Puede que fuera Antonio Enríquez Gómez (1600-1663), judío converso a la vez que segoviano de nacimiento, aunque este último paisanaje no esté del todo claro, pues la mayoría de los autores se inclinan por ubicar su cuna en la ciudad de Cuenca. Lo que si es cierto que llegó a ser un notable escritor que cultivó la mayoría de los géneros literarios, desde obras moralizantes de contenido político y social, hasta un buen número de comedias y una divertida novela picaresca en la que aparecen los dos personajes reseñados en el título de este artículo. Cuentan como una de las anécdotas más significativas de su vida, que perseguido por la Inquisición y al no haberle podido echar mano en cuerpo y alma, por haber logrado escapar a Francia justo a tiempo, fue quemada una representación de su imagen en el auto de fe celebrado en Sevilla el 13 de abril de 1660. Interpelado tiempo después por alguien, quien dijo haber presenciado como se consumía en el fuego aquel monigote sustitutorio de su persona, contestó con la frase que ha cobrado justa fama: “Ahí me las den todas”.
La novela picaresca llevaba por título: ‘La vida de Don Gregorio Guadaña’, y en la introducción de la misma, cargada de una finísima ironía puede leerse lo siguiente: “Mi padre fue doctor en medicina, y mi madre, comadre; ella servía de sacar gente al mundo, y él de sacarlos del mundo; una les daba cuna, y otro sepultura. Llamándose mi padre el doctor Guadaña y mi madre la comadre de la Luz; él curaba lo mejor del lugar y ella parteaba lo mejor de la ciudad; quiero decir que él curaba al vuelo y ella al tiento. Cuando había algún parto secreto, el sobreparto curaba él, y el parto ella, y todo se quedaba en casa. Un tío, hermano de mi padre, era boticario…No se daba manos mi tío a llenar su botica, ni mi padre a vaciarla; y entre los dos había cuenta de medio partir cada mes, por lo bebido y lo purgado. Si un enfermo había menester un jarabe, mi padre le recetaba diez, y si una medicina, veinte; y con este arbitrio estaba de bote en bote la casa llena de dinero a pura receta baldía”.
Me van a perdonar quienes esto lean por mi delirante imaginación eufemística, pero a mi aquellos personajes y algunos de sus hechos me parecen que muy bien podrían ser extraídos de la confusa actualidad política que venimos padeciendo en la España del siglo XXI, más allá de la del siglo XVII, parodiada en su novela por Antonio Enríquez. No me atrevo a poner nombres, pero hay un personaje femenino y otro masculino en esta obra picaresca, que sin gracia alguna muy bien podrían estar personificados en quienes ustedes y yo estamos pensando. Sucede, que hay quien se empeña en asistir al parto de soluciones anticonstitucionales, que de producirse colmarían la codicia de unos pocos en detrimento de los demás. Hay también doctores guadañas que se comprometen a prescribir sustanciosas recetas en interés propio para poder repartirse las ganancias con los boticarios periféricos de turno, a costa del resto de los sufridos pacientes de esta sociedad enferma de egoísmos y de intereses particulares, además de partidistas. Y como al parecer les debe dar todo igual, con tal de conseguir sus espurias ambiciones, posiblemente no les importara asistir a la quema y no ficticia de toda una nación y de todo lo conseguido en estos fructíferos años de convivencia en paz y libertad, en la hoguera de sus pretenciosas vanidades. Solo faltaría para completar este lamentable sainete, que encogiéndose de hombros y con los ojos cerrados, acaben diciendo aquello de: “Ahí me las den todas”.
