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El acordeón de la concordia

por Ángel Gracia Ruiz
30 de julio de 2023
en Tribuna
ANGEL GRACIA
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No se puede negar que nos encontramos en un momento de desencanto, de enfrentamiento, de fragmentación. Desde tiempos inmemoriales, se vienen utilizando infalibles ungüentos medicinales contra esta pandemia endémica inherente al género humano, que se repite cíclicamente en el devenir de su historia. La música tiene la capacidad de conducir al éxtasis, de silenciar la mente, de eliminar el odio, de parar el pensamiento, aunque sólo sea por un instante.

El Festival de Música de Segovia, desde hace cuarenta y ocho años, nos viene deleitando con momentos inolvidables. Y es que, otra de las cualidades de los ciudadanos, del mundo en general y de los segovianos en particular, consiste en acostumbrarse y olvidar el milagro de sorprenderse. Digo esto porque, hace tan solo unos días, mientras circulaba por la Vía Roma, acompañado por un amigo argentino, éste, ante la aparición repentina de la magnificencia del Acueducto, se puso a llorar de emoción.

Uno de estos momentos mágicos, tuvo lugar la pasada noche del el día 28 en “El Jardín de los Zuloaga”. Pocos intérpretes han logrado alcanzar esa cota inaccesible del respeto y del reconocimiento por parte de todos porque, como decíamos al principio, el humano, por su propia naturaleza, siempre discrepa.

El autor francés Richard Galliano es, sin lugar a dudas, el mejor acordeonista del mundo. Tras más de cincuenta años acariciando su instrumento, ha tocado con todos los grandes, ha grabado más de sesenta discos, ha participado en todos los festivales, ha ganado todos los premios. Él siempre ha dicho que el acordeón es el único instrumento que respira, como un animal.
Y todo comenzó, como la vida misma, respirando, con una inhalación. La respiración de su instrumento, silenció a toda la concurrencia, que abarrotaba el jardín. En un acertado formato de trío, acompañado por Adrien Moignar a la guitarra española y Diego Imbert al contrabajo. El primero, deslizando sus dedos sobre los trastes a una velocidad imposible, jamás oída. El segundo, sacrificando todo su protagonismo personal en favor del lucimiento del Maestro; porque Galliano accedió hace ya mucho tiempo, al pedestal de los irrepetibles. Tango, Jazz, Clásica, con esos matices suyos, tan personales del New Tango, de la New Musette, sin pasar por alto alguna melodía de ciertas películas inolvidables.

El momento más sublime de la representación se produjo cuando Galliano posó su acordeón sobre el suelo, con extremo cuidado, en un gesto de adoración a lo más sagrado, y llevó a su boca el bisel de una pequeña acordina casi invisible. Unas notas sublimes comenzaron a entonar, en solitario, los primeros acordes de “Moon River” (Desayuno con diamantes). Andrey Hepburn resucitó en nuestros corazones. Los párpados cayeron suavemente, como el telón del escenario de un teatro, para contener un par de lágrimas de emoción y de dicha. Absolutamente sublime. Jamás se había escuchado una versión como aquella. Para entonces, esa luz de Segovia, inigualable, había pasado ya por el rosáceo de un par de nubes blancas, que vinieron a verlo y el índigo del firmamento, que se paró para escucharlo. La noche había caído sobre la cuidad. Las luces iluminaban El Parral, San Vicente el Real, San Lorenzo, La Alameda y, allá a lo lejos, el Parador de La Lastrilla, desde donde los curiosos contemplaban nuestro éxtasis, observándonos. Parapetados tras la seguridad de las inexpugnables almenas de la muralla, nos instalamos todos en la plenitud de ese espacio fuera del tiempo en el que nada se desea, porque allí se encuentra todo. Notas largas, que se extendían hasta el infinito. Acordes breves que se engullían unos a otros, sin pisarse. Tonos que se elevaban al cielo mientras otros bajaban al hogar del silencio, sin molestarse.

Y todo se fundió en una larga ovación, un poco fría, como la ciudad que la emitía, debido quizá, a que las mentes no habían sido capaces de asimilar la perfección que acababan de escuchar porque, aquella actuación, se encontraba más allá de cuanto se puede pensar o imaginar. La salida de aquel recinto de incomparable belleza, llamaba la atención por su sigilo. Los pies flotaban bajo la hierba. Era el momento ideal para pasear Segovia. Bajo la luz amarilla de sus farolas. Sobre el empedrado centenario de su historia. Y es que, esta ciudad, esconde recovecos secretos en los que los recuerdos afloran. Momentos íntimos en los que la palabra sobra. Sólo entonces nos preguntamos: ¿Qué ha ocurrido para que permitamos que nos saquen de nosotros mismos? ¿Quién se ha llevado la Concordia? ¿Tiene que venir un acordeón para recordarnos quiénes somos?

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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