Tras visitar el mercadillo hay que ver dos maravillas únicas que esperan al viajero: el castillo y la Iglesia de Santiago. En su cerro más visible se alza el Castillo de Turégano, una magnífica fortaleza que guarda en su interior una iglesia románica, la de Iglesia de San Miguel. El castillo domina la villa desde lo alto y proyecta una de las estampas más sugerentes de Castilla.
Su origen es complejo: sobre un antiguo fuerte se levantó en el siglo XII la iglesia románica de San Miguel, con tres naves y tres ábsides semicirculares, que más tarde fue rodeada por murallas y torreones.
Es precisamente esta dualidad —Iglesia y Castillo al mismo tiempo— lo que lo hace extraordinario. A mediados del siglo XV, el obispo de Segovia, Juan Arias Dávila, ordenó la construcción de la muralla exterior y la torre del homenaje.
Aún se aprecian los cubos cilíndricos, las aspilleras para armas de fuego, los escalones y pasillos defensivos que hacen del interior un mágico entramado donde conviven la palabra divina y la artillería medieval.
Caminar por sus naves románicas produce esa sensación de haber entrado en una cápsula del tiempo: columnas gruesas, arcos apuntados, capiteles que representan leones devorando personajes o aves simbólicas, una pila bautismal románica…
Una visita no sólo para contemplar, sino para imaginar vidas, rezos y defensas que compartieron un mismo espacio. El castillo se visita con guía, y el fin de semana estará abierto de 9,30 a 17,30 horas.
A pocos pasos de la imponente fortaleza, la Iglesia de Santiago también merece una visita serena y profunda. En su origen, la villa era episcopal, y en 1123 el obispo de Segovia, Pedro de Agén, recibió Turégano como posesión.
Bajo este contexto se edificó una primera iglesia sobre restos de la antigua alcazaba califal.
Lo verdaderamente destacable es su ábside románico del siglo XIII: tallas en piedra con policromía original, figuras de Santiago Apóstol y un Cristo Pantócrator que, según los expertos, pueden compararse a las del Pórtico de la Gloria en Santiago de Compostela.
En 1991, durante unas obras, se redescubrió un claustro románico que había permanecido oculto por siglos, como una cápsula sellada de historia y silencio. La presencia de una puerta dedicada al Apóstol y de una concha de peregrinación confirma que Turégano fue —aunque menos conocido— parte de las rutas que extendieron la devoción jacobea. Durante este fin de semana la iglesia abrirá sus puertas para poder contemplar el belén artístico que se ha instalado en su interior.
La visita a ambos lugares ofrece una experiencia única: no es solo admirar un castillo o una iglesia, sino verlos juntos, comprender cómo se mezclaron lo sacro y lo militar, lo visible y lo oculto. Porque caminar por Turégano invita al recogimiento y al asombro. Porque los detalles —las columnas gruesas, los capiteles, los restos moriscos, los escudos episcopales— hablan de muchas manos, de muchas eras.
Visitar Turégano es sumergirse en un escenario donde la piedra se hace memoria. El Castillo muestra el ingenio defensivo medieval que abrazó un templo románico. La Iglesia de Santiago abre una página menos conocida pero igualmente valiosa de la ruta jacobea, de la evangelización y del arte románico. Ambas merecen que usted dedique su mirada y su tiempo. Y cuando se marche, lleve consigo el recuerdo de un lugar donde el silencio de la piedra se vuelve conversación.
