El total de sepulturas de un solo cuerpo es de 536 y el coste de la obra fue de 94.151, 16 pesetas. Se inauguró el 18 de julio de 1945 bajo el nombre de “Cristo de la buena muerte”, pero antes de su inauguración fueron trasladados todos los restos del cementerio clausurado utilizando como medio un carro tirado por caballería y se construye una sepultura de grandes dimensiones como osario de las sepulturas no reclamadas. El nuevo cementerio ya cuenta con un espacio apartado para el enterramiento de no creyentes (cementerio civil), y de niños muertos al nacer o antes de ser bautizados. Hasta el día de hoy en el cementerio municipal se han producido ampliaciones y modificaciones al construirse nichos, cuya pared se desplomó en la mañana del 27 de enero de 1993 dejando al descubierto los féretros y cadáveres dejando conmocionados a los vecinos ante ese desastre. Entre las causas del derrumbe se señaló la sobrecarga o la cesión de unos terrenos arcillosos y de regadío. La pared que albergaba los nichos media 160 metros cuadrados con tres alturas, comprendiendo cada fila 39 nichos que albergaban casi 200 ataúdes. En el día de hoy y tras las ampliaciones realizadas a través del tiempo cuenta con una superficie en torno a los 9.000 metros cuadrados, con 661 sepulturas y con espacio para otras 130, más 512 nichos ocupados y un espacio para construir 320 más. También cuenta con 32 columbarios para depositar las cenizas de las inhumaciones, según los datos facilitados por el Ayuntamiento. Tanto en los tiempos de enterramiento en el interior del templo religioso como en los cementerios municipales siempre se ha pagado una cantidad de dinero por ello, eso sí la tumba es a perpetuidad.
El enterramiento más antiguo que acoge el actual cementerio data de una tumba sencilla con lápida de mármol blanco de la familia Vaquero de Pablos con restos de sus familiares fallecidos en 1899, 1921, 1930, 1954, 1985 y 2023. Otra de 1905 rodeada de forjado de hierro con cadenas perteneciente a Mariano González Conde; la de 1912 de Fructuoso Vega González, alcalde que fue de Nava durante el periodo 1896-1902; la del del médico Gabino Herrero Pascual, que durante 40 años ejerció en Nava fechada en 1914; la del capitán de infantería Tomás Casado Arribas, padre de coronel Segismundo Casado, fallecido en 1919; la de Inés Lozano García, fallecida en 1939, benefactora que donó terrenos para construir casas para las familias más humildes del pueblo y vendió por un precio simbólico el local del edificio del Teatro a la Asociación de Socorros Mutuos “La Protección Obrera”; la del joven maestro nacional Jesús González Barrio fallecido el año 1943 a los 25 años; y la tumba del osario de los restos del cementerio viejo en la que figura una piedra con calavera labrada y una inscripción que dice “animas año de 1837”. El cementerio cuenta con tres panteones de las familias García-Segovia, Rodríguez-Jiménez y García-González, destacados empresarios de la localidad. Otros panteones de doble sepultura de mármol gris como el de la familia Gil de Biedma, donde reposan las cenizas del poeta Jaime Gil de Biedma; y una tumba sin lápida, cubierta de un césped artificial con flores junto a una cruz de palos de madera que corresponde a la familia García de Castro, donde reposan los restos del catedrático y empresario Antonio Navarro Herranz (1999), cuya labor empresarial fue reconocida con la dedicación de una calle; y del alcalde de Nava durante cerca de 20 años Serviliano García de Castro (2016); y otro panteón de tres tumbas de mármol blanco correspondiente a la familia del agricultor y ganadero Ciriaco Rubio. También quedan algunas tumbas, de fechas la mayoría entre 1945-1965, sin lápida, tan sólo con una cruz de hierro con figura de un Cristo, Virgen o Ángel, con un óvalo en el centro donde figura nombre y fecha de fallecimiento, algunas de ellas en estado de abandono. El resto son tumbas normales donde figuran cruces de mármol con un sudario y con imágenes, la mayoría, del Cristo Crucificado, de la Virgen del Carmen o del Ángel Custodio, algunos epitafios y fotografías de los fallecidos.
Tumbas entre las que se encuentran personajes del pueblo como el poeta y escritor de cuentos Anastasio García “Patalón” fallecido en 1953, sepultura familiar en la que se encuentra su hijo David, autor de un diario personal sobre Nava de los años 1936-39, falleció en 1945 a los 25 años. El activista sindical Francisco Marugán López, fallecido en 1966; del joven protector de las aves y sus ecosistemas Manuel Vega González, muerto a los 15 años, en 1987. De la escritora Rosana Marugán Gómez (2017); del escritor Quintín Villagrán Rodao, (1997); del escritor y experto en inquisitología y coordinador del Premio Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma y Alba, Francisco Ruiz de Pablos (2023). Del folclorista Manuel Gómez Calvo “Manolo” (2015); del presidente de la “Protección Obrera, Francisco Marugán Arribas (2019); y de la exhibidora cinematográfica propietaria de la sala de cine “Frontón Cinema”, Angélica de Santos Martín, (2025)…

EL CULTO A LOS MUERTOS, RITOS Y COSTUMBRES
La muerte de un ser querido conllevaba el dolor del duelo como aceptación del adiós definitivo y además cumplir unas normas que obedecían a la necesidad de mostrar públicamente la pena. El luto fue una de las normas más estrictas que obligaban a vestir de negro y someterse a un enclaustramiento que limitaba toda actividad social salvo la de acudir a los actos religiosos. Estar de luto significaba suspender la vida a los vivos para favorecer el recuerdo de los muertos, un ejemplo de lo que supuso el luto, especialmente en la mujer, lo pone de manifiesto la obra de Federico García Lorca “La casa de Bernarda Alba” con las palabras que dirige la madre a sus cuatro hijas tras la muerte de su esposo: “En los años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta de que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas”. Un rito que impusieron los Reyes Católicos con la promulgación de la “Pragmática de luto y cera”, que regulaba las normas de comportamiento tras el fallecimiento de un familiar y en ella se decretaba el negro como color de luto, el número de cirios que debían acompañar al cadáver –un máximo de ocho, dado que la cera era un bien escaso y preciado– y la recomendación a las viudas de tapizar sus habitaciones de negro. Asimismo, se prohibían las manifestaciones exageradas de dolor, así como el acompañamiento de plañideras a sueldo. Dependiendo del grado de parentesco se establecía un luto riguroso que, en el caso del fallecimiento de padres y esposos era de un año y tres meses de medio luto; de suegros nueve meses más dos meses de medio luto; de abuelos, hermanos y cuñados de seis meses; de tíos tres meses, y de primos y padrinos de un mes. Por los niños pequeños y los amigos no se llevaba luto, aunque fueran muy queridos.
El rigor del luto recaía principalmente en la mujer y sobre todo en las de clase humilde: “Las mujeres que pertenecían a las clases sociales más altas llevaban un luto similar al de los hombres, guardaban un luto muy moderado, no dejaban de asistir a todas las reuniones. Las de la economía más baja no tenían dinero para comprar ropa de color cuando se acababa el tiempo de luto. Los hombres apenas se enlutaban, salvo en detalles como botones de las camisas o brazaletes y seguían haciendo de todo. Las prohibiciones cayeron todas sobre las mujeres”, cita la antropóloga, escritora y poeta Rita Más Ibáñez, ganadora del XIV Premio Internacional de Poesía “Jaime Gil de Biedma y Alba, que convoca el Ayuntamiento de Nava de la Asunción, en su obra “A saia raíña” (La falda reina) un trabajo de campo sobre el luto en Galicia que sacó a la luz el culto a los muertos.

Nava de la Asunción no era ajena a esas normas de enterramientos y del luto, unos ritos y costumbres que aquí comenzaban con el toque de campanas a muerto, que el caso de hombre era de tres campanadas con un pequeño intervalo, de dos campanadas por fallecimiento de una mujer y de un toque de campanilla si el muerto era un niño. Si el fallecido era del pueblo, pero vivía fuera, el toque era de clamor, un sonido continuo de las campanas. Exequias funerarias que comenzaban en la casa del difunto tras ser amortajado, había casos que al quedar frío el cuerpo no se había podido cerrar la boca y se forzaba el cierre con un pañuelo negro atado desde la mandíbula a la cabeza, allí se recibía a familiares y amigos para acompañar en la sentida pérdida. Después iba el cura y un acompañante con pendón negro, en el caso de un niño el pendón era blanco y el monaguillo iba tocando una campanilla, a acompañar el cortejo fúnebre desde el domicilio del finado a la ermita, y después a la iglesia, para recibir misa de réquiem donde los hombres se sentaban a un lado y las mujeres en otro, separados por el pasillo del templo. Los familiares ocupaban los bancos principales de la iglesia y recibían el pésame al terminar la misa, en otros pueblos el pésame se recibe a la puerta del cementerio tras el enterramiento, una muestra de condolencia que sólo la recibían los hombres, las mujeres lo recibían después de salir el féretro de la iglesia y de rezar el rosario, ya que tampoco podían acompañar al muerto hasta el cementerio en su último viaje. Una norma o tradición que se eliminó en 1987. Una vez pasado el enterramiento comenzaba el periodo del luto riguroso hasta que llegaba el momento del luto simple o moderado, mediante el cual se podía vestir con algo de color y salir de casa, con la celebración de la misa de aniversario del fallecido. Durante el periodo de luto riguroso no se podía ir al cine ni al baile y el envió de correspondencia estaba sujeto a papel y sobre con una franja de negro por todos los bordes.

La noche anterior al uno de noviembre, llamada noche de ánimas, las campanas no cesaban de tocar a muerto durante toda la noche hasta la madrugada y el día de Todos los Santos se celebraba culto en el cementerio, las tumbas se llenaban de flores y el cura rezaba un responso en cada una de ellas a petición del familiar que lo pagaba. En la actualidad la misa que se celebra es común a todos los enterrados en el cementerio municipal, al igual que con el paso del tiempo han ido cambiando las normas en torno al luto y ritual del culto a los muertos. Ahora queda a criterio personal de cada uno y se lleva mas dentro del corazón que por imposición social.
