Hoy entrevistamos al profesor Alberto Garín. doctor en Arquitectura por la Universidad Europea de Madrid y licenciado en Arqueología e Historia del Arte por la Universidad de Sorbona. Divide su tiempo entre España y Guatemala dirigiendo el programa de doctorado de la Universidad Francisco Marroquín. Con una trayectoria que abarca excavaciones en Europa y Oriente Próximo, ha sabido trasladar al gran público la riqueza del pasado a través de su canal de YouTube.
—¿Qué le llevó a combinar Arqueología, Historia del Arte y Arquitectura en sus estudios?
—Tendemos a pensar que, para entender el pasado, nos basta con leer los documentos escritos de los que nos antecedieron, sin darnos cuenta de que son textos que pueden estar tergiversados (lo vemos hoy en los medios de comunicación y las redes sociales). Poder contrastar esa información escrita con datos más asépticos, como los objetos arqueológicos o los espacios arquitectónicos te permiten lograr una visión más correcta del pasado.
Obviamente un edificio por sí solo, o un objeto de arte, o una práctica antropológica no es suficiente. Hay que lograr casar las diferentes fuentes de información histórica, el documento escrito, el arqueológico, el artístico, el antropológico. Uno solo de ellos es insuficiente. Apostar por el conjunto es el camino válido para comprender el pasado.
—¿Cuál ha sido el hallazgo arqueológico que más le ha marcado durante sus trabajos en España, Francia, Italia u Oriente Próximo, y por qué?
—De los que yo he encontrado con mis propias manos, distinguiría dos categorías:
Desde un punto de vista impactante, la Dama de Cogolludo, la estatua romana que se exhibe en el museo provincial de Guadalajara, abriendo la colección permanente. Una estatua femenina procedente de Afrodisias, una vieja ciudad helenística, hoy en Turquía. De Afrodisias pasó a Nápoles donde uno de los señores de Cogolludo pudo comprarla en el siglo XVII para decorar su palacio alcarreño.
Pero por su valor histórico, los trabajos de más largo recorrido que me han permitido reconstruir la historia urbana, por ejemplo, en la Antigua Guatemala, donde logramos comprender mejor cómo cambió esa ciudad entre los siglos XVI y la actualidad, no por un hallazgo concreto, sino tras haber trabajado en media docena de excavaciones por toda la ciudad. En cada excavación, he podido entender cómo se fue modificando el paisaje en las diferentes etapas de su historia: la laguna previa a la ocupación hispana, cómo se produjo esa ocupación, el gran desarrollo urbano del XVIII, el momento de la destrucción y abandono de la ciudad a partir de 1773, la ocupación posterior, ya con pobres reconstrucciones, ya con basureros, ya con cafetales, hasta el resurgir urbano del siglo XX.
—Desde 1998 divide su tiempo entre España y Guatemala dirigiendo el programa de doctorado en la Universidad Francisco Marroquín. ¿Qué diferencias metodológicas y culturales observa en la formación de posgrado entre ambos países?
—Siento que en Guatemala hay más ganas por aprender, por descubrir. Que en España hay menos ilusión sobre la investigación. Puede ser una impresión subjetiva, pues estoy hablando de ilusión, no de capacidad. Pero es la sensación de que los guatemaltecos le ponen más empeño a su formación.
—Usted reside actualmente en Segovia, una ciudad con un rico legado arquitectónico e histórico, ¿de qué manera el paisaje urbano y la vida cultural de la ciudad influyen en su trabajo de investigación y en los proyectos que desarrolla tanto en el aula como en campo?
—En verdad, vivo en Vegas de Matute, pero vengo a diario a Segovia y desde que volví a Vegas en 2019, me he interesado mucho por la historia de la ciudad de Segovia, de nuevo, no solo a través del relato escrito. Por ejemplo, entender la orografía: las iglesias extramuros están ubicadas en altozanos rodeados de escorrentías, ¿por qué esa ubicación sistemática? Por supuesto, lo que acabo de describir se nos puede pasar por alto, pues la orografía urbana ha cambiado. Pensemos en San Millán, la avenida del Acueducto está actualmente por encima de la iglesia, pero es porque es una calle que se ha rellenado para ganar esa altura.
O pensemos en el Acueducto. ¿Hasta qué punto somos conscientes del impacto que pudo tener cuando estaba aislado en mitad del campo, sobre las culturas que fueron llegando a España, visigodos, musulmanes, y se encontraban inesperadamente esa estructura de seis pisos?
Vamos más lejos. ¿Somos conscientes de que el Acueducto ha sobrevivido hasta hoy porque abasteció de agua hasta finales del siglo XX, es decir, mantuvo su funcionalidad por casi dos mil años, pero que después, su preservación ha sido el resultado de la sociedad segoviana, de todos los segovianos?
Ese es el tipo de preguntas que Segovia te incita a plantearte.
—En su libro “Contra la Revolución Francesa. Ni libertad, ni igualdad ni fraternidad” cuestiona el mito fundacional de lo contemporáneo. ¿Qué aspectos de ese mito cree usted que siguen influyendo negativamente en el debate político actual?
—Tendemos a reducir la historia a periodos “buenos” (el imperio Romano, el Renacimiento, la Ilustración y su remate en la Revolución Francesa) y periodos “malos” (la oscura Edad Media, el decadente barroco), sin darnos cuenta de que, al simplificar tanto, perdemos valores positivos de los supuestos periodos malos y aceptamos como válidos todo lo que viene de los periodos buenos, sin ver sus errores.
En el caso de la Revolución Francesa, es entonces cuando se forjó el Estado-Nación (estados y naciones habían existido antes, la obsesión de que cada nación ha de ser un estado es el problema). A partir de ahí, las guerras provocadas por el nacionalismo han sido constantes y brutales. ¿Cómo pretender que todo el legado de la Revolución Francesa es válido?
¿Esto quiere decir que hemos de recuperar el Antiguo Régimen o eliminar todo el legado de la Revolución Francesa? Seria osado (por no decir una palabra más gruesa) actuar así. La historia es la que fue. Pero es en las valoraciones presentes donde, al distorsionar esa historia, corremos el riesgo de tomar el mal ejemplo como modelo a seguir.
No se trata de condenar la Revolución Francesa como hecho histórico, sino de hacer ver que muchas de sus consecuencias han resultado negativas y hemos de tratar de corregirlas. El nacionalismo es una dañina enfermedad para cualquier sociedad. ¿Eso supone que no me puedo sentir orgulloso del país donde nací? No. Acabar con el nacionalismo implica entender que yo puedo querer mucho a mi patria, pero al mismo tiempo entiendo que es una realidad dinámica, sometida a cambios, incluso, unos cambios que pueden estar en mi propia apreciación de ese país como nación.
Yo poseo doble nacionalidad, español y guatemalteco. Adoro esos dos países, al tiempo que reconozco los errores que hay en ambos, y soy consciente de que la España o la Guatemala que conocí hace décadas, han cambiado mucho de aquellas en las que vivo hoy. Pretender inventarme una nación inmutable, superior, que ha de expulsar a aquellos que no se ajusten a determinados clichés, ahí está el problema del nacionalismo y no en el hecho de que yo pueda sentir cierto cariño por mis países.
—En “Historia irreverente del arte”, propone una visión alternativa del arte medieval. ¿Qué pieza o movimiento del periodo románico o gótico le sorprende más si se analiza “sin filtro” de los manuales escolares convencionales?
—Sin ir muy lejos, nuestra catedral de Segovia. Arranca con las formas propias del gótico que podemos ver en la cabecera que mira a la plaza Mayor, con sus arbotantes, contrafuertes y pináculos. Pero estamos en 1525, cuando todos los libros de texto dicen que ya es el Renacimiento. ¿Cómo es posible? ¿Están equivocados los libros de texto con sus clasificaciones maximalistas o la realidad? Obviamente, los libros de texto. Pero no los corregimos y nos empeñamos en que se conviertan en la realidad.
El problema es que los estilos artísticos nos los enseñan como recetarios cerrados que parecieran haber sido inventados por un artista o un grupo de artistas que se levantaron una buena mañana con espíritu creativo.
Por supuesto que es posible rastrear ciertos elementos en común desde el punto de vista de la creación artística en un espacio dado en un tiempo determinado. Pero no como ese recetario aparecido de la nada.
Pensemos en el románico, ese movimiento que parece ser omnipresente desde finales del siglo XI por toda la Europa Occidental y hasta bien entrado el siglo XIII. ¿Es el estilo de los muros gruesos, las columnas, los interiores oscuros y los arcos de medio punto?
No. En absoluto es así. Hay edificios románicos de pequeñas dimensiones y de tamaño gigantesco. Luminosos y oscuros. Con columnas y pilares. Con contrafuertes al exterior y sin ellos. Con el campanario integrado o exento. Con pórtico y sin él. Cubiertos por bóvedas de aristas o por una sucesión de cúpulas.
Entonces, ¿qué es lo que le da ese aire de homogeneidad a todas las iglesias románicas? La forma en la que está organizado el espacio litúrgico. Cómo se organiza la eucaristía. La arquitectura es espacio y una iglesia es, ante todo, espacio religioso. Entender cómo funciona ese espacio religioso nos permite comprender la arquitectura románica.
¿Por qué no se explica entonces la liturgia de los tiempos románicos para entender esa homogenización? Porque muchos autores desconocen cómo funciona esa liturgia o por simple holgazanería intelectual. Si ya hay un recetario que funciona casi bien para el románico, ¿para qué esforzarse en dar una explicación veraz?
—En “Lutero, Calvino y Trento. La reforma que no fue” revisa los verdaderos motores de la Reforma protestante. ¿Cuál cree que fue la mayor “falacia histórica” sobre ese momento que aún persiste entre los estudiosos?
—La creencia de que solo los países protestantes son más ricos. Los países más pobres de África fueron colonizados por los ingleses, un país protestante, que quiso imponer su religión, lo que no impidió la pobreza.
Podrán decirme, pero miren Estados Unidos, antigua colonia inglesa, protestante por tanto, qué ricos son. Lo curioso es que de los cuatros estados más ricos, California, Florida, Texas y Nueva York, tres fueron colonizados inicialmente por los españoles…
O en la rica Alemania luterana, en realidad, la parte más rica es la católica Baviera.
Por no hablar del éxito de la educación católica. Podremos criticar a determinados docentes de esos colegios católicos, pero los colegios católicos se han ganado una merecida fama de impartir una educación de calidad, no sólo en los países católicos, sino en otros alejados del mundo cristiano, como los de Extremo Oriente.
—Ha desarrollado un exitoso canal de YouTube donde acerca la arqueología, la historia del arte y la arquitectura a un público amplio. ¿Qué le motivó a lanzarse a la creación de contenido audiovisual y cómo adapta usted sus temas académicos al formato de vídeo para mantener el interés de sus suscriptores?
—Mi pasión por la docencia me llevó a buscar medios que me resultaran más eficientes. Ahí, el apoyo de mi colega Fernando Díaz Villanueva, notable youtuber, fue clave, pues él me abrió las puertas de este mundo.
A partir de ahí, en mi propio canal de YouTube, con mi nombre, Alberto Garín, me he especializado en contar la historia a través de las obras de arte. No es un tipo de producto que atraiga, de partida, a un público masivo, pero he logrado ir encontrando aquellos espectadores que buscan un producto con cierta exclusividad. A lo que se añade que me resulta extraño que no seamos capaces de aprovechar con más ahínco esas obras de arte. ¿Qué mejor forma de contar la historia de nuestros antepasados que a través de su legado más bello?
—Frente a la presión urbanística y al cambio climático, ¿qué estrategias defiende para la protección del patrimonio histórico en entornos vulnerables?
—Que la sociedad se comprometa con su patrimonio. Sólo si los ciudadanos aman su patrimonio histórico, éste se salva. Esperar que haya leyes internacionales u organismos públicos que hagan esa tarea sin un compromiso real de la comunidad es abocar al patrimonio a su desaparición. Lo que decíamos antes del Acueducto. Sigue ahí porque los segovianos, la comunidad en su totalidad, no solo las autoridades, lo quieren.
—¿En qué nuevos temas o regiones planea centrar su investigación en los próximos años, y qué preguntas le gustaría explorar a fondo?
—Aún tengo mucho que aprender de Segovia en particular y de Castilla y León en general para pensar en aventuras más ambiciosas, aunque cada vez que viajo, voy con los ojos muy abiertos para seguir descubriendo y por eso alguna vez me salen algunas series de videos de los lugares que visito, como Guatemala, Italia, Turquía…
