si quieren ser felices tienen que tener a Dios en su corazón, abrirse a Cristo, descubrir el Evangelio como programa de vida y comprender que esas ideas que tienen de la felicidad, de la vida fácil y divertida, pueden ser máscaras con las que pasar unos carnavales, pero que no dura para siempre. La vida es algo mucho más trascendente. También les enseño a pensar más en la muerte, que los jóvenes piensan muy poco en ella, o en lo que pasa más allá. Y como en los jóvenes hay una experiencia muy directa, muy inmediata de lo que viven, del hoy, del carpe diem, de gozar el día presente, del ‘tú disfruta lo que tienes que mañana no sabes’… como hay esa especie de materialismo hedonista de vivir el presente y de llenar las propias satisfacciones personales, se vive muy en la periferia de los sentimientos, de lo sensible, y se ahonda poco en ello. A mí me ha pasado con jóvenes que les he preguntado sobre cómo se ven a sí mismos y qué sienten, a que aspiran o que quieren, y no han sabido contestarme, lo cual me llama mucho la atención. Por eso ayudar a los jóvenes a profundizar en la fe y en la riqueza que supone el cristianismo ha sido mi prioridad fundamental con ellos.
—¿Y qué ha aprendido usted de ellos?
—Pues muchas cosas, sobre todo su espontaneidad y su sinceridad, ellos te espetan las cosas así a la cara. Y es esa sinceridad que a veces no es la que uno técnicamente analizaría. ¿Qué significa sinceridad? Sinceridad es la adecuación de lo que uno desea, anhela, con las posibilidades que tiene de realizarlo, no que te digan lo que piensan de ti así a bocajarro, faltando a las normas más elementales de educación. Pero también he aprendido cómo se abren a la fe. Yo me he llevado y me sigo llevando sorpresas cuando voy a confirmar, porque me lo dicen los catequistas: “ estos chicos me dijeron hace poco, han nacido en una familia que no les bautizó, que no creen, son ateos sus padres. Pero ellos han conocido la Iglesia y han querido bautizarse, confirmarse libremente”. Y fui yo a conocerlos porque me llamó la atención. Y es algo que no solo sucede en familias, sino también en la universidad, como comentaba. Entonces, cuando se dice que los jóvenes abandonan la Iglesia muchas veces es porque no la conocen, porque nadie les dice qué es de verdad la Iglesia, qué significa creer. Pero cuando lo ven en otros compañeros suyos y ven que son felices, que su vida tiene éxito en el sentido humano y pleno de la palabra, se adhieren, no rechazan la fe así. Habrá algunos que sí, pero no es propio de una persona joven el rechazar, sino todo lo contrario. Están muy abiertos a tipos de experiencias que no conocen.
—¿Cómo ha cambiado su vida y sus funciones desde que presentó la renuncia? ¿Qué le queda por hacer en estas últimas semanas?
—Bueno, ha cambiado muy poco porque el mismo día que nombran al obispo nuevo a mí me nombran administrador apostólico de la diócesis, pero hasta que el nuevo obispo no toma posesión, yo tengo todas las funciones del obispo. Entonces no ha cambiado nada, salvo lo externo. Porque en mi despacho ya no hay cuadros y en mi estantería faltan muchos libros, porque he donado mi biblioteca a la diócesis y me llevo solo lo mío para estudiar y seguir trabajando en las cosas que yo me he preparado para estudiar. También he ido cerrando archivos, he ido dejando todo colocado y he ido preparando la sucesión del nuevo obispo, que ya ha venido a hablar con nosotros. Pero el ritmo ordinario no ha cambiado, solo que ahora tengo un cargo con otro nombre y un mareo de cosas, porque hay que dejar todo bien ordenado y preparado. La mayoría de mis cosas ya están en Madrid y aquí ya solo tengo lo esencial.
—¿Y una vez deje definitivamente el cargo?
—Pues me voy a vivir a Madrid, porque es mi diócesis de origen y la poca familia que tengo está allí, así como mis amigos de toda la vida. Y voy a vivir en un monasterio de la Visitación de monjas salesas que me conocían y me han dejado un piso para residir allí, donde me dedicaré a la iglesia de este monasterio, a confesar, a celebrar la Eucaristía… Y, además, a los obispos eméritos, como ya no tenemos ese trabajo, nos piden muchas cosas: las monjas ya me han pedido que les dé un curso de Sagrada Escritura, que les gusta saber más de la Biblia, en otra parroquia me han pedido que vaya a atender a unas comunidades del Camino Neocatecumenal, ayer me llamó un amigo mío que se va a casar en Alemania para ver si puedo ir a casarle… No sé si lo podré hacer todo, pero lo que pueda hacer, lo haré. De momento, lo primero que me tienen que hacer ahora cuando me vaya es operarme de las cataratas. Ya tengo dos citas de quirófano y a lo mejor luego vienen más porque cuando empiezan las goteras llegan una detrás de otra. Pero bueno, procuraré vivir con toda naturalidad lo que me toque vivir día a día trabajando, orando, también por la diócesis de Segovia, y ofreciéndome en lo que pueda hacer, que solo Dios lo sabe. No puedo ya hacer muchos más planes, porque sé que esta etapa de la vida mía es la última y aunque a la gente le sorprenda que lo diga, pues me prepararé al encuentro definitivo con Dios, porque si uno no es un iluso, sabe que la vida es corta. Yo lo he experimentado, que tengo 76 años y parece que me ordené ayer, así que lo que me queda se me va a pasar como un soplo. Pues me prepararé a morir porque no solamente el hombre debe aprender a vivir, sino, como decían los filósofos griegos, sabio es el que todos los días piensa en su muerte y todos los días se prepara a morir. “Quotidie morior”, que decía San Pablo, es decir, “todos los días muero”, en el sentido de que cada día es un día menos y, por tanto, hay que aprender a ir desprendiéndote de la vida para que, cuando llegue el momento, no te sorprenda como si fuera un terremoto o una tragedia. Eso es lo que haré, con la ayuda de Dios y de la gente.
—Bueno, y en ese tiempo, que esperemos que sea mucho, vendrá de vez en cuando de visita a Segovia, ¿no?
—Sí, claro. Bueno, ahora al principio lo mejor es dejar el campo libre, porque viene un obispo nuevo y es importante que él se encuentre que no hay nadie más y que la gente acostumbrarse a él para ver cambios. Siempre se nos decía en el seminario, que cuando dejáramos una parroquia no volviéramos en un tiempo, porque hay que dejar que el nuevo párroco se vaya asentando ahí. Entonces yo sí vendré más adelante por Segovia, pero ahora, en principio, pues procuraré primero adaptarme a mi nueva vida , y ya después, cuando sea el momento, pues, evidentemente, volveré.
—Hablemos de su sucesor, Jesús Vidal. ¿Desde cuándo le conoce? ¿Qué opinión tiene de él?
—Le conozco desde que era joven, cuando justo acababa de terminar la carrera de Empresariales y Económicas. Entonces vino unos cursos que organizábamos desde Acción Católica de Madrid, de la que yo era consiliario, en Burgo de Osma. Y justo allí le vino la vocación sacerdotal. Fue poco después cuando entablé algo de relación con él, porque a mí me hicieron obispo auxiliar en Madrid. Luego él trabajó también en Manos Unidas, le hicieron rector del seminario y luego ya obispo auxiliar en Madrid, puesto en el que lleva siete años. Antes de eso, además, hizo estudios antes civiles y una licenciatura en Moral de Empresa, ya que buscaba una licenciatura de tipo teológico compaginable con lo que él había estudiado, lo cual resultó un acierto. Yo solo puedo hablar bien de él, no porque me toque poner bien a mis sucesores, sino porque es que es un hombre muy bueno, entrañable, sencillo, acogedor y sin protocolos. Una persona de un trato muy directo y yo me alegro mucho de que venga para ser obispo de Segovia porque creo que lo hará bien y que la gente tendrá libre acceso a él, porque él busca a la gente y se encuentra con ella. Además tiene 50 años, es bastante joven, así que con él viene savia nueva.
—¿Le ha dado o le va a dar algún consejo antes de tomar posesión del cargo?
—No, no le di ningún consejo en particular porque no me atrevo tampoco, en el sentido de que él va a saber hacer las cosas y buscarse buenos consejeros, le dije que aquí los tendrá muy buenos. Y es que que la diócesis no la hace un obispo aislado, sino con la gente que le aconseja, eso sí que se lo dije. También que este año se dedicara a ver y conocer la diócesis. Y luego pues continuará con la agenda que yo ya le he pasado para que sepa que desde el primer día lo que tiene que hacer, así como las cosas más urgentes. Así que, como únicos consejos, le digo que se meta en la diócesis, que se deje aconsejar en las funciones de gobierno y que no tenga ningún miedo. Poco más aparte de eso. Él viene con mucho ánimo y con mucho deseo de empezar, o sea que no necesita muchos consejos.
—¿Cuáles son ahora mismo los principales retos de la diócesis a los que se tendrá que enfrentar Jesús Vidal?
—Pues el primero, el envejecimiento del clero, ya que los grandes problemas de un obispo siempre son el clero y su seminario. Es lo que tiene que cuidar con mayor esmero, porque son los colaboradores necesarios del obispo, lo que es el presbiterio. Y este es un presbiterio complejo, tenemos muchos sacerdotes de fuera, que vienen con convenios del obispo o a estudiar, pero que nos echan una mano en las parroquias y en las comunidades. Luego está el reto de las vocaciones, el de la juventud, el de la adecuación de la diócesis en sus estructuras a la realidad misma de la sociedad segoviana… En este sentido, no importa tanto el promover una pastoral de la vocación solo sacerdotal, sino también de la vocación al matrimonio, a la vida consagrada y al laicado comprometido. Esos son retos capitales que tiene toda la diócesis. Ahora, de hecho, en febrero tenemos un congreso a nivel nacional sobre pastoral vocacional de la Conferencia Episcopal, porque es una de las cosas que más preocupa, no solamente en Segovia, sino en otras diócesis también grandes. En este sentido también preocupa mucho el envejecimiento vertiginoso que está experimentando Europa. Y es que cuando nos cerramos a la vida nos cerramos a las vocaciones inmediatamente. Y se ha cerrado la vida claramente en el sentido más auténtico. No hay niños, desaparecen los jóvenes… y tristemente nuestro futuro aquí en Europa está en peligro. Ya lo decía el Papa San Juan Pablo II y lo sigue diciendo el Papa Francisco, así como es él tan directo y tan espontáneo: “¡Traigan niños, hagan niños, dennos niños!”.
—¿Qué se sabe de esa última celebración del día 11?
—Pues las lecturas van a ser las que toque en ese día, porque además es el último sábado de la Navidad. Esto es algo que me alegra mucho porque yo vine en Adviento, en tiempo de esperanza y me voy justo al final de la Navidad. Es una cosa muy bonita. Entonces jugaré un poco con esa dimensión del tiempo, de la esperanza y del cumplimiento de un trabajo. Luego hay una cosa muy bonita en el Evangelio de ese día, porque en él se dice que Jesús, después de haber curado un leproso, se marchó en solitario a la montaña a orar. Entonces, es algo me gusta mucho porque ahora me toca a mí irme a orar a la montaña, aunque este monasterio no está precisamente en una montaña (risas).
—¿Y qué palabras le gustaría dirigir a los segovianos como despedida?
—Bueno, todavía no he preparado la homilía, pero sí tengo tres palabras que son muy claves: la primera es ‘gracias’ a los segovianos por todo; la segunda es ‘perdón’ por las cosas que haya hecho mal o por las veces que no he actuado bien; y la tercera es no decir adiós, sino ‘hasta siempre’, porque cuando uno pasa por una diócesis y se une a ella se le da el título de esposo de la diócesis, al igual que Cristo es esposo de la Iglesia. Pues es natural que no diga adiós, ya que sea aquí, en Madrid, en el cielo o donde sea, nos veremos. Y eso será para siempre.
—Se le va a echar de menos en Segovia…
—Muchas gracias. Yo también me acordaré mucho de esta diócesis, porque ha sido la única que he tenido en el sentido pleno, ya que cuando estaba en Madrid era auxiliar y se nota mucho la diferencia entre ser auxiliar y ser titular.
