El grandísimo sociólogo francés Henri Lefebvre, experto en temas urbanos, dejó escrita cierta reflexión que se me quedó grabada. En la medida que el acceso a la Ciudad Prohibida, residencia de los emperadores chinos en Beijing –o Pekín-, quedaba vetado al común de los mortales, con la excepción de los eunucos –el último de los cuales escribió sus memorias-, el centro real de la urbe se desarrolló a sus puertas.
La Plaza de Tiananmén -señalada por la tragedia- es espacio hipervigilado. Su función principal consiste en la representación del poder. Nunca he visto tanta gente junta como la concentrada en dicho perímetro durante mi visita (2013), en fechas coincidentes con el aniversario del triunfo de la “Larga marcha” (1949), cuando los visitantes de todo el país son multitud. En cierta medida, Tiananmén es una segunda ciudad prohibida, prolongación neoimperial de la primigenia. En los años distópicos de la “Revolución Cultural”, las masas se emocionaban al desfilar frente a Mao Zedong. Y el mausoleo del “Gran Timonel” se puede visitar en este emplazamiento urbano, aledaño a la sede del Partido Comunista y testigo de la historia.
El centro vivo de Beijing se ha desplazado un poco más allá, hasta dos calles peatonales –cada una en lados opuestos de la plaza faraónica- que recuerdan a la madrileña Preciados. Ambas albergan la doble sede de un mítico restaurante de pato laqueado, en cuyo exterior hacen cola los turistas llegados de provincias. El ritual de preparación recuerda al del cochinillo segoviano, razón por la cual los turistas asiáticos aplaudían cuando veían cómo se troceaba el cerdito asado con un plato en la terraza de Cándido, restaurante también ubicado a la entrada de otra antigua ciudad prohibida. Ya ven: qué fácil ha sido el arribo al acueducto desde la capital de China. Como plantean Física Cuántica y religiones orientales, todo está relacionado entre sí. Y nuestro planeta, tan pequeñito, era aldea global antes de la pandemia.
La Segovia medieval, alzada sobre una montaña, presentaba ciertos paralelismos con la Ciudad Prohibida de Beijing. Se trataba de un espacio urbano poco poblado; y tres estratos muy definidos eran vecinos principales: la nobleza; el clero; y los judíos, como minoría étnica con enclave diferenciado (judería). Los canónigos de la catedral también disponían de distrito propio (canonjías), cerrado al exterior –y, en especial, a las féminas-. Las cosas siguieron igual durante el Antiguo Régimen, cuando se afianzaría el barrio de los caballeros. Los conversos más acaudalados, eje de la burguesía textil durante el siglo XVI, entroncaron con la nobleza, cual historia “gatopardiana” repetida en tantas épocas y lugares.
Como en el título del tango cantado por Tita Merello, artista de raza, la población mayoritaria de Segovia era arrabalera. Desde unos orígenes rurales predominantes, plazas como las de San Lorenzo traían el pueblo a la ciudad. Eso sí: extramuros; y eso marca. Como en una popular serie británica de televisión de los años setenta, los de arriba y los de abajo –nunca mejor dicho, dada la orografía segoviana-. Otra historia repetida: cómo advirtió el gran reportero Kapuscinski, en su libro “Imperio”, que las aldeas rusas vivían dentro del Moscú soviético.
La muralla era frontera, más subliminal que espacial. Intramuros, un territorio extraño para el pueblo llano. Por su parte, los arrabales quedaban demasiado lejanos en el imaginario de las élites. Una cuestión de estatus y segregación espacial, que se mantiene en las grandes metrópolis con diferencias sociales muy hondas –caso que ya no es el de Segovia-.
En aquella ciudad dual, el Azoguejo, conocido como uno de los centros de referencia de la picaresca española, tal como aparece reflejado en varias obras literarias del Siglo de Oro, era punto de encuentro vecinal. Un centro inclusivo de carácter interclasista, donde intersectaban intramuros y extramuros, más abierto y menos elitista que la Plaza Mayor. Se trata de centralidades fronterizas, como Plaza Italia -o Baquedano- en Santiago de Chile, linde psicológica entre el centro popular y el exclusivo “barrio norte”. Allí funcionaba con gran éxito, hasta el estallido social de 2019, la Fuente Alemana, el lugar más emblemático y accesible de la ciudad para degustar el mejor sándwich chileno a pie de barra.
En el siglo XXI, el Azoguejo sigue ejerciendo como frontera inclusiva. Un día de la Constitución (2019), dos ancianos se cruzaron en los inicios de Padre Claret. Uno subía desde el centro; y le dijo a su interlocutor: “¿dónde vas, niño?, ¿sabes lo que hay metido ahí?”. Ya saben: la jornada en que acueducto y alcázar reciben mayor número de visitantes, si el tiempo acompaña.
El casco histórico intramuros de Segovia no cesa de empobrecerse
La vitalidad de las calles depende de la diversidad en tipos de transeúntes, según tramos horarios. Desde dicha óptica, el casco histórico intramuros de Segovia no cesa de empobrecerse, cual territorio en vías de colonización por turistas y estudiantes internacionales –pioneros de un proceso de gentrificación juvenil-. Por su parte, la disolución de la urbe en aglomeración dispersa, expandida como mancha de aceite vía municipios colindantes, propicia centrifuguismo y repliegue del espíritu urbanita. En otra fecha señalada –que bien podría haber sido este último Viernes Santo-, con afluencia máxima de foráneos, en torno a las 13.30 horas, la empleada de un comercio de Vía Roma hablaba por teléfono con su hija adolescente: “qué locura, ¿cómo se te ocurre decirme que vas al centro?”. No olvido un comentario vertido por Pablo Martín Cantalejo en este diario: muchos jóvenes segovianos desconocen el Paseo del Salón. Imagino que no se equivoca.