Mantuve una cierta polémica televisiva con un buen amigo, diplomático jubilado, que había publicado un artículo equiparando las trayectorias y conductas de Pedro Sánchez, a quien llamaba ‘el doctor Fraude’ en su discutible escrito, y Donald Trump; “dos niños mimados” decía mi amigo diplomático, que no escondía la escasa simpatía que siente por cualquiera de ellos. Percibo una cierta corriente en ámbitos de la derecha hispana, queriendo, curiosamente, equiparar al presidente del Gobierno español con el presidente y candidato a lo mismo norteamericano. No puedo, la verdad, estar de acuerdo con tan lejana, casi esotérica, comparación.
No encuadraré a mi amigo el diplomático, que no es otro que el simpático Inocencio ‘Chencho’ Arias, en esa corriente derechista, pues bien sé que él no milita en corriente organizada alguna. Su artículo, publicado en ‘la tercera’ de ABC, tampoco exhalaba el entusiasmo que percibo en otros por una solución alternativa, obviamente Pablo Casado en el caso de España. Lo que me sorprende es el escaso apego de la derecha española -y en ello no incluyo el fenómeno, que me parece periférico, de Vox_por una figura como Trump, quizá excesivamente ultra, extremista y zafia para cualquier conservador moderado: yo diría que en el Partido Popular, por situar las cosas en su exacto lugar, gustaría más una victoria de Biden, que tampoco es hombre para grandes entusiasmos, que una de quien consideran un desdoro para cualquier teoría conservadora, como el algo brutal y nada elegante Trump.
De ahí que la derecha moderada prefiera atacar a Sánchez equiparándolo con Trump, alegando su escaso respeto por las normas democráticas, por las tesis de Montesquieu y por las formas usuales para llegar al poder. Y porque ambos, dicen, son unos tramposos, unos mentirosos, unos trileros. El Washington Post ha contabilizado hasta veinte mil mentiras de Trump en apenas un año. Aquí, los españoles tenemos una hemeroteca bastante sonrojante para nuestros gobernantes, es cierto, pero no creo que aquel a quien llaman, vengativamente, ‘doctor Fraude’ pueda equiparar en ‘trilerías’ al gran ‘trumposo’. Ni el absoluto desprecio por las normas democráticas y por las convenciones políticas que exhibe el candidato republicano podrían jamás tolerarse en España, por mucho que el Gobierno de aquí cuente con un vicepresidente que sería, por su escaso respeto a los planteamientos básicos de una democracia, figura inaceptable en los Estados Unidos, tanto entre los demócratas como entre los republicanos, incluso los ‘trumpistas’.
No, por muy devaluada que esté la idea que los españoles tenemos de nuestro propio país y, sobre todo, de nuestros gobernantes, aquí no podría darse esa síntesis del ‘doctor Frump’, la equiparación total que se pretende entre nuestro político más visible y esa amenaza de pelo color naranja que, confío, perderá las elecciones en su país. Y esto no es elogio alguno hacia el actual inquilino de La Moncloa, claro está.
Dije, en mi breve polémica con ‘Chencho’, que, pese a todo -disto mucho de ser precisamente un fanático de Sánchez–, el presidente del Gobierno español sigue siendo un demócrata. No tuve tiempo para añadir que es un perfecto demócrata imperfecto, y quizá por eso me frieron en las redes sociales, donde Pedro Sánchez tiene muchos más detractores que adeptos. Y eso es lo malo: que en España tendemos a esquematizarlo todo y que, si conviene, colocamos a Sánchez al lado de Trump, a Casado en el de Biden -nada que ver_y a Pablo Iglesias lo colocamos en los movimientos reivindicativos, ‘black lives matter–, cuando el líder morado tiene más connivencias con el hombre del pelo naranja -su desprecio absoluto por los medios de comunicación, por ejemplo, o su desdén absoluto por las normas de la estética_que nadie. No, poco que ver entre esto de aquí y aquello de allá, me parece.
