En la historia de cada nación, de cada pueblo, siempre han existidos modas, tradiciones y costumbres que aún pasado mucho tiempo, han sobrevivido…y especialmente las más vinculadas a los pueblos, como la reciente fiesta de las Aguederas en nuestra provincia, donde cada año se afianza más.
La presencia del desgraciado Covid, que se llevó por delante a numerosos personas, sobre todo en sus comienzos, es indudable que ha influido en algunos cambios de costumbres e incluso en traernos otras nuevas. Porque, por ejemplo, ¿quién iba a pensar antes de la epidemia, que en pleno mes de febrero las terrazas de los bares estuvieran al completo muchos días (en lo que también ha influido decididamente el cambio climático), incluso hasta horas avanzadas de la noche, aunque sea con el auxilio de las estufas de gas?
Durante muchos años nunca han faltado, en las primeras horas del día y antes de iniciar la jornada laboral, los “chupitos” y el “carajillo”, que sirven para animar a levantar el ánimo. Costumbre que ahora se ha incrementado con el cafelito (o cafetito) de mediodía, “auxiliado” de un pincho en cuya preparación se esfuerzan y esmeran los cocineros de bares y restaurantes. Y esto puede comprobarse (exceptuemos los días “malos”, en los que hay que refugiarse en los interiores de los locales) por todos los barrios de la ciudad, en los que la profusión de bares y bares-restaurantes animan a visitarlos con la frecuencia que nos sea posible.
El cafelito de mediodía casi se ha hecho inevitable, porque aparte de representar un alto en la tarea laboral, de mayor o menor duración, siempre ofrece la oportunidad de tener unos minutos de charla con los compañeros…o de tertulia más prolongada a cargo de cuantos pueden ampliar ese tiempo de relajamiento, en el que, claro está, se da oportunidad a la lengua para trabajar lo suyo.
Simultáneamente al café mañanero va la preparación, en los restaurantes, de las mesas reservadas para el almuerzo, dado que en nuestra ciudad son bastantes los visitantes que acostumbran a pedir la “carta” a partir del mediodía.
Pero… volvamos un poco la vista atrás, que suele ser inevitable en estos comentarios un poco costumbristas, al estilo (salvando la enorme distancia entre los suyos y estos modestos míos) de los del periodista y escritor madrileño Ramón de Mesonero Romanos sobre el Madrid típico y antiguo –precisamente en uno de ellos menciona “la manta segoviana”).
Volvamos la vista atrás, decía, y no con la nostalgia con que Ascensión y Joaquín, protagonistas de la habanera de “La del manojo de rosas”, del maestro Sorozábal, cuando a dúo cantaban eso de “¡Qué tiempos aquellos! ¡Qué tiempo perdido! ¡Que tiempo querido1¡Qué pronto se fue, para ya en la vida jamás volver!”. (Letra de Fco. Ramos y A. Carreño).
Al mirar atrás, ahora que estamos presentando a los “cafés” como protagonistas de estas líneas, hay que recordar algunos de los que en Segovia eran representativos del servicio al público, incluso con la presencia del “echa”, del limpiabotas, de la cerillera…: La Suiza, Columba, Venecia, Castilla, El Racimo de Oro, Bar Turismo y una lista que puede ser completada por el amigo lector hasta “muy lejos”. Y si “vamos”, ahora sí, “lejos de localización”, podemos dejar constancia de algunos de los cafés notables que han tenido, o tienen, historia: New York Café, en Budapest; Florian, en Venecia; Café de la Paix y Café Deux Magots, en París; Café Imperial, en Praga; Café Central, en Viena…y la lista (de la que conozco algunos) se puede continuar si echamos una ojeada a Wikipedia. Pero más cerca de nosotros tenemos El Rinconcillo, en Sevilla; el Royalty, en Salamanca; el Iruña, en Bilbao…Bien, y en Madrid el Gran Café de Gijón y El Comercial, como ejemplos de antigüedad y veteranía.
También es obligado recordar al hace mucho tiempo desaparecido madrileño Café Pombo, local que se hizo famoso por la tertulia que en su sótano fundó y dirigió el no menos afamado escritor Ramón Gómez de la Serna (que “algo” tuvo que ver también con Segovia). La tertulia estuvo integrada por escritores, poetas, pintores…Tomás Borrás, Manuel Abril, José Bergamín, Mauricio Bacarrisse, Pedro Emilio Coll, Salvador Bartolozzi, José Cabrero y José Gutiérrez Solana, autor del famoso cuadro en el que retrató a todos los componentes de esta tertulia que, por cierto, la mesa a cuyo alrededor se sentaban los participantes se puede contemplar en el Museo Nacional del Romanticismo, en Madrid.
Si el amigo lector quiere ampliar noticias, anécdotas y demás simpáticos “sucedidos” en el histórico café, no tiene más que echar mano del libro de Ramón ”Cosas de Pombo”. Un ejemplo: En el primer capítulo, “El café como institución”, escribe: “La Academia de la Lengua no permite encabezar con mayúscula Café, como tampoco Banco, y por eso, al citar con los mismos signos al Café como local y como bebida, resulta que indistintamente entramos en una taza de café o nos bebemos un local con sillas y toda clase de enseres, resultando por lo mismo que Banco siempre con minúscula parece un banco de arruinados en una plaza pública. Cuando las cosas significan como sustancia y como local lo mismo, hay que permitir esa mayúscula. Así, si taberna y vino se llamasen vino, el Vino taberna habría que mayusculizarlo. Yo, en rebeldía con la regla académica, pongo mayúscula a Café salón de la holganza espiritual, sitio en que dilucidar lo divino y lo humano, punto de cita con la vida pública que lleva la fecha de nuestro tiempo.”
P/D. De la desgraciada situación actual de la política española, más vale no comentar.
