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El hombre que leía el Quijote

por Marisol López de la Villa
4 de abril de 2023
en Tribuna
Marisol Lopez de la Villa
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Como ya nos tiene acostumbrados, la Real Academia de Historia y Arte de san Quirce, el viaje al recuerdo lo hizo este pasado viernes Rubén Landa Vaz a través del conocimiento, del sentimiento y de la voz de Modesto Miguel Rangel Mayoral.

El profesor Rangel Mayoral nos regaló con sus palabras la vida, obra y sueños de un coterráneo suyo: don Rubén Landa Vaz, que, nacido en Badajoz a finales del siglo pasado, acabó sus días en México, como tantos otros de los que en este curso se trata. Filósofo, abogado y, sobre todo, pedagogo, la filantropía caracterizó cada actividad profesional en que se involucró, manteniendo siempre, a lo largo de los años y los lugares, una especial predilección por la alfabetización de los adultos; famosa es su Guía para enseñar a escribir y leer a los adultos, (México, 1944) y conocidas las cartillas de alfabetización que elaboró al comienzo de la guerra civil española.

Eligió vivir en España, Inglaterra, Francia y Portugal, pero le tocó terminar sus días, exiliado, en México; de cada sitio supo sacar lo mejor y dejar en cada uno de ellos un fantástico poso intelectual que todavía hoy perdura.

Se dice que su vinculación inicial con Segovia comenzó en Madrid al alojarse en la calle Segovia cuando se trasladó a la capital para cursar los estudios de bachillerato, pero la verdad es que el tema segoviano merece tratarse con profundidad, así que dejaré las bromas y las casualidades.

Rubén Landa, formado al calor familiar con la simiente del institucionismo krausista, a los 19 años ya colaboraba de manera asidua con la ILE (Institución Libre de Enseñanza) y en seguida comenzó a integrarse activamente en la Residencia de Estudiantes y en la JAE (Junta de Ampliación de Estudios), institución que finalmente le otorgaría una beca para estudiar ‘la segunda enseñanza en Portugal’. Más tarde, y a la vista del magnífico trabajo de investigación llevado a cabo, la JAE le concede otra beca para realizar estudios de investigación en Inglaterra y en Francia.

Su pasión por la alfabetización encontró la parte pragmática en el estudio de la metodología educativa y sus problemas, y en la comparación de la disciplina escolar en distintos países. Su intención era, como hizo siempre, absorber lo bueno de cada lugar, impregnar su estudio de ello y sembrarlo en sus compatriotas a través de la enseñanza general en diferentes vertientes de la vida real. El aprendizaje de otros idiomas —principalmente inglés y francés—, el fomento de la lectura —tanto de escritores clásicos como contemporáneos, nacionales y extranjeros—, la organización cooperativa para la integración de alumnos menos favorecidos, el ejercicio al aire libre, la convivencia y el absoluto respeto a las ideologías y a las circunstancias de cada uno, eran los pilares de su proyecto pedagógico.

Cargado con el equipaje de sus estancias en el extranjero, Rubén Landa se incorpora primero al instituto de bachillerato de Salamanca y más tarde al de Segovia.

Así, contando ya con casi 30 años, don Rubén aparece por nuestras calles en el Instituto de Segovia, donde coincidió en el claustro de profesores con Antonio Machado, a quien le unió desde el principio la idea de compromiso social que los intelectuales debían defender, mostrar y demostrar.

Su colaboración inmediata y continua con la Universidad Popular de Segovia ayudó a que proyectos como las Misiones Culturales, las Colonias Escolares, los Centros de Colaboración Pedagógica y los Congresos Pedagógicos vieran la luz. Desgraciadamente los acontecimientos que vivió España en los años siguientes supusieron el fin de estos magníficos y memorables esfuerzos.

En 1938 parte a la URSS para hacerse cargo de la formación básica de los llamados Niños de la guerra, pero, al parecer, la situación que encontró allí le hizo perder algo de su ímpetu ideológico, así que regresó a España con la fiebre política más calmada y el espíritu pedagógico y social más consciente que nunca.

En el mes de agosto de 1939, Rubén Landa Vaz fue depurado, como tantos otros maestros, profesores y pedagogos que defendían la coeducación, el laicismo y la democracia, de modo que tomó la decisión de salir de España ante el riesgo que corría su vida. Consiguió llegar a México gracias a la extraordinaria labor altruista que realizaron los cuáqueros ayudando a los más desfavorecidos en aquella cruenta guerra nuestra.
Como herederos y con los principios de la ILE, los refugiados españoles fundaron varios centros educativos en la ciudad de México: el Instituto Luis Vives (1939), la Academia Hispano Mexicana (1939) y el Colegio Madrid (1941).

Don Rubén colaboró profesionalmente con todos ellos y fue director del Instituto Luis Vives desde 1942 hasta 1947, y más tarde acepta la invitación de la universidad de Oklahoma para impartir algunos cursos de innovación pedagógica.

De nuevo en México, don Rubén mantuvo siempre su compromiso social: recordemos la ya mencionada Guía para enseñar a escribir y leer a los adultos (una de sus obras más fascinantes), que elaboró y utilizó para la alfabetización de adultos y niños mineros de la plata en Guanajuato, que son lo que dan título a esta nota. Cuando el profesor Modesto Miguel Rangel Mayoral estuvo en Guanajuato (México) recopilando información de primera mano para poder transmitirnos el valor de la ausencia de Rubén Landa Vaz, encontró no una sino varias voces ya antiguas que recordaban a aquel hombre delgado y elegante en su modestia como «el hombre que leía El Quijote». “Sí —nos dice que le decían—, el que nos enseñó a leer, el que nos enseñó a escribir; el que nos enseñó que valíamos tanto como cualquier otro”.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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