Cuando se publica este artículo, la película a la que hago referencia ya no está en la cartelera de nuestra ciudad. Este es el tipo de película que los exhibidores marginan de muy diversos modos: se proyecta en un único horario y no todos los días. La cartelera se llena de películas de dibujos animados, de comedietas protagonizadas por actores populares de televisión y de subproductos de terror para adolescentes. Difícilmente el público al que le gusta el cine como medio de expresión y de transmisión de valores encuentra algo que ver.
Pues bien, a las salas llegó hace dos semanas una película condenada al fracaso en nuestra ciudad: sencilla, española y basada en hechos reales. Su título “El 47”.
Está dirigida por Marcel Barrena, cuyas últimas películas están basadas en personajes reales: gente sencilla que, en un momento determinado de su vida, lo arriesgan todo por una idea que termina transformando la realidad. Como las semillas del Reino.
En 2016, dirigió “100 metros” en la que nos presentaba a Ramón Arroyo, un enfermo de esclerosis múltiple que, ayudado por su suegro, hacía frente a una enfermedad que según le diagnosticaron no le iba a permitir caminar ni cien metros. No solo anduvo esos cien metros, sino que corrió una “ironman”, que es una carrera más exigente que la maratón, para mostrar que frene a la enfermedad sólo queda el coraje.
En 2021, Marcel Barrena dirigió “Mediterráneo”. Nuevamente un personaje real, Óscar Camps, el propietario de una empresa de socorristas de playa en la costa catalana que en 2015, ante la impactante fotografía del niño sirio Eilán ahogado en las playas de Grecia, decide marcharse a esas playas para socorrer a los náufragos. De este gesto nació Open Arms, la organización que ayuda a los emigrantes que intentan atravesar el Mediterráneo salvándolos del naufragio.
En “el 47” dirige su mirada a otro personaje real: Manolo Vital. Nos sitúa en la Barcelona de 1958 a la que llegan emigrantes de Andalucía y Extremadura que compran una pequeña parcela en la periferia para vivir y buscar trabajo. Como los de Mediterráneo, ellos huyen de la miseria y de la explotación y, aunque no son bien recibidos, están dispuestos a trabajar en lo que sea. La película nos habla de que tenían que construir una pequeña chabola durante la noche porque durante el día no se permitía pero la que al amanecer tuviera puesto el tejado, ya no se podría derribar. Así nació el barrio de Torre Baró, al que separa de la ciudad un gran desnivel y un paso muy estrecho.
Entre aquellos emigrantes se encuentra el protagonista. Una elipsis nos los presenta ya asentados en el barrio y con unas casas dignas. Es la época de la Transición, año 1978, pero el barrio sufre las carencias propias de los barrios de la periferia que apenas cuentan para las autoridades municipales, por mucho que el ayuntamiento se haya democratizado. La reivindicación de los vecinos es que el final de línea del autobús 47 sea en el barrio. Enredada en la burocracia, la demanda no encuentra eco con la justificación de que es imposible que el autobús pueda llegar allí. Entonces, Manolo Vital, vecino del barrio y conductor del autobús de la línea 47, decide demostrar que se puede llegar secuestrando el autobús y subiendo hasta el barrio. Entre los pasajeros de ese viaje insólito está un joven Pascual Maragall.
En estos tiempos de individualismo feroz, la película reivindica el movimiento vecinal, la solidaridad y el sentimiento de pertenencia, y denuncia, al mismo tiempo, la ausencia de jóvenes en estas reivindicaciones.
Un personaje secundario, pero fundamental, es el de Carmen. Es una monja que apoya desde el principio a los recién llegados pero que, tras la elipsis de 20 años, se ha casado con el protagonista. Nos encanta el personaje, pero algo falla porque junto a ella no aparece ni una comunidad, ni una parroquia. En Internet y descubrí que hubo una primera iglesia en un barracón y que en 1966 se instituyó como parroquia, regentada ahora por los salesianos.
“El 47” no es una gran película cinematográficamente hablando pero sí una de esas películas necesarias para remover conciencias y despertarnos del muermo social en el que estamos sumergidos.
