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Dos jardines de hierro: De la Misericordia al del Palacio Episcopal

por Juan Manuel Santamaría (*)
18 de junio de 2023
Más allá de la sencillez, la torre de San Esteban. Mario.

Más allá de la sencillez, la torre de San Esteban. Mario.

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Voy a hablar en esta entrada de dos jardines a los que unía su relación con prelados de la diócesis y haber utilizado elementos arquitectónicos de hierro. Uno, el más notable, alegraba el que fue palacio episcopal. El otro, más chiquito, llenaba el patio de acceso al Hospital de la Misericordia.

Tilo rebasando el muro del jardín que da la calle Valdeláguila. JMS.
Tilo rebasando el muro del jardín que da la calle Valdeláguila. JMS.

El jardín del Palacio Episcopal
El sevillano Javier de Winthuysen, 1930, enumeró los jardines de Segovia que más debieron impresionarle: “Segovia es una de las poblaciones de más importante tradición jardinera…, los jardines del Parral que describió Navajero, los de la casa de la Moneda, trasunto de los escurialenses, los del Palacio Episcopal, los del claustro de la Catedral, los de la casa donde vivió el poeta Tenreiro, la multitud de jardinillos patios, el que graciosamente deja adivinar su traza del siglo XVIII en la Casa del Marqués de Quintanar, hacen de Segovia una localidad en la que el arte del jardín tiene inefable importancia y propios caracteres”.

Entre los citados está el del Palacio Episcopal, del que en otro texto dice que “tiene marcado carácter”. Al parecer fue el único, de cuantos describieron el soberbio edificio, que apreció que existía un jardín y que lo visitó.

A mí, lo primero de él que me llamó la atención fue un muro enorme, lateral a la calle Valdeláguila, y las ramas de un tilo que lo rebasan. ¿Qué se esconde detrás de tan alto paredón? ¿Dónde tiene clavadas sus raíces aquel árbol que parecía salir del aire? Al tratar de averiguarlo topé con un jardín que me sorprendió por sus dimensiones y por el encanto que se desprende de una vegetación que nadie adivinaría pues sólo puede verse desde las torres vecinas.

Fuente con surtidor y galería. Mario.
Fuente con surtidor y galería. Mario.

Cuando el palacio pasó a pertenecer al obispado de la diócesis, a mediados del siglo XVIII, el obispo Manuel Murillo y Argaiz acometió una profunda reforma y transformó la que había sido huerta en un jardín por el que le gustaba pasear. Pero resulta que los frailes del convento de Mínimos de la Victoria, que estaba al otro lado de la calle, se asomaban por las ventanas de sus celdas para ver lo que en el jardín acontecía y el prelado, molesto, hizo levantar el enorme muro que lo libraba de miradas indiscretas.

La puerta carretera y la torre de San Quirce vista desde el jardín. Mario.
La puerta carretera y la torre de San Quirce vista desde el jardín. Mario.

El segundo momento se sitúa a finales del siglo XIX, cuando hacía su tímida entrada en Segovia la arquitectura de hierro y el obispo del momento le pidió a Joaquín Odriozola que hiciera cómoda la comunicación entre el palacio y el jardín. El arquitecto lo resolvió bajando un sector de este último para colocarlo al nivel de la planta baja del palacio y añadiendo luego una escalinata y una elegante estructura de hierro y granito que se eleva hasta la planta superior, donde se resuelve con una luminosa balconada.

Acceso al jardín desde el palacio. JMS.
Acceso al jardín desde el palacio. JMS.

El tercero y más reciente, pues data de estos últimos años, ha sido posible por un acuerdo firmado entre el Obispado y la Sociedad Museo Doña Juana S. L., por el cual el palacio, que hacía tiempo había dejado de ser residencia episcopal, se transformaba en museo y establecimiento hostelero.

Parte importante de este último habría de ser el jardín, por cuya puerta carretera llegaría el abastecimiento y en el que se podrían servirse vinos de honor y sacar adelante, con lucimiento, actos semejantes, lo que llevó aparejadas algunas modificaciones en los suelos y los caminos. El que Winthuysen viera como jardín de “marcado carácter” ya había ido perdiéndolo por falta del necesario mantenimiento y la última reforma no supo devolvérselo, con césped a la inglesa, caminos de grava y arena rosa y bordillos marcados con delgados troncos de madera.

Arquería de ladrillo que rodea la alberca. JMS.
Arquería de ladrillo que rodea la alberca. JMS.

Pero hay algo que se mantiene: el alto muro que lo separa de la calle y de las miradas de quienes ocupan lo que fue convento de Mínimos de la Victoria; la alberca contenida con pared de mampostería sobre la que se alza una arcada angular hecha con ladrillo; el soportal y la galería de hierro que trazara Odriozola; la fuente con surtidor, tan frecuente en los patios segovianos, y la puerta carretera por donde entrarían los carruajes.

El jardín visto desde la torre de San Quirce. JMS.
El jardín visto desde la torre de San Quirce. JMS.

También, parte de la vegetación que tuvo: plantas que recuerdan, aun habiendo pasado siglos, que hubo una huerta: ciruelo, melocotonero, almendro, parras y laureles; la hiedra oscura y melancólica ; el saúco sabedor de conjuros; y varios árboles de buen porte incluyendo una altísima robinia, un arce, un pinsapo, tres tilos y cinco pinos de la especie laricio.

El jardín del Hospital de la Misericordia
El venerable y viejo Hospital de la Misericordia que fundara el obispo Juan Arias Dávila, tenía un patio al que se entraba por una gran portada de granito -siglo XVI- que, a su vez, daba acceso a la sección de consultas, quirófanos y salas de pacientes. Para recreo de estos, bien entrado el siglo XIX recibió un jardín, pequeño como el patio pero que se hacía notar, sobre todo por su emplazamiento. Fue uno de los pocos jardines segovianos que adoptó el hierro para armar una mínima estructura, consistente en un pequeño templete circular situado en el centro. Sólo por eso, por haber aceptado tan tempranamente el hierro, ya merecía respeto.

Patio del antiguo Hospital de la Misericordia (hoy Recoletas). JMS.
Patio del antiguo Hospital de la Misericordia (hoy Recoletas). JMS.

El patio es cuadrado, con paredes a oeste y este, puerta y gran muro al sur y galería de dos pisos al norte. A la derecha de la puerta había una adelfa de flores rojas. Es una planta que crece mal en Segovia, pues sufre con los hielos, pero al abrigo de los muros se había convertido en un ejemplar formidable. A la izquierda de la puerta de entrada, descentrada con relación al eje del patio, había una celinda, tan grande como la adelfa y de semejante porte.

El templete de hierro, en el centro, cobijaba una fuente que servía de pedestal a una imagen de la Virgen Milagrosa. Y dándole realce estaban un viejo rosal de enredadas ramas pinchudas y rosas blancas, y las plantas que se ponían en su entorno, casi siempre de floración abundante, ya fueran margaritas, dalias, cannas, minutisas…

De las semillas que germinaban libremente, se dejaba que crecieran las ipomeas, enredaderas que se agarraban a las columnas para subir hasta la galería superior. Pocas combinaciones he visto más hermosas que la trilogía que formaban el gris del granito, la transparencia del vidrio y el suave colorido, entre fucsia y malva, de las leves ipomeas.

Un día pasé y el jardín ya no estaba. JMS.
Un día pasé y el jardín ya no estaba. JMS.

Pero… Eso ya no podemos verlo pues el jardín que las Hijas de la Caridad, a cuya atención estaba, atendían con mimo y en el que cada planta y cada flor tenían su tiempo y su sitio, no existe.

Nuevos rectores y nuevas necesidades han impuesto otros usos para el espacio y en él ya no tiene cabida el mínimo jardín al que tantos enfermos dirigieron sus miradas, casi siempre suplicantes. Ahora que soy viejo y que voy mucho al Hospital -consultas, análisis, operaciones, curas…-, miro con nostalgia el patio para echar de menos el verdor de las plantas y el colorido de las flores que daban entidad al jardín que lo ocupaba.

—
*Académico de San Quirce
porunasegoviamasverde.wordpress.com

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