La esperanza es ese sentimiento que se resiste a abandonar el graderío de La Albuera al final de cada partido de la Gimnástica Segoviana. Aunque la clasificación está apretada y la permanencia en Primera RFEF se ha convertido en una gesta cada vez más desafiante, lo verdaderamente admirable no se refleja en la tabla, sino en el carácter del equipo.
Este año, el club está protagonizando una exhibición de tesón que merece reconocimiento. Las lesiones han hecho estragos, la fortuna (como con el Atleti) hace tiempo que decidió irse de vacaciones y, para colmo, los rivales (hasta de otros grupos) parecen contar con generosas y diferenciales chequeras. Sin embargo, ni la directiva, ni el cuerpo técnico, ni mucho menos los jugadores han bajado los brazos. Al contrario, han encontrado en la adversidad el reto para demostrar que el carácter de este Club es ejemplar.
Ramsés ha sabido convertir los contratiempos en oportunidades, dando paso a la cantera con valentía y convicción. Ver a jóvenes como Oliva y Maroto crecer futbolísticamente es un motivo de orgullo. Y no solo por lo que aportan, sino porque encarnan el espíritu de lucha que distingue a este equipo. Por eso es justo quedarme a aplaudir a los jugadores al final del partido, antes de que se vayan al vestuario, independientemente del resultado.
Me gusta ver su actitud en el campo. No es fácil mantener la entereza cuando los resultados no acompañan, pero este equipo se niega a rendirse. Compite de tú a tú con rivales que tienen muchos más recursos y lo hace con una dignidad y un punto de osadía que convierte cada partido en una epopeya moderna.
La permanencia sería una alegría inmensa, pero, pase lo que pase, esta Segoviana ya ha ganado algo más valioso: el respeto de todos y el corazón de su afición. Porque aquí no se rinde nadie. Y eso, amigos, vale mucho más que tres puntos.
