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El Brexit de Briand

por Julio Montero
5 de enero de 2022
JULIO MONTERO 1
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Intrascendente celebración

Lo que la prensa llama crisis económica suele producirse para la mayor parte de la gente varios años antes, no muchos; pero sí unos pocos. De hecho, cuando los políticos reconocen que hay crisis económica es cuando se está empezando a remontar, quizá porque haya tocado fondo. Por ejemplo la llamada crisis de 2008 se la comió Pili con patatas unos cinco años antes. La editorial en la que trabajaba desde hacía décadas, una de esas empresas seguras que quiebran solo de vez en cuando en las crisis, decidió reducir costes mediante ajuste de plantilla, que es como los directivos llaman el echar gente a mansalva a la calle.

El siglo y medio de lucha sindical y la sensibilidad creciente de los políticos para evitar problemas han logrado que los despidos se dulcifiquen con indemnizaciones. Y es verdad, las penas con pan son menos. No era para hacerse millonaria, pero la cantidad no estuvo mal para aquel entonces. Lo que le tocaba era decidir cómo organizar su vida profesional los años siguientes hasta asegurar su cotización y jubilarse.

La cosa se resolvió bien: la crisis le permitió alquilar barato un pequeño local comercial en una zona céntrica de mucha circulación de gente… y puso una librería, más de lance que ‘de viejo’. Era una buena opción. No requería mucha inversión inicial; ella sabía todo de libros (tantos años en la editorial con más tradición y potencia); Juan Miguel podía ayudarla si se requería atendiendo aquello y mientras podría leer y ver libros desechados (casi un anticipo de su paseo semanal al Rastro); era cómodo y se podía abrir y cerrar con cierto margen cuando mejor le viniera…

Uno de sus primeros clientes fue Briand. Tuvo su preocupación inicial al verle traspasar la puerta, porque le conocía. Era el mendigo de la esquina de al lado; la de ‘Pans and Company’. En un pequeño rincón retranqueado había establecido su casa, al menos el lugar donde dormía, leía y tenía amontonados sus escasos enseres básicos. Olía a lo que huele un cuerpo mal ventilado, a demonios. Más que mendigar, dejaba que el personal, en una suerte de voluntariado, colaborase en su mantenimiento, sin presión alguna por su parte. Él leía, en invierno arropado por sus dos perros, dejaba un vaso de plástico por delante, en el suelo, y permitía, casi toleraba, que algunos peatones solidarios le echaran algunas monedas. Mientras tanto, estaba centrado en lo suyo, en la lectura.

Briand estaba integrado en el barrio. No solo como parte del paisaje. No se sabía cómo la gente de la zona sabía su nombre. Prestaba servicios a la comunidad: y no lo digo de broma. Echaba una mano aquí y allá: ayudaba a las ancianas (y a los ancianos) a transportar la compra desde el mercado (la del día, o la de la semana); constituía un primer filtro de información básico sobre lo fundamental: si alguien quizá anduviera enfermo porque hacía días que no le veía circular por sus habituales recorridos… incluso completaba olvidos acercándose a donde hiciera falta de los alrededores.

Como ocurre en cualquier pequeña comunidad, y eso son los barrios en las grandes ciudades; aunque todos fueran vecinos, unos eran más vecinos que otros. Briand sin tener enemigos, disfrutaba también de algunas amistades mejores. La preferida probablemente era la de Luisa, que se detenía a hablar con él, le preguntaba por su ciudad de origen (Bristol) y por sus perros, con interés de verdad, y le dejaba siempre algunas monedas. Nunca se supo en qué idioma hablaban, porque el británico –en esto era muy de su país- no había hecho esfuerzo alguno por hablar castellano: o si lo hizo no se notaba. En lo que sí había empeño, sin que fuera un charlatán ni mucho menos, era en comunicarse con los demás.

Pili por entonces era nueva en el barrio y desconocía aún aquel submundo de tramas humanas. Por eso no vio entrar en su librería a Briand: lo que captó fue que estaba ante un problema. Desde luego, no estaba dispuesta a montar un número y menos aún por repartir cultura gratuitamente. Se acercó decidida al acompañante de los dos perros, que había dejado obedientes en la puerta del establecimiento a requerimiento de la propietaria. Miraba primero y ojeaba después algunos libros de los desparramados por la inmensa mesa central de cada tres a cinco euros. Hubo lo normal: silencio largo primero, saludo de comerciante luego. Entonces se confirmó que no era de por aquí. Mediante signos, palabras sueltas, señalamientos con el dedo, interrupciones para pensar y hacer memoria, lograron entenderse: quería libros en inglés.

En la tienda había un ‘fondo en inglés’: y estaba al fondo. Hacia allí se dirigió Briand la primera vez mientras miraba curioso las estanterias. No eran muchos, pero sí buenas ediciones de clásicos de todos los tiempos: desde Jane Eyre hasta Sheaskespeare. Los miró con cuidado y se sentó en el suelo junto a la estantería y una silla. No hubo modo de convencerle de otra cosa.

Escogió dos libros que Pili se ofreció a regalar. No hubo modo: Briand se empeñó en pagarlos. Llegaron a un acuerdo: pagaría dos y los iría cambiando según los terminara. En fin, un sistema de préstamo circulante que funcionó regularmente… De alguna manera Pili había entrado en el barrio de su mano.

En junio del 2016 los británicos aprobaron su salida de la Unión Europea. No consultaron a Briand. Luisa llevaba tiempo insistiéndole en que debía regresar a su país: allí estaría mejor que en la calle. En un momento de entusiasmo se ofreció a pagarle el billete de avión a Bristol. Algún año después el mendigo pasó por la librería: a devolver el último par de libros que tenía. Pili le reconoció, pero había cambiado: aseado, limpio, con buena pinta. Le dijo que se marchaba: había aceptado la propuesta de Luisa. Aquello fue su ‘brexit’ particular, el fin de una estancia, de un intento de integración lleno de buena voluntad por ambas partes, pero limitado. El viaje al final lo pagó Luisa: porque siempre hay alguien que paga.


(*) Catedrático de Universidad.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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