¿Dónde está el enemigo, dónde? Ésa era la pregunta que Occidente se hacía sobre las tres de la tarde, hora española, cuando asistía cómodamente en el sofá a una de las tragedias mayores de la Historia de la Humanidad.
Cuando llegó la noche a Madrid, el silencio más sepulcral presidía la terminal de autobuses Sur, y más de uno -como el que suscribe- sintió un sudor frío cuando vio agacharse en el suelo y rezar a un musulmán. No se requiere una gran imaginación, y sí ignorancia, para asustarse. Paradojas de la vida, la capital de España, exactamente dos años y medio después, y ya en otra estación, no muy lejos de allí, la de trenes de Atocha, vio cómo cuatro de sus cercanías explotaban por bombas y no por gentes, que por Alá, se inmolaban.
Al día siguiente, en Rota, hasta la sentada -y huída- de Zapatero, la Base más importante de EEUU en el Mediterráneo, todos tenían miedo, y el alcalde no era capaz de dar soluciones, pues había un plan de evacuación de las instalaciones militares en caso de atentado, pero la gente de ese pueblo de 22.000 habitantes no estaba incluída.
Parece que el Tío Sam se había olvidado de ellos y de su rico arranque, hasta que llegó la invasión de Irak, un 20 de marzo de 2003, y algunos campos de calabazas de los que hablaba Rafael Alberti se convirtieron en hospitales de campaña con un incesante trajín de heridos. Eran muy jóvenes, negros, orientales, WASP -blancos anglosajones y protestantes-, pocos de rasgos árabes.
Pero antes de hacerse con la tierra de Saddam llegó la conquista de Afganistán, concretamente 26 días después del día de la gran infamia. El presidente Franklin Delano Roosevelt había dejado en infamia, a secas, el ataque a Pearl Harbour 70 años antes.
La mala planificación táctica, subestimar al enemigo -cuando ya habían vencido a los soviéticos, como ya hicieron los vietnamitas con los galos-, colocar a un títere corrupto -Hamid Karzai-, y no dialogar de verdad con la insurgencia (ya no resuenan las hermosas palabras del Premio Nobel de la Paz Obama en campaña, donde decía que hablaría con sus enemigos) son algunas de las claves del fracaso en el país centroasiático. En Irak fueron algo mejor las cosas, pero la sombra de la guerra civil perdura.
No obstante, no todo son malas noticias, porque parece que Al Qaeda se ahoga en su odio, y no se sobrepone a la muerte de su muyahidin, así como de algunos de sus lugartenientes. EEUU envió un mensaje muy claro el pasado 1 de mayo: se destrozarán montañas (Tora Bora) sin éxito, se causarán los daños colaterales que hagan falta, se encarcelará en Guantánamo -vía vuelos secretos de la CIA- a los poco y a los muy sospechosos, cualquiera de sus comandos actuará en el país que sea y asesinará a quien sea… y todo por matar al mismísimo demonio. Ahora, incluso débil económicamente, EEUU es más Policía del mundo que nunca.
Solo una Primavera árabe descontrolada o un Tea party en el poder puede dar al traste con las esperanzas de paz de un planeta, que bastante tiene con combatir la crisis. Terroristas, como bien sabe España, siempre habrá. Un Breivik, un Al Zawahiri… La pregunta sigue siendo, 10 años después, la misma: ¿dónde está el enemigo?
