Su temporada como técnico y máximo responsable de la plantilla, está siendo brillante. Sí, brillante. Los resultados y su clasificación avalan al grupo. Hubo adversidades –lesiones, partidos perdidos donde se ‘debió’ ganar…- mientras que se ganaba en otros donde se ‘debía’ perder. Éste, y de él se escribe, un deporte conocido con el nombre de fútbol.
Ahora bien. Ya puede ser –pongan en nombre que quieran-, el mejor entrenador del mundo, el más cotizado, el más ‘suertudo’, que llegado el momento de los malos resultados –que llegan-, los directivos lo llaman a capítulo (pedirle cuentas) y ya puede rezar incluso en arameo, que será cabeza de turco (persona a la que, por cualquier motivo o pretexto, se le echa la culpa de algo, especialmente de lo que han hecho otros), y se verá sin el trabajo que tenía.
Nunca entendí esa medida. ¿Razones? El entrenador trabaja y lo hace bien; ha demostrado saber, lleva con mano firme la plantilla; plantea los encuentros demostrando conocer el rival. Elije, por puro conocimiento, a los jugadores que mejor pueden defender los intereses de ese encuentro…
Él, el entrenador, no sale al terreno de juego; no interviene de forma directa en el resultado (uno u otro), pero siempre será cabeza de turco para salvar los errores de otros (¿o es que los directivos no los cometen?). Reconocerán los directivos ante el técnico que está contentos con su trabajo, pero que son los resultados (sobre todo económicos, los que ellos manejan), lo que les lleva a tomar la decisión.
El buen trabajador se queda sin trabajo a la espera de que otros confíen en él y la rueda de la ‘fortuna’ le acompañe. No se trata de saber. Se trata de conectar con la suerte… y meter siempre un gol más que el contrario.
