Hoy, los vascos deciden a quién quieren de lehendakari para los, en teoría, próximos cuatro años, y todos dan un nombre: Íñigo Urkullu. Parece evidente que será la fuerza más votada -como siempre-, con más diputados -en 2009, los socialistas le comieron la merienda-, pero insuficientes para una ansiada mayoría absoluta, o incluso esos Gobiernos con socios tan extraños para los jeltzales como PSE-EE y EB, la marca de IU en Euskadi.
Parece que fue hace un siglo cuando el líder del PNV entre 2004 y 2008, Josu Jon Imaz, soñaba junto al ahora expresidente Zapatero acabar de una vez con ETA. Era el de Zumárraga un nacionalista moderado, de esos que siempre tienen una buena acogida en La Moncloa. Les das unos cuantos millones de euros por aquí, les dejas tranquilos con las ikastolas por allá, les pones una Y en el tren… y pan comido. Pero los leones del sector más radical de Sabinetxea, con Joseba Egibar a la cabeza, lo desbancaron, retirándose entonces a un puestazo en Petronor para ensuciar la camiseta del Athletic de Bilbao con su publicidad.
Lógicamente, el independentista, que ya sabía lo que era perder, no dio la cara y puso un peón: Íñigo Urkullu. Y le salió redonda la jugada, tanto que hasta se podía permitir el lujo de ser el poli malo con el Gobierno, mientras el incombustible Josu Erkoreka ofrecía en Madrid la versión más light de la formación fundada por Arana hace ya la friolera de 147 años.
Poco se sabía del de Alonsótegui, entonces Baracaldo -donde también nació Patxi López-, salvo que tenía 47 años cuando se hizo con el control del aparato, y que había sido parlamentario vasco entre 1984 y 1987, y de 1994 a 2007, que era de familia obrera nacionalista, que se afilió al PNV en 1977, que fue profesor en una ikastola de Portugalete y otra de Bilbao…
Definido como una persona transversal y de consenso, el PSE-EE lleva días provocándole para que «se quite la careta, y diga si es independentista o no». Pero él calla, soporta los golpes… Hasta que un periódico catalán publicó el pasado viernes una entrevista en la que mostraba su apoyo a Mas y aplaudía el referéndum de Escocia del año próximo.
Y es que, en público, no le compensaba a este experto en Gestión de Ocio por la Universidad de Deusto posicionarse. En primer lugar, por pura responsabilidad, algo de lo que adolece el histriónico Artur Mas, ya que no está el horno para bollos. Y, por otra parte, ¿qué necesidad tiene de privarse de rascar votos de los descontentos del PSE-EE (de la onda Eguiguren) y, sobre todo, de la gente que le dio la espalda hace tres años y pico?
Para soltar soflamas independentistas ya tiene al poli malo, que se ocupa de Guipúzcoa y de muchos pueblos, donde se prestan los oídos a discursos más secesionistas. Tampoco se hacen demasiadas ilusiones porque EH Bildu, el nieto de HB, vende la imagen de que, con ellos, el terrorismo no volverá a aparecer. Y para eso cuentan con una mujer, Laura Mintegi, que como contó, con mucha gracia, la periodista Pilar Cernuda, su apariencia nada tiene que ver con las pintas que, hasta hace muy poco, solían lucir las dirigentes batasunas. De hecho, sus formas son correctas y no rehúye nunca ninguna pregunta.
Aglutinará a muchos afines a ETA una licenciada en Historia, escritora y doctora en Psicología, dotada del poder de comunicación que le otorga haber sido profesora de Didáctica de Lengua y Literatura de la Universidad del País Vasco. De hecho, apenas usa palabras negativas y recurre a los términos diálogo y respeto entre diferentes.
De familia acomodada, esta navarra de Estella -simbólico lugar por el Pacto-, de 56 años, que estudió en Deusto -como Urkullu-, siempre figuró en la línea ortodoxa de Batasuna, acrítica con los crímenes etarras, contextualizándolos: jamás condenó los asesinatos de colegas periodistas y sí que se cerrara el diario Egunkaria. Formó parte de las listas de HB en las elecciones europeas de 1987 y 1989.
