La primera vez que fui a París era un muchacho. La segunda, cuatro años atrás, hacía un montón de tiempo que había dejado de ser un muchacho. Me quedé parado, en el Musée d’Orsay, delante de un cuadro de Fernand Cormon, un pintor academicista a caballo entre los siglos XIX y XX. La pintura ilustra la huida de Caín, luego de asesinar a su hermano Abel. Recuerdo los versículos del Génesis: “Caín se refugió en la tierra de Nod, al este del edén”. En el lienzo, un fugitivo sombrío, envejecido y encorvado, conduce cabizbajo a su pequeña hueste altiva y taciturna. Sobre unas parihuelas viaja una mujer joven y solemne, su espalda se reclina contra un animal muerto, un gamo o un corzo; en su regazo duermen dos niños. Son luminosos y tranquilos esos niños, en contraste con la determinación consternada de sus mayores. Algún día despertarán los niños radiantes, se alejarán de esa maldición crecida al este del edén. No les voy a pedir el voto: no estamos en campaña y no es mi estilo. Sí les recuerdo que la democracia no nos pertenece a los políticos, les pertenece a ustedes. También les recuerdo que de los siete mil millones y pico de habitantes del planeta la democracia solo nos preocupa a ese pico; los otros siete mil millones quedan al margen. Los políticos, en democracia, somos sus empleados. Si no les gusta cómo lo hacemos nos cambian por otros y punto. Pero que por ustedes no quede. Voten con el corazón, con la cabeza; y si compaginan ambos -corazón y cabeza- mejor que mejor. Nada nos obliga a aferrarnos a la marca de Caín. Sean generosos, nadie se arrepiente de haber sido generoso. Y elijan a quien les dé la santísima gana. Faltaría más.
(*) Diputado nacional de Ciudadanos por Segovia.
