Tras el mal resultado cosechado por los partidos del Gobierno en las recientes elecciones municipales y autonómicas, y la consiguiente disolución de las Cortes las maquinarias electorales suben de revoluciones y desde la oposición se viene hablando del ‘Sanchismo’ como algo a lo que vendrían a “derogar” y que correspondería a las leyes, políticas o actitudes que ha desarrollado el Gobierno de coalición durante esta legislatura. Evidentemente para este último, el ‘Sanchismo’ es algo que hay que perpetuar, porque, seamos sinceros, lo normal es querer permanecer en la moqueta y el despacho. Pero ¿perpetuarse a cualquier precio?, aquí ya hay matices, decía Albert Camus que “la libertad consiste, en primer lugar, en no mentir. Allí donde prolifere la mentira, la tiranía se anuncia o se perpetúa”.
El 27 de junio pasado el presidente del Gobierno asistió a un conocido programa televisivo nocturno en el que apenas dejó a su conductor que le hiciera preguntas. La expectación era máxima, no sólo por ser el programa de más audiencia sino porque esta legislatura el jefe de Gobierno no ha querido asistir a aquellos programas de entrevistas cuyos periodistas han puesto en duda sus políticas. En aquel intento de entrevista, por segunda vez en poco tiempo, el entrevistador le preguntó a nuestro presidente por los múltiples y repentinos “cambios de parecer” que ha tenido durante la legislatura, y nuestro protagonista se comparó con Adolfo Suárez y Felipe González. Podía haberse comparado con Kennedy, Nelson Mandela, Gandhi, Julio César o Alejandro Magno, pero en un acto de infinita modestia solo lo hizo con el más importante padre fundador de nuestro sistema político constitucional de la Transición, si no mencionamos a D. Juan Carlos.
«Mentir, a mi juicio, es decir algo que sabes que no es cierto con la intención de engañar: ¿Suárez mintió cuando dijo que no iba a legalizar el PCE y luego lo legalizó? (…) eso no es mentir, es rectificar” fueron las palabras del Sr. Sánchez para justificar sus erráticos cambios de rumbo durante esta legislatura en un claro ejemplo de arrimarse a un político de prestigio sobre el cual no dudó en encender el ventilador de la zupia sembrando la duda sobre un gigante de nuestra Transición. De Gaulle decía “Dominarse a uno mismo, debería convertirse en un hábito”.
Y tengo que confesar que cuando citó a nuestro Adolfo Suárez di un respingo porque la legalización del partido comunista fue uno de los actos de mayor grandeza y audacia de la Transición que contra el criterio de muchos (Henry Kissinger y Felipe González entre otros) le pudo costar a Suárez su carrera política. Las diferencias entre Suárez y Sánchez son muchas, pero no solo Suárez nunca dijo en público que mantendría ilegalizado al PCE (a pesar de que en países con más pedigrí democrático que España, era un partido proscrito, como en República Federal de Alemania), sino que lo hizo dos meses antes de las elecciones que posteriormente le ratificaron lo acertado de su decisión. Sánchez por el contrario ha “rectificado” la mayoría de sus declaraciones en la primera parte de la legislatura con la esperanza de que, según se iban acercando las elecciones, los votantes se fueran olvidando de aquello y se pudiera vender un supuesto avance social feminista o una situación económica boyante, ambas cosas cuanto menos discutibles si por avance se considera la reducción de penas que han tenido aquellos a los que querías castigar, o ciertos indicadores económicos como la mayor caída de PIB per cápita de la UE desde 2020 según Eurostat .
Y una vez más, en la línea de desacreditar la Transición, que ha supuesto la Ley de (des) Memoria de esta legislatura, nos pretenden revolver contra aquel presidente de Gobierno que fue capaz de desmontar un régimen autoritario, convocar unas elecciones libres, sumarse a la Ley de Amnistía que reconciliaba 40 años de “apartheid” político, acordar unos Pactos de la Moncloa para combatir una inflación de dos dígitos, padecer un terrorismo sin piedad, enfrentarse gallardamente a un golpismo caduco, promover una Constitución que unió a los españoles, e iniciar los procesos de integración en las organizaciones defensivas y europeas de nuestro entorno.
Y fue precisamente en la campaña electoral para las elecciones del 15 de junio de 1977 cuando Adolfo Suárez a modo de decálogo sobre el que se basaría su forma de gobierno dijo aquello de “puedo prometer y prometo”, que visto con la distancia cumplió hasta el último de ellos, especialmente el último: “Puedo, en fin, prometer y prometo que el logro de una España para todos no se pondrá en peligro por las ambiciones de algunos y los privilegios de unos cuantos”.
Pero es que, además, el presidente Suárez hizo que el PCE cumpliera la ley aceptando los valores político-democráticos que despuntaban, cuyos símbolos eran y son la bandera y la Corona, mientras en ese programa televisivo y en referencia al referéndum ilegal de 2017, como si fuera un Puigdemont cualquiera, el Sr. Sánchez habló de los errores de “judicializar un conflicto político”, para terminar con una máxima del populismo: “qué es la democracia, sino elegir”. Doña Emilia Pardo Bazán decía que el verano no deja de ser una cuestión de ropa, bueno, pues la democracia no deja de ser una cuestión de respetar la ley y las minorías.
Porque sin entrar a fondo de lo que es el Sanchismo, el respeto a los procedimientos -esto es, a la ley- es algo que ha brillado por su ausencia esta legislatura, provocando una “desustanciación” (profesor Eloy García) en la que los cuerpos pierden su contenido esencial y se vacían materialmente, quedando reducidas a puras formas que tienen la apariencia de lo que dicen ser, pero no su contenido porque están vacías. La degradación de los procesos legislativos y la deslealtad institucional -que viene denunciando la Fundación Hay Derecho- ha dado un salto cualitativo esta legislatura, traduciéndose en una peor calidad legislativa de nuestras leyes y democrática de nuestras instituciones.
Como ha dicho en León recientemente el rey con motivo de la Conferencia internacional para conmemorar el ‘Día internacional del parlamentarismo’, la democracia “es debate, confrontación de ideas y posiciones, pero dentro de un espacio común en el que se comparte la creencia en el valor de la verdad”. Tengo serias dudas de que a nuestro presidente del Gobierno los españoles le dejaran terminar la frase “Puedo prometer y prometo…”. Nos queda por tanto saber, si de cara a esta campaña electoral y posteriores comicios, a partir del 23 de julio el Sr. Sánchez seguirá siendo ese artista que según Scott Fitzgerald es aquel que puede mantener dos puntos de vista opuestos y todavía funcionar, o por el contrario llegará el momento en que los españoles pactemos con nuestros propios principios para perpetuar lo mejor de nosotros mismos.
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(*) Es director de la Fundación Transición Española
