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El negocio con la muerte

En la antigüedad, en torno a la muerte se construía un misterio y como consecuencia se rodeaba de celebraciones, muchas de ellas dirigidas a los dioses. En la actualidad en torno a la muerte se construye negocios y se ocultan las celebraciones religiosas, los cadáveres, no aparecen los muertos de las guerras ni de las pandemias

por El Adelantado de Segovia
27 de octubre de 2024
en Opinion
ANGEL GALINDO
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Tiempos inciertos

En la antigüedad, en torno a la muerte se construía un misterio y como consecuencia se rodeaba de celebraciones, muchas de ellas dirigidas a los dioses. En la actualidad en torno a la muerte se construye negocios y se ocultan las celebraciones religiosas, los cadáveres, no aparecen los muertos de las guerras ni de las pandemias. Lo contrario no es políticamente correcto; incluso hoy los cementerios son objeto de visitas turísticas.

Los estados fabrican armas, crean empresas para ello y lo justifican como negocios productivos y solución al paro. Pero a la vez impiden que la TV y los medios saquen en la pantalla imágenes horrendas de muerte en campo de guerra o del deterioro enorme de la naturaleza: los muertos no importan.

Por otra parte, las funerarias hacen sus negocios -no hay habitación de un gran hotel de Madrid tan cara como la que pagan los familiares de los difuntos en un tanatorio por una noche-. Al menos en los hoteles dan habitación con derecho a desayuno. Cuenten ustedes cómo se aprovechan las funerarias de la situación de debilidad afectiva y del duelo de los familiares de un ser querido que acaba de morir. Sumen el precio de las lápidas y el de conducción de los cadáveres.

Al menos en la época de nuestros abuelos existía sentido comunitario al despedir a los moribundos y difuntos: las cofradías o sus cabildos velaban a los difuntos por la noche, cavaban el nicho o la fosa para el cadáver, toda la parroquia acudía a rezar y a hacer el duelo con los familiares. El clima era más humano que en la actualidad. Hoy todo está montado sobre el negocio: flores, música, “cajas mortuorias” de diversa calidad…

El velatorio en la época de nuestros padres transcurría en silencio consolando a los familiares. Hoy, los velatorios parecen tertulias donde se habla de todo mientras el cadáver está arrinconado, en ocasiones con dificultad para verlo o dirigirle una oración.

Por ello, en las puertas de la fiesta de los difuntos es preciso pensar la muerte y cuidar la vida. Hace unos días escuché una conferencia de un rector de universidad en la inauguración del curso: En su intervención recordó una experiencia privilegiada que hemos tenido ‘los de pueblo’. Contó cómo, de niños, deteníamos mecánicamente cualquier juego que estuviéramos realizando en la calle cuando pasaba un funeral. El féretro era llevado a hombros y se formaba una procesión desde el hogar hasta la parroquia. A los críos que jugaban, igual que al resto de vecinos, nadie les había dicho que debían parar, mostrar su respeto y compartir un tiempo de silencio. Ciertamente el féretro no salía de ninguna nave de ningún polígono industrial o de las afueras de la ciudad donde ahora suelen colocarse tanatorios y crematorios (para que nadie vea la muerte), el féretro salía del hogar donde era revivido, esto es, recordado y velado.

A pesar de la melancólica nostalgia que esta escena provocó en los más talluditos, la escena mostraba la transformación que se ha producido en la administración y gestión de la conmoriencia. Nuestra autoconciencia de la muerte ha cambiado radicalmente en muy poco tiempo y con ello la forma de convivir el final de la vida. Las nuevas generaciones necesitarán series, películas o textos literarios para recordar estas formas de vivenciar el final de la vida. Se ha producido una medicalización y vivimos más tiempo, pero también una psicologización, mercantilización y mecanización del final. En lugar de pensar la muerte como parte de una vida recibida y entregada, en lugar de explicarla desde el tiempo original, disfrutado, vivido y compartido, es planteada como el final biológico de un cuerpo.

La expresión más escandalosa de esta transformación la tenemos en la ausencia de la muerte en todo el sistema educativo. En ningún nivel educativo se piensa el papel que esta transformación del trato dado a la muerte en esta sociedad tan acelerada y productiva. De esta forma, la muerte se oculta a niños y jóvenes, se les desarma intelectual y culturalmente para desencriptar el significado del final de la vida. El cuidado de la vida y la conciencia de mortalidad son tareas éticas pendientes que nacen de tomarse todas las vidas en serio.
——
(*) Profesor emérito.

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