Felicísimo Gómez lleva toda una vida en la panadería de sus padres, junto con su mujer, Paquita Gil, la cogió cuando ellos lo dejaron y se convirtió en la cuarta generación de panaderos de su familia. El 1 de agosto del 2025, después de 55 años haciendo pan ya ha llegado la hora de su jubilación y por lo tanto del cierre de una de las panaderías más emblemáticas de Cantalejo.
— ¿Hace cuánto se abrió la panadería?
— Pues esta es la cuarta generación. Aquí llevará unos 100 años, en esta casa. Mi hermano y yo empezamos a hacer cosas a los 7 o 8 años, mi madre trabajaba y nos mandaba a vender por las calles. Luego mi hermano y yo nos fuimos a Cabezuela a vender, y así, pues, yendo el negocio, poco a poco, más para arriba. En el 70 ya la panadería pasó a ser mía, yo me hice cargo cuando lo dejó mi padre.
— ¿Cómo aprendió el oficio?
— Pues, poquito a poco, como lo estaba viendo todos los días en casa algo se me pegó. Además, cuando yo era joven los niños trabajaban, no como ahora. Como te decía yo salía a vender que eso es fácil de aprender y a ser panadero pues aprendí viendo.
— ¿Cómo es el día a día de un panadero?
— El día a día de un panadero es muy duro. Te tienes que levantar a las tres de la mañana y como ves, nos paramos hasta las seis o las siete de la tarde, porque esto es muchísimo trabajo, yo, por ejemplo, después de hacer el pan, a las diez y media o a las once me salgo a vender a los pueblos que hay por aquí alrededor, porque, claro, no hay panadero ninguno y hay que ir a visitarlos.
— ¿Qué ha cambiado para ti a lo largo de tantos años con la panadería?
— Pues para mí no ha cambiado nada, nada más que ha sido todo un sacrificio, de la mujer, de mi hija María y mío, dedicarnos a este servicio público. Pero desde que conozco el oficio nada ha cambiado.
— ¿Y cuál es la relación con ese público, esos clientes?
—Pues la relación con ese público es exquisita. Ahora en los pueblos que reparto el pan y aquí la gente me dice que cómo voy a cerrar, que si yo cierro ya no van a encontrar pan como éste, además, en los pueblos pequeños cada vez van menos panaderos.
— ¿Qué ha sido lo más difícil de mantener con el tiempo?
—Supongo que el trabajo, el día a día, cuando la filomena yo iba a vender el pan todos los días, luego cuando vino la pandemia, también, la gente me decía, “no vengas todos los días”, pero yo decía “así os veo y qué más da”.
Luego se me ha reconocido, en la puebla doy el pregón, en Aldeonsancho, me hicieron un reconocimiento, y también en Valdesimonte, a Rebollar voy el jueves y me huelo que también. Yo todo esto lo veo como una recompensa a un trabajo al que le he dedicado mi vida entera y mi mujer Paquita también. Me han hecho poesías, regalos y eso me hace sentir muy valorado.
— ¿Qué considera de toda la panadería que es el mejor producto?
—Yo soy panadero, yo soy el del pan, y la Paqui, mi mujer, la de los dulces. La gente me dice que el pan de mi panadería ya no le van a volver a comer y que eso les da mucha pena, pero es que los dulces se acaban diariamente de lo que gustan. Además, que son buenos, nosotros lo que hacemos es según se va vendiendo, y no lleva ningún tipo de conservante, ni nada, y entonces es un producto que es sano y que se hace con ingredientes de calidad.
— Hablando de Paqui, ¿qué ha sido ella para ti todos estos años?
—Ella lo ha sido todo, todo. Es una mujer alegre, vividora, trabajadora, siempre le ha gustado experimentar, si algo la sale mal lo repite hasta que quede perfecto. Ella ha sido imprescindible, ha sido lo más importante para mí. Hemos hecho una gran pareja, tanto dentro como fuera del trabajo, y la seguimos haciendo.
— ¿Qué han significado todos estos años en la panadería?
Pues que hemos trabajado mucho, hemos ganado dinero también, y yo estoy muy contento y agradecido de haber estado en la panadería. Me da pena que María no se quede con el negocio, pero entiendo que ella sola es imposible, además, luego hay obreros que son impresionantes y otros que esto no lo aguantan, que es demasiado duro y lo acaban dejando.
— ¿Y por eso habéis pensado en cerrar, porque no encontráis a nadie?
Pues ya no estamos para seguir, la Paqui anda mal de la tensión y esas cosas y bueno obviamente la edad, ya tengo 77 años que no es poca cosa. Luego, una chica que tenemos está de vacaciones, otro se ha ido a ver a su madre que estaba enferma en su país. Así que hemos tenido que arrimar todos mucho más el hombro. Y nuestros hijos nos dijeron que era hora de tomar una decisión, o seguíamos para adelante o cortábamos y decidimos que era hora de parar. A parte, ahora con la llegada de agosto nos podría haber dado algo a Paqui y a mi aquí metidos.
— Aunque María no quisiera, ¿no habéis pensado en alguien externo para mantener vivo el negocio?
Pues hemos tenido muchísimas ofertas, hemos tenido a una multinacional también que nos lo ha solicitado, pero también aquí yo no quería tener a nadie, porque está la casa metida dentro del negocio. Y lo ha solicitado gente que lo cogen de alquiler y tal, pero hemos dicho que no. Pero no queremos porque hay mucho lío aquí porque las luces, el agua y todo está dentro de lo que es la casa y entonces habría que hacer una reforma bastante grande. La verdad, nosotros no lo necesitamos.
—¿Qué es lo que más va a echar de menos?
El día a día. El hablar con la gente, estar, moverme, convivir, porque a mí eso me gusta mucho. Ahora de repente parar me produce sensación de que no sé qué voy a hacer con mi vida. No me imagino cómo va a ser a partir del 1 de agosto que cerramos, supongo que va a ser difícil.
— ¿Qué es lo que ha aprendido en todos estos años al frente?
Pues he aprendido muchísimo de la vida, muchísimo, yo ya me he hecho casi psicólogo, porque veo quién es de una forma, quién es de otra, cómo tratan a uno, cómo tratan a otro. La gente mayor es extraordinaria, es una gente buenísima, saben agradecer lo que haces y eso ha sido primordial para mí.
