Paseando por las calles de Roma salta a la vista que la Urbe está preparándose para una fiesta: el jubileo. Las calles están levantadas, las fuentes en limpieza y restauración, los palacios ocultos tras los andamios, los restaurantes preparando el plato del jubileo y los templos ultimando sus liturgias.
Sin embargo, visitando el Vaticano, la Iglesia vive en la tensión de la celebración inmediata del Sínodo y la esperanza activa del jubileo. Parece como si este sínodo se haya convertido en la antesala del jubileo proponiendo caminar juntos como peregrinos de esperanza.
Y es que el papa Francisco ha anunciado que el 2025 será un Año de Jubileo o Año Jubilar, algo que ocurre cada 25 años. El tema de este Jubileo 2025 es “Peregrinos de esperanza”, pues será un año de esperanza para todo el mundo, que sufre el flagelo de las guerras, los efectos persistentes de la pandemia de COVID-19 y la crisis del cambio climático asi como la esclavitud de la emigración.
Seguro que muchos lectores de este DIARIO se preguntarán qué es eso del jubileo en el que los curas quieren celebrar una fiesta y qué tipo de fiesta es.
Un jubileo es el nombre que se da a un año establecido como tiempo especial para renovar una buena relación con Dios, con el peregrino y con toda la creación. Los españoles lo vemos en el camino de Santiago donde conectamos con la naturaleza/creación, con nosotros mismos, con los peregrinos con quienes nos cruzamos en el camino y al final con Dios y con Santiago.
En la Iglesia Católica, el concepto de jubileo, o “año santo”, se ha utilizado para instituir años especiales dedicados al perdón y la reconciliación. El primer jubileo fue declarado por el Papa Bonifacio VIII el 22 de febrero de 1300, con el fin de marcar el comienzo de ese siglo. Más tarde, recomendó que cada cien años se celebrara un año santo.
En su carta para la preparación del Año Jubilar 2025, el Papa Francisco dijo: “Las cuatro Constituciones del Concilio Ecuménico Vaticano II, junto con el Magisterio de estos decenios, seguirán orientando y guiando al santo pueblo de Dios, para que progrese en la misión de llevar el gozoso anuncio del Evangelio a todos.”
Después del tiempo dedicado a la reflexión sobre los documentos del Concilio Vaticano II y al estudio de los frutos que de él han surgido, el Papa Francisco ha pedido que el 2024 sea designado como “Año de la Oración”, con el fin de renovar el anhelo de permanecer en presencia del Señor, escucharlo y adorarlo.
En definitiva, el jubileo es una fiesta de acción de gracias y como en toda acción de gracias se mira al futuro desde el recuerdo del pasado. Los turistas venidos a Roma intuyen algo de esto: aunque no entren en la entraña religiosa de la creencia si viven el fervor de la fiesta. A través de la fiesta también se puede intuir el misterio.
Roma se engalana para la fiesta del jubileo. Mientras tanto la Iglesia universal quiere vivir con esperanza caminando juntos en sinodalidad. Aquí, en Roma, se observa la universalidad y la pluralidad. Tanta riqueza de gentes, razas, ideologías, religiones que hay en roma preludia un jubileo popular signo de la unidad de los pueblos.
El Papa Francisco ha querido hacer preceder estos dos acontecimientos (sínodo y jubileo) con su viaje más largo del Pontificado. Sus mensajes en Extremo Oriente están llenos de esperanza frente a las guerras, al maltrato a los emigrantes y al deterioro de la casa común que es la creación. Sus gritos de paz y no más guerra resuenan en el firmamento.
El pueblo cristiano, también el ciudadano, está despertando de tanto depender de poderes y manipulaciones interesadas por el negocio liberal. Es hora de que construyamos nuestro futuro desde los barrios, las asociaciones y las parroquias como, peregrinos con esperanza.
Roma se prepara en sus terrazas e iglesias, con sus políticos y eclesiásticos, sus barrios y periferias a celebrar una fiesta: sus puertas están abiertas para recibir a estilo romano a todo el que venga con traje de fiesta. La sociedad romana será poco creyente pero está colmada de religiosidad. Y su acogida es agradable.
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(*) Profesor emérito.
