Desde hace tiempo observo que la palabra fascismo, está en el discurso de todos los círculos políticos de izquierda, pero ¡ojo!, no como análisis ni formulación sino como argumento y conclusión. Nos esperan bastantes meses preelectorales con la misma matraca. Sorprendente.
Efectivamente las tendencias ultras han aumentado a derecha e izquierda en los últimos años. Y en España, yo diría que con una coartada y detonantes claros; primero, Zapatero reconociendo ante un micrófono que creía cerrado: “Nos conviene que haya tensión” en la entrevista que en 2008 le hizo Iñaki Gabilondo y, en segundo lugar, el movimiento 15M y el posterior nacimiento y desarrollo de Podemos. Me atrevo a decir que, por la tercera ley de Newton, Vox es hijo de Podemos y que, de aquellos polvos, estos lodos.
Decía que me sorprende porque para mí la política es la destreza de modelar el futuro con propuestas constructivas y mediante necesidades prospectivas que hagan país en su conjunto sin destruir ni apartar al adversario. ¿Cómo se puede gobernar para todos dejando fuera —al otro lado del muro—a la mitad? Existen programas electorales porque desde la especulación reflexiva nos orientamos al futuro. Sin embargo, hoy frente a la prospección, las propuestas están en la retrospección. Hay políticos que aventuran el futuro desenterrando dictadores y despertando los fantasmas del pasado con la idea de medrar personalmente; según Pérez Reverte, esto segundo es lo que hizo Zapatero. La conclusión es terrible; no hay ideas de futuro, ni proyectos estructurales, ni programas integradores, ni propuestas ilusionantes, ni presupuestos reales y por eso hay que agitar al personal con ocurrencias y con el coco del fascismo. Alguien pensará que con eso se perpetúa en el puesto y sobrevive. Es mediocre y una forma de llamar imbécil al elector. Y, ojo, que a la derecha también le pasa con el chavismo iberoamericano. Todo esto me lleva a un silogismo muy simple que ningún político explica; si fascismo y comunismo son extremos y los extremos son malos para la mayoría, entonces fascismo y comunismo son malos para la mayoría ¿no? Sólo negando la premisa, se niega la conclusión. Si los extremos se juntan, juntemos los centros.
Detrás del uso instrumental de la palabra fascismo o comunismo —ambas a decir de Ortega revoluciones estériles— hay una denuncia, una visión profética que revisa todo lo que hizo una ideología en un intento de acusar su avance para evitar los fatales desenlaces que aparecen en los libros de historia. Supongo que el aciago “denunciante” mantendrá su conciencia tranquila por estar del lado correcto, pero es que una cosa es explicar la historia y otra usar el relato en beneficio propio. En eso estamos ante el aplauso irreflexivo de los propios. Puro utilitarismo vacío de ideas y lleno de doblez para seguir con la rebelión en la granja de Orwell. Por cierto, la izquierda se cura en salud evitando el uso de la palabra nazi; saben lo que esa palabra significa —nacionalsocialismo— y, desde luego, no les conviene.
Sin embargo, la utilización del vocablo fascista con un ánimo cuasi profético y ofensivo me sugiere dos cosas: primera, el manejo de una idea antigua como algo actual que llena la sociedad de nuevos argumentos espurios que no aportan nada y que, por lo tanto, deberían estar pensados para políticos grises que buscan el aplauso fácil. Ante la falta de ideas, usemos emociones. Segunda, cuando con altisonancia se tacha de fascista a cualquier persona que no piensa igual, que disiente de la línea impuesta o que se pasa de frenada en sus formas, será cuestión de tiempo que socialmente se acabe generando una indolencia poco edificante.
Por terminar y aclarar; no me gustan los extremos. Ninguno. Por eso me quedo con la idea acopiada por Oriona Fallaci: Hay dos tipos de fascismo, el de los fascistas y el de los antifascistas. A cada cosa, sí, efectivamente hay que llamarla por su nombre… pero cuando toca y no por simple interés personal y de partido.
Hay cosas que se resuelven con el pensamiento crítico del ciudadano, ese que debería ser un imperativo categórico.
