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”El algoritmo trucado”

por Santiago Sanz Sanz
10 de febrero de 2025
en Tribuna
SANTIAGO SANZ
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Hace unos días, paseando por Ezequiel González, escuché a un padre decirle a su travieso hijo que era “más malo que un algoritmo trucado”. El niño, por un instante se le quedó mirando, escaneándole de arriba a abajo, entre desconcertado y sorprendido, intentando procesar por unos segundos lo que acababan de decirle antes de echarse a reír divertido y salir corriendo por los Jardinillos.

Pensé que el padre acababa de librarse de una buena al no tener que explicarle al niño qué era eso del “algoritmo trucado” y todo ese lío relativo a la información digital a la que viene supeditado, o a lo mejor es a la inversa. En cualquier caso, yo tampoco lo tengo muy claro, pero por la repentina preocupación política que se está generando, pudiera ser algo de alta sensibilidad y bastante dañino, porque, según dicen algunos políticos, en caso de un uso negligente del mismo, podría destruir el criterio y el discernimiento del ciudadano. Al menos ese es el argumento a modo de “prospecto”, que ostentan aquellos a quienes antes les venía estupendamente y ahora pretenden regularlo.

Llevamos toda la vida experimentando la influencia mediática –digital o no- y la impresión que tengo es que, en general y tras las decisiones colectivas que desde las urnas hemos manejado, tampoco salimos muy bien parados. Por ejemplo y a modo retrospectivo; salvo en lo que respecta a la defensa, como colectivo nos hemos situado en la cabeza del ranking -o poco nos falta- de los mejores y más estrictos cumplidores de todas aquellas directrices nacionales e internacionales de índole social, económica y sobre todo medioambiental. Además, lo hacemos siendo extremadamente complacientes, dándole la tajada más gorda a los nacionalistas, aplicándonos todas aquellas medidas que, aun siendo presumiblemente contraproducentes para los principios de igualdad democráticos, las acatamos encantados en cada uno de sus requerimientos, haciendo gala para ello de la mayor y más amplia gama de las capitulaciones que nos han posicionado en un nivel de vasallaje inédito.

Respecto a los asuntos del exterior, nos mostramos igualmente “espléndidos”, sobre todo desde que entramos en el club de la UE y dejamos de encomendarnos “al santoral”, prescindiendo de nuestra propia identidad nacional para confiar a pies juntillas en los europeos. Somos tan espléndidos que asumimos con lealtad y disciplina todas las “recomendaciones” sobre regular, derogar, legislar y dinamitar lo que sea. Ya saben que esto último es una manera de hablar, aunque prestos y sin rechistar, parece que nos da lo mismo una presa que una central nuclear y hasta el propio estado del bienestar. Pero tranquilos, que por obra y gracia de, no sé si un algoritmo o nuestro criterio dormido, seguimos sin indignarnos lo más mínimo ni asumimos la gravedad de todos esos relatos retorcidos, en el contexto de una presunta corrupción más propia del tercermundismo y del voraz trapicheo político que zarandea a una separación de poderes que a duras penas sostiene a un debilitado Estado de derecho. Y todo, sin percatarnos del riesgo. Y aunque desde el rumoreo digital se comente que a Europa y al resto de aliados, hoy por hoy, les importemos un bledo, actuamos al respecto, o mejor dicho, no lo hacemos, esperando que “desde Bruselas” vengan a sacarnos las castañas del fuego.

Será culpa del algoritmo que nos nubla el seso o quizás de las decisiones de algún político el que demos la impresión de ser demasiado permisivos. Lo digo porque no vaya a ser que, más que la economía, sea esa otra circunstancia, la de “todo un país sometido a las minorías independentistas y a ciertos intereses particulares”, la verdadera clave del éxito del que se vanaglorian algunos. Teniendo en cuenta que “la bonanza”, no parecemos notarla mucho en el ámbito doméstico y como seguimos supeditados al alineamiento ideológico y los objetivos particulares de quienes nos apremian, pues allá cada uno con su criterio, aunque echándole más leña, es como si pareciera que abanderamos cada una de las ocasiones en las que, sin saber por qué y cada vez con más frecuencia y aun pareciendo una competencia directa para nuestros sectores más productivos y estratégicos, beneficiásemos los intereses de “terceros”. Como el caso de Marruecos. El mismo que se ha posicionado como el socio más fiable en la región para los EUA e Israel. Esto ya no sé si por el algoritmo o ya podrán preguntarse por qué. Como también deberíamos preguntarnos quién es el primer beneficiado en buscar, desde un escenario de censura y desinformación ordenado, el desconocimiento y el desinterés generalizado, para poder aplicarnos el bálsamo de los crédulos y sumergirnos en los trágalas del asentimiento perpetuo que nos nuble el discernimiento y la capacidad de criterio. Deberíamos preguntárnoslo.

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