Por toda la geografía de España, incluyendo Segovia, se ha extendido la moda de intentar suprimir el nombre de los espacios públicos dedicados a Juan Carlos I. De un plumazo se quiere borrar una de las etapas más brillante y próspera, en todos los aspectos, de la historia de España. Por este camino, habría que recomendar a los proponentes que –puesto que de ello se trata- investiguen en la vida privada de los muchos nombres que engalanan el callejero, e incluso la de los líderes políticos que encabezan sus formaciones, y a los que se les acusa de recibir financiación de regímenes tan ominosos como Venezuela o Irán justo antes de adquirir un lustroso chalé. Cuando no, a uno de ellos, de manipular y retener una tarjeta con datos privados. Si no hay nada que reprochar jurídicamente puesto que la Justicia nada ha dicho en un caso, parece lógico, salvo que queramos pervertir la igualdad, que se esté a la espera de los acontecimientos en el otro. Y que, mientras tanto, sobresalga el desempeño de uno de los mejores Jefes de Estado de la historia española, y también de uno de los mejores reyes.
Cuando una calle homenajea con su nombre a Juan Carlos I lo hace reconociendo el ejercicio de su cargo durante cerca de cuatro décadas, no por su conducta personal ni por sus devaneos particulares, que no podrán nunca alterar el concepto ni el juicio sobre el papel protagónico que ha jugado en España ni los muchos beneficios que sus virtudes públicas –que también son virtudes, y más relevantes que las privadas- aportaron al conjunto del país.
El ser humano está lleno de prejuicios, y más en el orden político y en el orden ético. Forma parte de la moda y de lo políticamente correcto entregarse a la crítica y al intento de Damnatio memoriae para no perder el marchamo de progresista. Quizá algunos alcaldes que no pertenezcan a Podemos o a Izquierda Unida –las dos formaciones que más se han caracterizado en pedir la supresión de cualquier referencia a Juan Carlos I- puedan caer en la tentación. Harán mal en no aplicar en el juicio la perspectiva histórica, en dejarse llevar por el bamboleo de la cotidianeidad. Se puede no ser marxista y reconocer la influencia que ha tenido en la historia de la humanidad el pensamiento de Carlos Marx. Se puede ser republicano y reconocer la labor realizada por el anterior Jefe del Estado en esta época de la historia que por suerte nos ha tocado vivir. Y se puede defender la Monarquía parlamentaria y constitucional y reafirmarse en que mejor vivir en el régimen que vivimos que no en una República socialcomunista y plurinacional, como la que desean, respectivamente, los actuales líderes de Izquierda Unida y de Podemos.