La doctora nigeriana Olayinka Koso-Thomas lucha desde hace 27 años para concienciar a las mujeres africanas contra la mutilación genital femenina, una práctica cultural que estigmatiza a mujeres de cerca de una treintena de países del continente negro que es difícilmente erradicable por la falta de formación y por la dependencia económica de muchas mujeres que realizan las ablaciones de clítoris para poder mantener a sus familias.
Koso-Thomas, que en 1998 recibió el premio Príncipe de Asturias a la Cooperación Internacional inauguró el II Encuentro con Mujeres que Transforman el Mundo, con una charla compartida con la periodista Rosa María Calaf, en la que ambas diseccionaron este problema, relacionado íntimamente con la vulneración de los derechos y libertades de las mujeres en África.
La activista social, comenzó a trabajar como doctora en Sierra Leona, donde comenzó a advertir los problemas derivados de la mutilación genital femenina a las mujeres que eran sometidas a esta práctica, algunas de ellas privadas de su clítoris con tan sólo diez días de vida.
La labor de esta mujer, que mantiene una envidiable vitalidad a sus 75 años de edad ha conseguido reducir casi en un 20 por ciento esta brutal práctica en muchos de los países que la practican, aunque señaló que aún queda «mucho camino por recorrer» para conseguir erradicarla de forma total».
En la charla, Olayinka reconoció que una de las principales trabas que evitan una mayor sensibilización sobre este problema reside en la gran cantidad de mujeres que recurren a estas prácticas para poder subsistir, y que realizan «en secreto, y con escasas medidas de salubridad».
Pese a que algunos gobiernos, como el de Sierra Leona, han dictado leyes que prohiben esta medida en mujeres menores de 18 años, «en la realidad continúa practicándose con niñas entre ocho y 14 años», según manifestó la doctora nigeriana, que reconoció que este tipo
de medidas han reducido el número de mujeres sometidas a esta
mutilación.
Olayinka Koso-Thomas aseguró que «nunca he pensado renunciar a esta lucha», pese a que en estas tres décadas ha recibido presiones políticas e incluso agresiones verbales y físicas, muchas de ellas de las propias mujeres mutiladas y de sus
maridos.
«Hay mujeres que me han dicho que si sus hijas no son mutiladas, ningún hombre se querrá casar con ellas, y sus maridos aseguran que sin esta medida, rechazarán cualquier contacto físico o familiar»,
explicó.
La solución a este problema pasa, en su opinión, porque las futuras generaciones de mujeres africanas «tengan muy claro el rechazo a estas prácticas y cuenten con alternativas formativas y económicas que les permitan alcanzar su independencia para poder decidir por si mismas sin presiones familiares».
Las mujeres, iguales en la desigualdad
.La ex corresponsal de TVE Rosa María Calaf asegura convencida que la mujer es sin duda la «columna vertebral» de las comunidades, que el mundo avanza gracias a ellas, pero se sorprende de que, paradójicamente, continúa «reprimida y oprimida» en la mayor parte de las sociedades, incluso en Occidente, y clama porque, como repite una y otra vez, «si en algo hay igualdad es en la desigualdad». La periodista catalana, con 37 años de reporterismo a la espalda y premios como el ‘Women Together’ por su trayectoria profesional en favor de la lucha por la equidad entabló conversación con Olayinka Koso-Thomas, médico nigeriana que fue Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional y que trabaja desde hace 30 años en la eliminación de la mutilación genital femenina en Sierra Leona. Aunque no se conocían personalmente, la veterana corresponsal tiene bien presente su nombre, conoce la potencia y dificultad de su trabajo, en especial en un territorio de costumbres arraigadas y «tan machista y patriarcal». Además, sabe de la situación en África, un continente que recorrió en coche en el año 70 y donde pudo ser testigo de las ablaciones que allí sufren las mujeres. «Es tremendo, es un atentado contra un derecho humano básico y un ejemplo más de la situación de opresión», lamenta. Para Rosa María Calaf, esta opresión no es, sin embargo, habitual solamente en países africanos sino que se mantiene viva en estados occidentales, donde se empieza a dar pasos atrás y a «desacreditar» la función de la mujer a base de «deteriorar y frivolizar» su imagen. Comprometida socialmente como profesional y como persona, esta antigua reportera considera que la profesión periodística debe cumplir una labor social, que el periodismo no es sólo un trabajo, si bien asevera que éste ha cambiado su objetivo, que ahora importa más el negocio que la excelencia informativa y que ello «se ha llevado por delante la ética y todo lo que no va dirigido a ganar dinero».