Segovia ha conmemorado, en 2024, el 550 aniversario de la proclamación de Isabel I como reina de Castilla, uno de los acontecimientos más importantes acaecidos en Segovia y uno de los más trascendentales de la Historia de España.
En este notable acontecimiento el Alcázar de Segovia, nuestros castillo más bello y emblemático, jugó un papel fundamental. Su imponente perfil y situación, sobre una roca pacientemente labrada por los ríos Eresma y Clamores, indica su origen militar, durante siglos inexpugnable. Es símbolo de la ciudad Vieja de Segovia, declarada Patrimonio Mundial de la Unesco en 1985.

Podemos asignar al Alcázar una antigüedad no menor a la época de la dominación romana, emparejándola con la obra de nuestro emblemático acueducto, pues en unas excavaciones realizadas en su recinto hace unos años, se encontraron sillares de granito análogos a los de nuestra emblemática Puente Seca.
La primera referencia documental sobre nuestra fortaleza se remonta a 1120, treinta y dos años después de la repoblación de la ciudad por el conde Raimundo de Borgoña, yerno de Alfonso VI. En el documento se le menciona como vallum oppidi y valladarium castelli, lo que traducido al castellano significa “obra empalizada” y “empalizada del castillo”, dándonos una idea aproximada de su construcción en aquel momento.
No es hasta 1135, con Alfonso VII, cuando aparece por primera vez en un documento la denominación de alcaçar, que según el Diccionario de la Lengua Castellana de la Real Academia Española, viene del árabe, al-qasr, que significa fortaleza.
Indudablemente el Alcázar de Segovia sirvió como lugar para la defensa, ninguno tan seguro como él, pero, conjuntamente, también fue residencia real y sede de la corte, lo que introduce en su construcción y posterior evolución arquitectónica y decorativa elementos tan inusuales en cualquier fortaleza castellana como son el lujo, el confort, o la riqueza ornamental.
Fue con la estirpe dinástica de los Trastámara cuando se inicia su etapa de mayor esplendor. La nueva dinastía de los Trastámara —escribe el marqués de Lozoya— de príncipes aficionados al lujo y a los placeres del espíritu, quiso convertir esta fortaleza en un palacio que sería el más suntuoso de Castilla, rival de los alcázares andaluces.
Este palacio y fortaleza de los Reyes de Castilla ha sido testigo de batallas, intrigas palaciegas, bodas reales y sucesos asombrosos. En su milenaria existencia, además de castro romano, fortaleza medieval y palacio real, ha sido custodio del tesoro real, Prisión de Estado, Real Colegio de Artillería y Archivo General Militar.
Entre los destacados personajes reales que se alojaron en el Alcázar de Segovia, se encuentra la figura de Isabel la Católica, que durante su vida se alojó en él en numerosas ocasiones. En 1461, la reina Juana, esposa de Enrique IV, hermano mayor de Isabel, anuncia su embarazo, y el rey decide que la entonces princesa, que contaba diez años, y su hermano menor, Alfonso, se trasladasen desde Arévalo a la corte. De esta forma, la futura reina de Castilla se incorporó al séquito de la reina Juana, residiendo casi siempre en Segovia y especialmente en el Alcázar.
En diciembre de 1473, Isabel se entrevistó con su hermano en el Alcázar después de meses de desencuentros motivados por su matrimonio con Fernando de Aragón, permaneciendo en el Alcázar durante todo el año 1474.
El 11 de diciembre de ese año falleció Enrique IV en Madrid, llegando la noticia al Alcázar el día siguiente a través del Contador Mayor del Reino, Rodrigo de Ulloa. Seguidamente, cuatro regidores de la ciudad, Rodrigo de Peñalosa, Juan de Contreras, Juan de Samaniego y Luís Mexía, llevaron al castillo el pésame de la ciudad, y, a la vez, la enhorabuena por la feliz sucesión.
Con premura, a la vez que se vestían de luto los pendones reales, se preparaba en el Alcázar la proclamación de la heredera, quien dispuso que se efectuara al día siguiente, de acuerdo con el Convenio de Guisando.
En este trascendental acontecimiento tuvo un papel muy importante el Alcázar de Segovia, regido por el alcaide Andrés de Cabrera, esposo de la dama de confianza de Isabel, Beatriz de Bobadilla. De su recinto salió la princesa Isabel, el 13 de diciembre de 1474, día de Santa Lucía, para ser proclamada soberana en el atrio de la antigua iglesia de San Miguel, en la actual Plaza Mayor de Segovia.
Ese día concurrieron en la Plaza del Alcázar todos los nobles ostentando los colores de su casa. Los Regidores de la ciudad la recibieron bajo palio. Dos de ellos conducían el caballo de la princesa, que iba rodeada de nobles. Precedían los Reyes de Armas y el Maestresala Gutiérrez de Cárdenas, Alférez Mayor del Reino, a caballo, llevando levantado el estoque desnudo, como insignia de justicia y potestad.
Tras la proclamación y rezar un Tedeum en la catedral, regresó al Alcázar, cuya artillería hizo salvas, recibiendo homenaje de fidelidad del alcaide Cabrera, que la hizo entrega de las llaves de la fortaleza, y la reina se las devolvió en señal de confianza.
Y, habiendo bebido el vino que la habían ofrecido en una copa de oro, se la regaló a Cabrera, para premiar sus méritos y acrisolados servicios, decisivos en su proclamación como reina de Castilla.
En recuerdo de aquel fausto día, quedó la tradición de que el día de Santa Lucía los Reyes de España bebieran en copa de oro y se la enviaran luego a los Condes de Chinchón, descendientes de los Cabrera y herederos de la alcaidía del Alcázar.
Cuando la Edad Media comenzaba a extinguirse, Europa y sus incipientes estados modernos contemplaron la llegada de una mujer de Castilla, Isabel I, como reina poderosa y triunfadora. Con su brillante matrimonio con Fernando de Aragón inició la unificación de España, construyendo uno de los grandes estados de Europa al que incorporaría un mundo nuevo.
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(*) Coronel de Artillería / Académico correspondiente de la Real Academia de la Historia
