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¿Dónde está hoy Fuenteovejuna?

por Javier Gómez Darmendrail
27 de septiembre de 2025
en Tribuna
JAVIER GOMEZ DARMENDRAIL
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Hay una escena mítica en el teatro español:
—¿Quién mató al Comendador?
—Fuenteovejuna, señor.
—¿Y quién es Fuenteovejuna?
—¡Todos a una!
Así responde en la obra de Lope de Vega un pueblo entero que ya no aguanta más. El Comendador, un tirano de los de antes —prepotente, corrupto, abusador— lleva años oprimiendo a los suyos. Hasta que un día, la gente dice basta. Y no uno, ni dos. Todos. A la vez. A una. Sin líderes, sin partidos, sin esperar permiso. El pueblo entero, con todas las letras.
Esa historia, aunque tenga siglos, todavía nos conmueve. Nos gusta pensar que los españoles tenemos ese gen de la dignidad, del coraje colectivo, de saber decir: “hasta aquí hemos llegado”. Fuenteovejuna no es solo un pueblo: es un símbolo. Es la conciencia cívica cuando se planta y responde.
Pero ahora, en 2025… ¿dónde está ese espíritu? Si miramos a nuestro presente, vemos que España ha pasado del “todos a una” al “cada cual a lo suyo”. Y Pedro Sánchez, que es la gran estafa nacional, ha hecho de la erosión institucional su estilo de mando. Ha negociado con condenados por corrupción, indultado a quienes desafiaron abiertamente la Constitución, y pactado con aquellos que consideran ilegítimo al propio Estado. Ha convertido el poder judicial en un campo de batalla partidista y ha domesticado medios públicos. En suma: ha despreciado los frenos y contrapesos del sistema con la misma arrogancia con que el Comendador trataba a su villa.
Y, mientras tanto, ¿el pueblo? ¿Dónde está Fuenteovejuna? Hoy no hay levantamientos. No hay voces unánimes. No hay plazas llenas. Hay más bien lo contrario: cansancio, desinterés, “yo ya no creo en nadie”, “todos son iguales”, “me da igual quién mande mientras me dejen en paz”. Sí; cada uno a lo suyo.
¿Qué ocurrió con aquel espíritu de dignidad que llevó a un pueblo a jugarse la vida por lo justo? ¿Se apagó? ¿Fue domesticado por la comodidad y la apatía? ¿Se perdió entre subsidios, polarizaciones y redes sociales?
La gran paradoja es que hoy no vivimos bajo una tiranía abierta. Nadie nos impide protestar, organizarnos o exigir. Pero hemos perdido lo más importante: la voluntad de hacerlo. Nuestra democracia está siendo vaciada desde dentro, no por decreto, sino por abandono. Nuestra democracia necesita Fuenteovejunas.
Nos han empujado a desconfiar de todo: de los políticos, de los jueces, de los medios, incluso de nuestros vecinos. Y en ese ambiente, es difícil construir una respuesta común. Ya no hay pueblo, ya no hay voz colectiva, hay ruido disperso. La democracia se va sin que nadie la derribe, simplemente porque la hemos dejado sola. Como decía Bertolt Brecht: “El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa en los acontecimientos políticos. No sabe que el coste de la vida, el precio del pan, del alquiler, de los medicamentos, depende de decisiones políticas”. Es ese que cree que lo político no le afecta, y sin saberlo, le entrega su destino al primer manipulador que se le cruce.
Sánchez —y muchos otros antes que él, ojo— ha entendido bien que no hace falta reprimir al pueblo si consigues que se canse antes de luchar. Basta con entretener, dividir, asustar un poco, compensar con ayudas, enfrentar bandos, manipular discursos… y la gente se queda en casa. Agotada. Indiferente. O incluso agradecida. Es el truco de la anestesia.
Y así, la política se convierte en espectáculo, y los ciudadanos en espectadores. Vemos cómo se destruyen los consensos, cómo se insultan unos a otros, cómo se pervierte la justicia… y pensamos: “bueno, mientras no me toque a mí”.
La gran pregunta es: ¿hemos cambiado tanto? ¿O simplemente estamos dormidos? Porque en el fondo, seguimos teniendo un instinto de justicia. Nos sigue indignando la mentira, el abuso, el sectarismo. Solo que lo vivimos en privado, en voz baja, con resignación. Como si no sirviera de nada alzar la voz. Y nos olvidamos de que el autoritarismo no siempre nace de la ambición de los tiranos, sino de la cobardía de los gobernados.
Y sin embargo, la historia —y Fuenteovejuna— nos recuerda que cuando un pueblo quiere, puede. Que cuando nos levantamos juntos, el poder se tambalea. Que no hay gobierno que resista a una ciudadanía que recupera su orgullo y su palabra. Así que tal vez sea hora de volver a decirlo:
—¿Quién se planta frente al abuso?
—Fuenteovejuna.
—¿Y quién es Fuenteovejuna?
—Pues tú, yo, nosotros. Todos a una.
Porque si no lo decimos nosotros, nadie más lo dirá. Y entonces, sí, el Comendador podrá hacer lo que quiera. Y lo peor: lo hará con nuestro permiso. Según decía el escritor, filósofo y político irlandés del s. XVIII, Edmund Burke:“Para que el mal triunfe, solo se necesita que los buenos no hagan nada”. Y ahora mismo, ese “nada” lo estamos haciendo muy bien.
Además hay un peligro añadido, porque el poder tiene la capacidad de amplificar el miedo. Un hombre cualquiera teme perder prestigio; un gobernante teme perder el trono, la inmunidad, el relato histórico. Y en esa ansiedad, muchos se degradan. La historia está llena de líderes que no supieron aceptar el final de su ciclo y, al intentar evitar lo inevitable, desataron el desastre.
Luis XVI, incapaz de reformar a tiempo, se dejó arrastrar por el miedo al cambio y selló su destino. Nixon, en vez de asumir sus errores, intentó cubrirlos con mentiras, lo cual lo hundió aún más. Pedro Sánchez, en una clave más contemporánea, parece obsesionado con controlar el relato, negar la crítica y prolongar su permanencia política incluso al precio de fracturar la convivencia institucional. No porque ignore que el desgaste llegará, sino porque lo teme.
Por eso, el pueblo debe recuperar su voz, porque de lo contrario la mediocridad seguirá ocupando el poder, y los Comendadores modernos seguirán campando a sus anchas, sabiendo que nadie se les opondrá de verdad, aunque se encuentren en el epicentro de un gran escándalo.
Toca despertar.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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