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El centro no es un tono de voz

por Jesús A. Marcos Carcedo
1 de junio de 2022
JESUS A. MARCOS CARCEDO
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En la última sesión de control parlamentario del ejecutivo agradeció Pedro Sánchez a Aitor Esteban el tono de sus palabras, comparándolo, se entiende, con el muy agreste de las intervenciones de los diputados de la oposición que le habían precedido. No es la primera vez que el presidente subraya esa predilección suya por quienes no le levantan la voz ni le critican con acidez. Que se atreva a hacer tales valoraciones implica que se tiene a sí mismo por un orador suavemente contenido y de discursos equilibrados y apaciguadores. Y es cierto que, de un tiempo a esta parte, Sánchez habla con un tono bajo y relajado, mantiene cierta dulzura en el gesto y dice cosas que parecen bondadosas y destinadas a alentar el ánimo de todos. Sin embargo, no siempre han sido sus discursos, sus gestos y sus actitudes tan beatíficos. Cuando comenzó su carrera como político de alcance nacional gastaba otras maneras, como en aquel primer debate que tuvo con Rajoy ante la televisión, en la campaña electoral de 2015. Corrían otros tiempos y en lo que se afanaba Sánchez, a diferencia de lo que busca ahora, era en demostrar que, si Pablo Iglesias era capaz de vapulear a los líderes de la derecha y de atraer con ello la intención de voto, él no se iba a quedar atrás y arremetería como el que más.

El agradable tono de voz de Sánchez oculta el griterío de quienes están con él y sostienen su gobierno

Pero, aunque una amable representación teatral, adaptada a las necesidades e intereses del momento, tenga sus réditos, no por eso desaparecen las realidades que se pretenden esconder tras ella. El agradable tono de voz de Sánchez oculta el griterío de quienes están con él y sostienen su gobierno. Por mucho empeño que se ponga en disimularlo, no se puede estar en el centro cuando uno se alía con la extrema izquierda y con el independentismo que ha dado vivas muestras de estar dispuesto a romper el Estado por las bravas. Justo al revés, en el centro está quien, de entrada, admite que, más allá de él y de los suyos, hay otra mitad, al menos, que piensa de otra manera. Y está en el centro el que procura que esa otra mitad y los partidos que mayoritariamente la representan se avengan a acuerdos que permitan una evolución no traumática de la sociedad. Los partidos que participan legalmente en los sistemas democráticos y liberales pueden hallarse en la zona cercana a su centro político o en su periferia. Cuando los partidos periféricos, que solo provisional o superficialmente admiten el sistema, desplazan a los que, por convencimiento y por apoyo electoral, lo resguardan, se producen situaciones tan estrafalarias como las que ahora vivimos en España, con un Gobierno central sostenido por quienes no creen en las instituciones del Estado y ni siquiera comulgan con su integridad territorial.

La antipatía para con el centro y la derecha contrasta llamativamente con su melosa relación con los radicales de la izquierda y del nacionalismo

Por otro lado, no es del todo verdad que Pedro Sánchez mantenga ahora formas dialécticas moderadas. Maneja hábilmente el tono de voz, pero el contenido de sus discursos y la actitud ante los portavoces de otros partidos varía mucho de unos a otros. Cuando la oposición critica su gestión, el presidente responde con crudeza y, olvidado de la cordialidad, puede llegar al ataque personal e insidioso, como el que lanzó contra Edmundo Bal en la sesión a la que me he referido al principio. La antipatía para con el centro y la derecha contrasta llamativamente con su melosa relación con los radicales de la izquierda y del nacionalismo.

Aunque busque parecer moderado, Sánchez solo ocupa una posición de centro, manipulando y siendo manipulado, respecto a aquella mitad de España que se identifica con la izquierda en sus diversas versiones y exigencias. Actúa como si este suelo en el que vivimos todos se hubiera repartido entre los de derechas y los de izquierdas y él solo gobernara en el territorio de la izquierda. Pero aquí no hay un Pakistán y una India, separados para albergar poblaciones religiosa y culturalmente diferentes, sino un mismo país. Quien gobierne con cabeza tiene que, al menos, hacerse cargo de esa realidad y, si, además, pretende ubicarse en el centro, debe conjugar los intereses de ambos lados, cosa que es bastante más difícil que la mera modulación de la voz.

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