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Eduardo Calvo – Lo que hay que hacer

por Redacción
7 de mayo de 2020
en Opinion, Tribuna
EDUARDO CALVO
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Puedes besar a la novia

Sin pagar, ni pedir perdón

La burbuja de Pedro Sánchez

No tan de pasada y no tanto por capricho, el título del artículo alude al ensayo perpetrado a principios del siglo anterior por Vladimir Ilich Ulianov, a quienes amigos y enemigos llamaron Lenin, un aventurero perseverante que estimó la libertad un capricho para algunos y para él un asunto a tratar y maltratar muy de pasada. En su libro “ Qué hacer”, Lenin combate el oportunismo y el economicismo. Combate los viejos ropajes del marxismo. Ya era teoría el marxismo, y para tomar el poder a Lenin le sobraba cualquier teoría. En estas líneas me gustaría refutar el relativismo y el academicismo, avatares postreros del pensamiento decadente. El relativismo minimiza las circunstancias que rehúsan modelos de medición acostumbrados. No hay momentos cruciales. El tiempo todo lo cura, es cuestión de paciencia. Sanarán las heridas por sí solas y raro será que se infecten. Si alguien dice lo contrario ello se debe a que hasta en las mejores familias incordia el aguafiestas extemporáneo de costumbre. Para los relativistas la excepcionalidad es un fastidio, una exageración o un simple tema de palique. En la parcela contigua, el discurso academicista sirve a las élites para procurar volver al pasado y acomodarse lo antes posible mediante instrumentos del presente. Relativismo y academicismo convencen a los actores habituales para que no cambien el libreto, no dejen paso a otros, no permitan que caiga el telón y no se sientan atribulados por las protestas del respetable. El teatro no se vendrá abajo, y un repaso al decorado y la cartelería garantizarán que siga la función. Serían, según los versos de T.S. Eliot en su poema sobre el viaje extraviado de los magos caldeos, “ esa extraña gente aferrados a sus antiguos dioses”. Extrañeza causan, desde luego: levantan mansiones resueltos a vivir eternamente, exprimen placeres como si fuesen a morir mañana. Desatender la urgencia o pretender retornar a las cenizas merced al uso de herramientas envilecidas y en desuso es peor que la nostalgia. Significa amarrar un castillo de naipes con otros naipes marcados. En España, entre el curso atroz de la pandemia y el discurso de la devastación económica, hemos tocado los límites. Hemos llegado al final del mundo. Debemos, por ende, descubrir y levantar un mundo nuevo. La coalición que conjuga a los populistas del señor Sánchez con los comunistas del señor Iglesias, santificada por las diversas tonalidades del independentismo, certifica la zozobra actual y pregona la certeza del desastre venidero. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, juntos o por separado, clausuran toda esperanza para la ciudadanía. Arrogantes, sectarios y ambiciosos como pocos, no sospechábamos empero que llegasen a mostrar semejante grado de estulticia. Es más que dudosa su habilidad en la diligencia de la desventura sanitaria, que deja un país perplejo y dolorido. La vicepresidenta Calviño anunciaba hace menos de dos meses un retroceso poco significativo de la economía. Finalmente nos previene de una caída de más del nueve por ciento en el PIB y un paro del diecinueve por ciento. Son datos terribles, y cabe sospechar que empeoren. La vicepresidenta Ribera invita a los hosteleros a no abrir si no se sienten cómodos, obviando con insólito desparpajo que no es un problema de comodidad sino de supervivencia. No estamos ante una recesión; es una depresión económica severa y prolongada. Si alguien piensa que este Gobierno está capacitado para enmendar una tesitura de tal calibre ese alguien está en Babia o en la nómina de este Gobierno. Es claro que a los separatistas les “importa un comino la gobernanza de España”. Así dijeron en el Congreso. No parece que a buena parte de los dirigentes populistas y bolcheviques les importe esencialmente otra cosa que no sea la administración y el disfrute de sus intereses particulares o los de sus acólitos; en eso se semejan a sus socios. El panorama no incita al entusiasmo. No es menos cierto que los grandes remedios acontecen como consecuencia de calamidades extremas. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias son el obstáculo primordial para el renacimiento de España. Y aquí nos llegan dos noticias: una mala y una buena. La mala noticia es que la legislatura se agotó al poco de iniciarse. La buena es el agotamiento de una legislatura desdichada y peligrosa, y la oportunidad de remover el obstáculo que impide la regeneración y el cambio de actores y libreto.

Más temprano que tarde se convocarán elecciones. Sánchez intentará distraer el dolor. Contará previsiblemente con las televisiones, prestas al rescate. El azar, la oposición y el mal de muchos serán los clavos ardientes donde agarrarse. En la confusión y el desconcierto buscará su margen de maniobra. No esperará. Ante el desbordamiento insoportable del desempleo no caben distracciones, márgenes ni maniobras. Se retrataría como lo que es: un político falto de recursos cuya única destreza consiste en dividir a los españoles. No es desdeñable la pirueta elusiva de Pablo Iglesias. Puede Podemos bajarse de un autobús sin rumbo y preferir el litigio efervescente de la calle a la minuciosa colonización de las instituciones. Pues bien, esas elecciones las tenemos que ganar nosotros. Y en el nosotros incluyo a quienes confirmen que el Gobierno de Sánchez e Iglesias es el peor Gobierno habido en la España democrática. Y para ganar hay que juntarse y reunir fuerzas. Con esa facundia tan nuestra, muchos españoles nos consideramos liberales. No importa que concibamos Argüelles como un animoso barrio de Madrid, sin reparar en Agustín Arguelles, liberal conspicuo, bregado en las constituciones de 1812 y 1837, osadamente anglófilo y un masón como Dios manda. Liberales somos todos. Indalecio Prieto se declaró socialista a fuer de liberal. Numerosos conservadores se llaman a sí mismos liberales. En Ciudadanos acertaron con la etiqueta: los distinguía en España y los situaba en Europa. Este liberalismo generalizado es un malentendido que ayuda a tejer connivencias. No así otro término en boga: moderado. Recordemos que Martinez De la Rosa, muñidor de la Carta Otorgada de 1834 y padre del partido moderado, fue conocido cono “ Rosita la Pastelera” por su tendencia al chalaneo, y mereció la burla y no el aprecio. No sofocaremos un incendio moderadamente ni defenderemos con moderación la libertad. Acotemos tanta moderación y hagamos hincapié en ese liberalismo común, buen territorio para armar una alternativa robusta capaz de corregir el presente y construir el futuro. En el caso de Ciudadanos, su mejor papel sería proponer un campo de encuentro entre conservadores y socialdemócratas. Espero que la reflexión de Albert Rivera, según la cual siendo Ciudadanos importante siempre sería más importante España, inspire a la nueva dirección en el empeño. En el bando conservador creo que son mayoría las personas decididas a dejar atrás el pasado, también las siglas, para arrojar una luz decisiva en un proyecto integrador. En cuanto a los socialdemócratas, bastantes transitan camino de Damasco y algunos ya se cayeron del caballo. Comprenden que Sánchez y su camarilla se han adueñado del viejo Partido Socialista. Es un regreso a los congresos de 1979 con un final equivocado y nada feliz. Vislumbran que Pablo Castellanos, Gómez Llorente y Francisco Bustelo hubiesen prevalecido sobre Felipe González, Alfonso Guerra y Nicolás Redondo, y capitaneasen un socialismo desbocado por el flanco izquierdo de los comunistas. No creo que les guste. El golpe de mano de Sánchez saca a la socialdemocracia española del contexto europeo y la conduce a destinos tan exóticos como perniciosos. El peronismo de Cristina Fernández, de raigambre mussoliniana. La tiranía de Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua, más somocistas que el dictador Somoza. La construcción demagógica de López Obrador en Méjico. Para ese viaje no se necesitan alforjas. El resurgir de España como nación, la fragua de una sociedad justa, de españoles libres, ese es el esfuerzo que nos une. Conservadores, socialdemócratas y liberales. Palabras que todavía nos valen para nombrarnos y entendernos. Ya echaremos mano de otras, mejor sujetas a los nuevos tiempos, cuando sea la ocasión. Necesitamos un Gobierno de veras y no esto. Un Gobierno honrado y eficiente. Caigo en la redundancia a sabiendas de que probidad y eficacia suelen ir de la mano. Debemos reparar los daños de hoy. Debemos defender los sueños del porvenir. Eso es lo que hay que hacer y de nosotros depende. Baraja nueva y nada de cartas marcadas. Generosidad tesón y coraje. Y un poco de suerte, claro.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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