Históricamente los alquimistas han estado enfrascados en tareas delirantes; buscar la piedra filosofal para transformar el metal en oro y, además, encontrar el secreto de la vida eterna. Pues bien, en estos días he visto las imágenes —y escuchado las declaraciones robadas— de la cita entre Putin, Xi Jinping y de Kim Jong-un. Sinceramente, creo que la visita ha tenido una buena dosis de alquimia cuando, durante la conversación, surgió el tema de vivir hasta 150 años gracias a los trasplantes de órganos. Faltó hablar de transfusiones sanguíneas de jóvenes vírgenes para llegar a lo distópico. Cuanto menos el asunto es inquietante atendiendo a que se producía en un escenario de exhibición armamentística y entre autócratas de países autoritarios en los que no ocurre nada si pasas por la quilla al desafecto. En fin, no me digan que no es un buen argumento para una película de Bond, James Bond.
Si hablamos de monstruos, de inmortalidad y de alquimia, el referente es Drácula, el personaje nacido de la imaginación de Bram Stoker, que prolongaba su vida gracias a la sangre de un puñado de desgraciados que se cruzaban en su camino. Ya ven ustedes, dicen que la novela se inspira en la leyenda de Vlad, el Empalador; su apodo ya lo dice todo. Pero los personajes terroríficos no sólo están en las leyendas de los libros. Según las noticias, Putin usa unas gotitas de Polonio o caídas accidentales por la ventana para los que se oponen a sus métodos gubernamentales; Kim Jong-un, mató a su ministro de defensa de un cañonazo y a otros adversarios echándoles a los perros para que murieran devorados. ¡Puf! ¡Caray con las formas del norcoreano! El terror aglutina lealtades y voluntades. Por su parte Xi Jinping utiliza purgas selectivas que acompaña de una sonrisa. Hay cosas que explican los denodados aplausos al líder.
Yo pensaba que los Drácula no existían. Tampoco los alquimistas. Pero, sin embargo, la reunión en la plaza de Tiamanmen —lugar icónico en el que murieron centenares de personas en 1989— unido a la conversación de los dictadores me ha llevado a pensar en que tal vez, en nuestra era, hay modernos vampiros que dirigen estados y que su forma de sobrevivir políticamente es derramar —sin retórica— la sangre y las libertades de sus pueblos para acabar embalsamado y expuesto en una urna de cristal; eso pasó con Lenin ¿no? Hay inmortalidades que son inmoralidades.
Escuchar a estos tres dictadores hablar de cambios geoestratégicos en pro de la libertad y de alargar la vida es indignante y aterrador al mismo tiempo. ¿Qué serían capaces de hacer? Están en esa suerte de alquimia política que busca, caiga quien caiga, muera quien muera, su perpetuidad en las páginas de los libros de historia para que sus méritos no se pierdan en el limbo del tiempo. Y si para eso tienen que hacer “prácticas vampíricas” derramando sangre, se hace y punto. ¿Quién es el líder?
¡En fin! Permítame el lector aterrizar con un localismo. El asunto además me ha recordado a la novela “Las dos muertes de un tirano” del espinariego y premio Planeta en 1982, Juan Pablo Ortega. En ella a un dictador, el general Tomás Dosantos, ante la inminencia de su muerte por un atentado se le trasplanta un cerebro. ¿No es de esto de lo que hablaban Putin y Xi Jinping? ¡Da repelús! Drácula también visita Tiananmen.
