Me debo estar haciendo mayor. ¿A nadie más le parece ridículo que un futbolista elija un número mayor del 23 para su camiseta?
Entendí en su momento que se adoptaran dorsales fijos para cada jugador por aquello de la comercialización de las elásticas, e incluso por una cuestión de jerarquía entre compañeros en un vestuario. Pero cada vez son más los que deciden utilizar cifras estrambóticas y/o ridículas por los motivos más ridículos o simplemente porque el número que ellos quieren ya lo tiene otro compañero. Hasta he visto más de un número mayor de tres dígitos por ahí. Esto pasa en la élite, claro, porque en el fútbol modesto en el que hay una camiseta para cada jugador no hay posibilidades de semejantes caprichos.
Puede parecer un detalle sin importancia esto de los números, pero no es más que otro de los motivos que me alejan de un deporte al que cuesta reconocer con el Var, la sala Vor, los cinco cambios, las tres ventanas, los siete clásicos por temporada y los partidos de viernes a las 20.30h. No es cuestión de estar en contra de la evolución natural de un deporte con más de un siglo de antigüedad, sino de aplicar modificaciones que permitan mantener la esencia, respetando la tradición. Y no consigo evitar la sensación de pensar que estamos ante un negocio en el que el espectador que vive in situ, el socio de toda la vida que va con sus hijos o sus nietos al estadio, es el que menos importa en la ecuación.
Lo que no cambia es la sensación latente de que hay individuos que siguen pagando sus frustraciones yendo al fútbol a ofender. Para eso no parece haber remedio.
