A la última MIRADA llevé cuadros de un pintor foráneo que trabajó en Segovia y he recibido el aplauso de un comunicante,motivo suficiente para que me haya animado a enviar otra pequeña investigación sobre un artista que también trabajó en Segovia, aunque siglos antes. Durante el siglo XV, el estilo pictórico de la fase final del gótico, conocido como gótico internacional, evolucionó hacia la formación de escuelas regionales y aún locales, distintas según los territorios, aunque todas deudoras de las creaciones italianas y flamencas, las más avanzadas y de más acusada personalidad. Y cuando eso sucedió, en tierras de Segovia trabajó un pintor anónimo cuya obra, por más que nos parezca incorrecta, tosca y aún regresiva, es diferente a la de cualquier otro artista de la época. Siglos después, hacia 1950, pasó a ser llamado Maestro de las Clavellinas o de los Claveles, por los muchos cuadros suyos en los que aparecen pintadas esas flores.
El primero que apreció la originalidad de aquel maestro fue Juan de Contreras, quien escribió en la revista Cultura Segoviana, editada en 1932 por el catedrático Celso Carretero Arévalo: “No me resisto a reseñar algunas tablas no descritas en ninguna guía, encontradas por Javier Cabello y por mí en nuestras excursiones por iglesias segovianas. En la de San Miguel hay tres tablas admirables, de la segunda mitad del siglo XV, con mucho oro en los fondos y adornos. La central representa La Piedad y las laterales San Sebastián, la una, y San Bernardino con San Julián, la otra”. Hacia 1950, un equipo de restauradores de la Escuela de San Fernando, dirigidos por el catedrático Francisco Núñez Losada, limpió el tríptico dejando dos cuadritos testigo para que se supiera cómo estaba antes de la limpieza. Yo lo fotografié, con mis medios -y así salió ello- en 1980. Uno de los testigos es el rectángulo oscuro que se ve bien en el pecho de Jesús y el otro, algo mayor, es el que se halla medio tapando la cara de Nicodemus.
La Piedad. Temple sobre tabla. 108×83 cms. En esta imagen tomada después de la última restauración realizada, se aprecia con más claridad y detalle el tema central del tríptico que se había conservado durante cinco siglos en la capilla de los Toques, de la iglesia de San Miguel. María, sentada y con las manos juntas, contempla el cuerpo muerto del hijo, colocado sobre sus rodillas. A su alrededor, los personajes habituales de esta escena: A un lado, Nicodemus y José de Arimatea sosteniendo una mano de Cristo; al otro, el apóstol San Juan y las tres Marías; y a los pies de la Virgen y arrodillada, María Magdalena, reconocible por sus largos cabellos, acariciando con sus manos la derecha de Jesús, al que mira compasiva.
Nicodemus y José de Arimatea. Detalle de La Piedad. El anónimo maestro segoviano, escribí en una ocasión, es un pintor desmañado pero de personalidad muy acusada, amigo de recargar sus cuadros con un inusitado repertorio de objetos y símbolos. Tiene un dibujo tosco, duro y muchas veces incorrecto con el que siluetea figuras fuertes, de rostros anchos y huesudos, a los que concibe con expresiones rígidas y gestos dramáticos. Podemos considerarle seguidor ecléctico de la pintura flamenca y alemana, de las que toma el tratamiento minucioso que da a ciertos detalles -la vestimenta o el cabello y la barba de los personajes, por ejemplo-, propio de lo flamenco, además de la profusión del dorado a que tan dados son los pintores germánicos primitivos.
Martirio de San Sebastián. Temple sobre tabla. 92×64 cms. De esta pintura escribió en su día la historiadora Rosario Martínez Cruz: “Se advierte la tendencia a acentuar los rasgos de los personajes, aunque el pintor está falto de todo realismo en la agrupación de las figuras de los arqueros que martirizan al santo a una distancia inverosímil por lo próxima y por lo simétrica”. Hoy hablaríamos de la genialidad del artista resolviendo un problema espacial, colocar detrás del santo a los verdugos que le clavan las flechas por delante. “La escena y el ambiente -sigue la autora citada- se completan con un paisaje de montes, campos y arquitecturas repetidas hasta el recargamiento y el límite de la imaginación naturalista”.
San Julián y San Bernardino. Temple sobre tabla: 92×64 cms. En la segunda tabla lateral del tríptico procedente de la iglesia de San Miguel, el artista pintó a San Bernardino, famoso predicador del siglo XV, y a San Julián, mártir sirio del siglo IV. El primero viste el hábito gris que llevaban los franciscanos y el segundo unos ricos ropajes que nos hablan de su noble origen. En el suelo hay dos mitras, señal de que ambos renunciaron a ser obispos. Leticia Arbeteta escribió sobre nuestro anónimo: “Su mundo, prolijo y colorista, roza la concepción moderna de lo naif, expresándose en lenguaje marcadamente personal. Los detalles, especialmente arquitectónicos, textiles, alhajas, la caracterización de los personajes, la paleta y el empleo del oro, crean un universo irreal, donde lo milagroso y lo invisible tienen cabida”. A mí me gusta apuntar a un Klimt 500 años antes de Klimt.
Llanto sobre Cristo muerto. Temple sobre tabla: 80,5×90,5 cms. Museo Provincial. En esta tabla, procedente de la derribada iglesia de San Román y expuesta en el Museo de Segovia, “ brillan -según la ya citada Rosario Rodríguez Cruz- relevantes cualidades artísticas; es de destacar el paisaje del fondo totalmente fantástico, repleto de frondosos árboles, edificios y escenas de la vida de Cristo, minuciosamente tratadas, como la Resurrección, la Bajada los infiernos, el ángel llevando al cielo al buen ladrón y el demonio arrastrando al malo a los infiernos… Los detalles están igualmente plasmados, aunque pretendiendo una perspectiva que no se consigue. La composición está centrada en la dramática figura de la Virgen con su gran manto azul fuerte cubriéndole la cabeza; alrededor de ella se agrupan los personajes clásicos de la escena de la Pasión… Debajo del cuerpo de Cristo, un grupo de claveles”.
Ascensión. Temple sobre tabla: 2,10×1,16 m. Es una pintura de grandes dimensiones que también estuvo en la iglesia parroquial de San Miguel, luego en la del barrio de San Lorenzo y, finalmente, en el Palacio Episcopal. Viajes a un lado y a otro acaso porque a nadie gustaba y nadie la quería. Y por no gustar sería por lo que alguien, un buen día, decidió repintar la gran tabla y dejarla desconocida. De que fuera una pintura antigua sólo quedaban, como testimonio, los nimbos que rodean la cabeza de los personajes, brillantes de oro. Todos cuantos la miraban se hacían la misma pregunta: ¿Será o no será obra del Maestro de las Clavellinas?
Ascensión de Cristo. Temple sobre tabla: 2,10×1,16. Palacio Episcopal. El año 1997 se me encargó la organización de una exposición, Arias Dávila. Obispo y Mecenas, que exaltase la figura de aquel gran prelado, introductor de la imprenta en España, y protector de artistas. La base la constituirían pinturas de fines el siglo XV y el historiador Antonio Ruiz me dijo que en el Palacio Episcopal había una. Fui a verla y apenas pude creer que fuera de aquella época. Habría que restaurarla. Por suerte, la Caja de Ahorros de Segovia vivía un momento floreciente, se le pidió que asumiera los gastos y lo hizo. Y este es el cuadro de la Ascensión de Cristo restaurado y limpio. Los claveles no ocupan una esquinita sino toda la orla que rodea la figura de Jesús.
Santísima Trinidad. Temple sobre tabla. 1,535×1,18 m. Museo Catedralicio. Esta tabla procede de la ermita dedicada a Nuestra Señora de Rodelga, patrona de Mozoncillo. Es una interesante obra del Maestro de las Clavellinas, pero también buen ejemplo de su carácter regresivo que le hace adoptar un motivo abandonado hacía tiempo, el Tetramorfos, cuyo significado no debía conocer bien ya que coloca una cartela con el nombre de los evangelistas junto a sus símbolos -águila, hombre, toro y león-, identificando bien los de San Juan con el águila y San Lucas con el toro, pero equivocándose en los de San Mateo y San Marcos. Así estaba la tabla antes de su restauración.
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* Supernumerario de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce.
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