El sufrimiento es algo privativamente humano. Los animales experimentan el dolor, pero no sufren. Todos los hombres y mujeres sufrimos, bien en propia carne, bien cuando compartimos el dolor que nos produce el sufrimiento de las personas queridas. Forma parte de la esencia del ser humano. No existe vida humana sin sufrimiento. Por eso el sufrimiento toca el sentido de la existencia, nos hace preguntarnos por nuestra actuación ante él y toca también la concepción que tenemos de Dios.
En el Mensaje que el Papa Francisco ha escrito para la Jornada Mundial del Enfermo, que celebramos en la Iglesia Católica el pasado día 11 de febrero, Fiesta de la Virgen de Lourdes, dice que “la misericordia es el nombre de Dios por excelencia, que manifiesta su naturaleza, no como un sentimiento ocasional, sino como fuerza presente en todo lo que Él realiza. Es fuerza y ternura a la vez, con la doble dimensión de la paternidad y la maternidad porque Él nos cuida con la fuerza de un padre y con la ternura de una madre, siempre dispuesto a darnos nueva vida en el Espíritu Santo”.
“El testigo supremo del amor misericordioso del Padre a los enfermos es su Hijo unigénito, Jesucristo. Él «recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mt 4,23). La atención particular de Jesús hacia los enfermos, se convierte también en la obra principal de la misión de los apóstoles, enviados por el Maestro a anunciar el Evangelio y a curar a los enfermos. ( Lc 9,2).
Cuando una persona experimenta en su propia carne la fragilidad y el sufrimiento a causa de la enfermedad, también su corazón se entristece, el miedo crece, los interrogantes se multiplican; hallar respuesta a la pregunta sobre el sentido de todo lo que sucede es cada vez más urgente. Recordemos los numerosos enfermos que, durante este tiempo de pandemia, han vivido en la soledad de una unidad de cuidados intensivos la última etapa de su existencia, atendidos, sin lugar a dudas, por agentes sanitarios generosos, pero lejos de sus seres queridos y de las personas más importantes de su vida terrenal”.
El Papa reconoce que la ciencia médica, la investigación, la rehabilitación…, han realizado, sobre todo en estos últimos tiempos, un gran avance en tecnologías para desarrollar tratamientos muy beneficiosos para personas enfermas. Y aunque queda un largo camino por recorrer para que estos avances lleguen a todos los pueblos, afirma que “el enfermo es siempre más importante que su enfermedad y por eso cada enfoque terapéutico no puede prescindir de escuchar al paciente, de su historia, de sus angustias y de sus miedos. Incluso cuando no es posible curar, siempre es posible cuidar, siempre es posible consolar, siempre es posible hacer sentir una cercanía que muestra interés por la persona antes que por su patología. De ahí, la importancia de la formación profesional que capacite a los agentes sanitarios para saber escuchar y relacionarse con el enfermo”.
Tanto si somos profesionales sanitarios o sentimos el deseo de ayudar y acompañar a las personas enfermas, o porque podemos encontrarnos, sin buscarla, en esta situación, dejo unas pequeñas pistas por si ayudan, desde el respeto a cada persona enferma:
La importancia de mirar desde el corazón para descubrir donde están hoy los enfermos y ponerlos en el centro de nuestras preocupaciones y atenciones. La visita a un enfermo grave es un “arte” que se puede aprender, comenzando por evitar “frases hechas” y guardar un respetuoso silencio ante las personas sufrientes, si lo que pensamos decir no nos sale del corazón. Escuchar, antes que hablar. La verdadera escucha exige acoger y comprender las reacciones del enfermo. La incomprensión hiere profundamente a quien está sufriendo y se queja. Más que palabras o consejos, solo la comprensión de quien acompaña con cariño y respeto puede aliviar. No podemos dejar de ofrecer a los enfermos atención espiritual, la cercanía de Dios, su bendición, su Palabra, la celebración de los sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y maduración en la fe.
