El disfrute del verano –salvo retazos de última hora-, está finiquitado en su edición de 2022. En Segovia, sobre todo en la capital, se han contabilizado en noventa días la ‘friolera’ de 6 (seis) gotas normales de lluvia por metro cuadrado, (datos tomados al oído). Mas, y debido a que la incredulidad, ya sea sobre y desde la política o circunstancia análoga, habita en nosotros, las rogativas (‘a Dios rogando -y el que pide- con el mazo dando’), ya no están por aquí, llegará (puede) el día en que estemos más secos que la mojama. Como ejemplo, el Eresma. Tan poca agua ha llevado, que los patos de La Alameda ‘editaron’ un calendario por el que se obligaban a beber por turnos ¡Señor, señor!
Expuesto ya el rosario de lamentos que no es nada productivo, les voy a sacar de su ensimismamiento, llevando a quien leyere a un idílico mundo de noticias que fueron noticia (valga la…), en los tiempos en que no había que invocar a la lluvia. Esta llegaba… cuando quería.
Vamos a la masa de las rosquillas. No vayan a creer que los jardines de San Agustín, lugar, para entendernos entre los de aquí, situado en la delantera de lo que fue (ya no, por más que necesario sea) el Policlínico, estuvieron siempre así. Que no. Que aquello era espacio que con el fin de acondicionarlo hubieron de llegar cientos de carros (mediados del siglo XIX), y volcar allí amalgama de arena, cascotes de derribo, piedra… y de demás familia, hasta cubrir el gran desnivel existente. La ciudad se gasto un gran puñado de reales en allanar todo aquello, que acogía también el lugar donde estuvo ubicado el convento de San Agustín y después el Cuartel del mismo nombre. En terrenos cedidos por la Ciudad.
En la parte posterior del jardín, tomando como anterior la calle de San Agustín, había una ‘caída’ que paraba el cuerpo, si alguien osaba tirarse, en el Paseo del Obispo, que conocemos como El Taray. El Policlínico no estaba aún.
Por ello la ciudad acometió una obra (quitamiedos), levantando un muro tal y como se comenzaban las obras de los edificios antes de llegar los sistemas políticos: de abajo hacia arriba.
Verbigracia: para muestra positiva dirijan su mirada sobre el Acueducto.
Una vez acabada la obra, año 1846, alguien bautizó el lugar como ‘El Mirador de los Artilleros’. Las vistas eran impresionantes. Nada se había construido delante. El Convento de los Jerónimos en La Alameda, de cine; la zigzagueante carretera de Zamarramala a un lado, El Terminillo, al otro; el Paseo del Obispo, solitario…
Total. Que empleados más de 2.000 reales para una cosa y la otra, la ciudad, pagado por los impuestos de los que pagaban impuestos, ¡anda que no! ya tuvo zona allanada y mirador, ¡qué bonito!
Con el paso del tiempo, se plantaron árboles, se mejoró sustancialmente la parte posterior del muro, y ‘apareció’ una fuente en medio del jardín, para que los/las peques jugaran, y jueguen, con el agua.
Dado que, probablemente, se preguntarán cómo hacían los peatones para descender hasta El Taray, pues… aparte de poder ‘arrastrar el culo’, descendiendo por el terraplén ubicado en la hoy calle de La Parra o, bien, entrando por la Plaza de San Juan (Colmenares), solucionaron el tema con la construcción de una escalera, uniendo con ella San Agustín con la zona del Paseo. Por entonces ya estaban ‘vivas’ las pesetas (era el año 1906) y con 11.000, y un pico más, tutti contenti.
Pasó una tarde, pasó una mañana… tras el pleito, largo y prolijo en el ‘tuyo/mío’, entre la ciudad y el Ministerio de la Guerra sobre de quién era el lugar (cuartel y espacio anterior), se solucionó a estilo Salomón: una parte pa ti, y la otra pa mí. La ciudad se quedó con la plaza, donde construyó posteriormente el jardín, y el Ejército (sin pagar nada a cambio), con lo otro. Unos años después, 1915, el ‘convento, fundado el 14 de julio de 1556, que había ejercido, también, como almacén de carruajes, fue demolido. No estaba activo en las oraciones conventuales desde que Mendizabal ‘lanzó’ su decreto sobre la exclaustración. Era el año 1837.
Actualizo datos dejando constancia de que el susodicho espacio ajardinado es conocido hoy con el nombre de Carlos Martín Crespo y Luis Martín García-Marcos. Ambos dedicaron mucho de su tiempo a la ‘cosa’ de escribir. Buena gente.
