Decía Julio Caro Baroja que España era un país poco dado a las tradiciones, salvo que estas conllevaran también la celebración de una fiesta. Por eso es siempre noticia que se repitan algunas de ellas como la del Voto de San Roque, que desde 1599 vienen rindiendo los mayordomos, regidores y alcaldes del concejo de Segovia por la atribuida intervención del santo en la superación de la peste de ese año, que según Diego Colmenares se llevara a 12.000 segovianos por delante. Es muestra de inteligencia que los políticos, con independencia de su confesión particular, sigan renovando una tradición tan secular en la ciudad. El Estado español no es un Estado laico, sino aconfesional –artículo 16 (3) de la Constitución-, lo cual le diferencia ostensiblemente de otros, como la República francesa; quiere ello decir que aunque no profesa ninguna religión sí da relevancia y reconocimiento a las creencias de la sociedad. Y a la única que cita la Constitución es a la Iglesia católica. Francia, en cambio, ni reconoce ni da prevalencia a ningún culto, solo garantiza que se puedan desarrollar con libertad como derecho individual de los ciudadanos. Por eso, no casa lo estupendos que se ponen algunos de los políticos municipales ante este tipo de tradiciones ni ante la presencia de representantes municipales, y en esa condición, dentro de un templo católico. Personalmente no me cuadra –y es una opinión personal- que se siga manteniendo la postración del máximo representante de los segovianos ante la figura del santo, pero no es un asunto en sí relevante. Que la alcaldesa asuma con orgullo la historia de su pueblo y lo represente allá donde fuera, sí lo es.
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