Al parecer, fue el ingenioso Rubalcaba el que acuñó la expresión ‘Gobierno Frankenstein’, tan apropiada y tan jugosa, para referirse a un gobierno constituido por la reunión experimental de partes de procedencia diversa e incompatibles con la preservación del interés general representado por el Estado español. Una vez constituido el primer gabinete de Pedro Sánchez, la metáfora resultó absolutamente idónea: si el doctor Frankenstein, para su frustración, tuvo que valerse de los órganos no deseados que le trajo su ayudante, el doctor Sánchez echó mano, no sé si cariacontecido también, de los partidos que había considerado inapropiados poco antes.
Pero a estas alturas de legislatura tan peculiar y a la vista de las andanzas de nuestros refinados ministros, sería conveniente valerse de alguna nueva imagen que, sin anular la anterior, recogiese lo llamativo de su dispersa manera de proceder. Aprovechando que celebramos el siglo y medio de la proclamación de nuestra Primera República, podríamos llamar al de ahora ‘gobierno cantonal’. Y no porque haya cantones en España, que quizá, o porque los haya de la misma manera que los hubo entonces, sino porque el Gobierno mismo es un conglomerado de cantones.
Aunque lo que suela llamarnos la atención sean las ínfulas, algaradas y guerras de los cantones de 1873, lo medular de aquel tinglado fue la idea de que la soberanía brotaba de tan abajo que convertía a las entidades locales en las fuentes de la legitimidad política. Sólo sobre su libre decisión podría reconstruirse la unidad de España. Mientras tanto, los cantones podían actuar como Estados y, de hecho, llegaron a acuñar moneda o a declarar la guerra. ¿No sucede algo así con los ministros del actual Gabinete? Hasta ahora, habíamos entendido que un Gabinete era una entidad superior, constituida desde arriba y dispuesta a mantener criterios y líneas de actuación unificadas. Pero en el caso de éste sucede lo contrario. Cada ministro se considera soberano en su despacho y su cartera la gestiona de acuerdo con su santa voluntad.
Vayan por delante en la prueba los cantones ministeriales de Podemos. ¡Qué importa que Irene Montero forme parte del Gobierno de España! Ella no está ahí para doblegarse ante el poder del Presidente o para ajustarse a las directrices del Consejo del que forma parte. La ministra promueve la ‘Ley del sí es sí’ o la ‘Ley Trans’ o modifica la del aborto valiéndose de la fuerza de su cantón ideológico, por encima del cual nada puede ser pensado. Corre Ione Belarra para lanzar la suya para la protección de los animales, aunque los propios parlamentarios del PSOE, supuestamente afines, se la rectifiquen. Pero, tras ellos, los cantones ministeriales comunistas no quieren ser menos y nos asombran con sus peculiares iniciativas. El de Garzón lo mismo se ocupa de las hamburguesas que de fijar doctrina en torno a las corridas de toros. ¡Y qué decir del de la prudente Yolanda Díaz, señora del mayor de todos ellos! El suyo es, a los efectos, el Cantón de Cartagena, con escuadra propia desde la que bombardear, impávida, a los de los podemitas o a cualquiera que se le ponga por delante. Ella genera sus propias leyes, reúne voluntades o diseña estrategias antiinflacionistas muy de la calle, como cuando la dio por entenderse directamente con ciertas cadenas de hipermercados. Su exagerada y envolvente sonrisa hace crecer en torno suyo un territorio que antes pertenecía a quienes la nombraron.
También cabe hablar de la federación de cantones podemitas frente a la de los socialistas, ocultándose mutuamente iniciativas y triquiñuelas, como pasa ahora con las inesperadas ocurrencias del Presidente en materia de vivienda. Pero, internamente, ¿qué pasa con los propios ministerios socialistas? ¿No responden ellos a la unidad de acción o se someten a un soberano común? Pues tampoco parece que lo hagan. ¡Quién sabe qué ministros estarán al tanto y cuáles no de los tejemanejes en Marruecos! O recuerden a Carmen Calvo prefiriendo irse a renunciar a su autonomía ideológica. Pero el icono del cantonalismo ‘intrasocialista’ es la reciente escena de la Puerta del Sol, con Bolaños humillado a ras de suelo mientras su excelsa compañera de gabinete se luce, indiferente, en lo alto del estrado.
Pero, atención, no todo es igual. Para escarnio de los que creen que la historia se repite mecánicamente, los cantones de la República apenas se mantuvieron unos meses y, sin embargo, el actual gobierno cantonal sigue a flote tras cuatro años de singladura. ¿Ha descubierto Pedro Sánchez la cuadratura del círculo o maneja la nigromancia política? ¡Qué pena, qué presidente tan a su medida se perdió la Primera República!
