Permítanme que les cuente un episodio, una farsa, un chiste… defínanlo ustedes. “Dos vecinos esperan en un paso de cebra y en ese mismo instante un coche pasa a toda velocidad. -Imagínate que pasa un peatón. -O una persona, responde el otro”. En el mundo negocio de la liga de fútbol profesional uno no sabe si los jugadores, ellos, ellas, son deportistas que juegan al fútbol de forma profesional o son simples activos con valor monetario, propiedad de una empresa, de un club. Sabiendo que los futbolistas son “peatones”, adentrémonos en el monopolio.
Si nos fijamos bien, ¿quiénes son los que más dinero ganan en la competición liguera y en los torneos europeos? El Fútbol Club Barcelona y el Real Madrid, que son los que siempre ganan la liga. Cierto que entre los 18 restantes equipos que conforman la liga, surge algún bravucón que los reta, pero dicho timbre no pasa de ser una baladronada y la mayoría de las veces, siempre, al equipo valentón le es imposible repetir dicha proeza, le falta dinero y los posibles jugadores de valor son comprados por los grandes para evitar de esta forma una rivalidad que les posibilitara ganar la liga de primera división o a veces quedar entre los cuatro primeros para, así, participar en la prestigiosa, y bien remunerada Liga de Campeones (Champions League)
No recuerdo quién el otro día me comentaba que con la llegada de las futbolistas a la primera línea de juego encontraríamos un cambio mucho más sustancial que no solo ver mujeres balompédicas en un verde campo de juego. Deseábamos una liga más competitiva, con más rivalidad, una lid más igualitaria, pero Nihil novum sub sole. La rivalidad sigue igual de poco competitiva y el mercado de fichajes continúa rigiéndose por el mismo esquema que en las competiciones masculinas. Lo que pago por una deportista tengo que recuperarlo no solo en el campo de juego, su buen hacer como jugadora, sino también en el caro mercado de fichajes de futbolistas. La misma metodología, comprar barato y vender caro. Y para evitar que los equipos rivales puedan llevarse a los mejores jugadores o jugadoras ofreciendo mejor ficha, les pongo un elevado precio de compra y evito su fuga.
Me encontraba el otro día con la amiga Julia. Ella muy enfadada me contaba, tomando en vaso de papel un café en un banco de la plaza, que su asalariado Alfredo se iba a trabajar con la competencia y tenía que pagarle el finiquito. “Él, que todo lo que sabe del oficio lo ha aprendido en mi casa”. No te exasperes, comenté, si en lugar de poner el negocio que has puesto hubieses creado un equipo de fútbol, sería él quien tendría que pagarte a ti para poder marcharse libremente y no al revés. Sonrió y terminamos el café.
Junto al amigo Alberto y a su hermana Isabel, íbamos con otros amigos y amigas, tras cruzar como personas el paso de peatones, a jugar un amistoso partido de fútbol. Ella, Isabel, dijo que nosotros los varones somos futbolistos y ellas, las mujeres, futbolistas. Comenzó el encuentro.