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Don Ricardo Palomo

por José Luis Salcedo
27 de diciembre de 2021
JOSE LUIS SALCEDO web
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Intrascendente celebración

He aquí un personaje de lo más interesante, digno de ser retratado por Ignacio Zuloaga, que vivió en Segovia ocupando buena parte del siglo pasado. Su nombre era Ricardo Palomo Arroyo y nació el día 9 de junio de 1894 en el minúsculo pueblecito de Aldehuela del Codonal. De familia acomodada estudió bachiller en Segovia y la licenciatura de Derecho en Valladolid. Siendo un estudiante inteligente y estudioso, contrastaba su condición con su espíritu juerguista. Comprendiendo que su familia tenía posibles, él se integró en la tuna estudiantil y actuó como un tuno virtuoso en tocar la pandereta, así que con su uniforme se destacaba por ir siempre el último en el cortejo. Él se recorría y parrandeaba todos los lugares que visitaba su tuna y en consecuencia no quería terminar los estudios para seguir divirtiéndose.

Sus compañeros ya hacía años que habían terminado la carrera e incluso alguno era su profesor, mientras él seguía de estudiante-tuno ya que le quedaba una sola asignatura para terminar. Se matriculaba y entraba en los exámenes, escribía cuatro «chorradas» y no entregaba la papeleta, así que no podían firmar su aprobado y seguía año tras año de estudiante. Cansados los del claustro de profesores, se conchabaron para aprobarle y hacerle terminar de una ‘puñetera’ vez la carrera. Llamado a examen, el bedel, que estaba en el ajo, no le permitió entrar en el aula con el pretexto de que no estaba matriculado. Entonces inocentemente Palomo exhibió la papeleta de la asignatura demostrando que si lo estaba, el bedel se la arrebató le dejó entrar y el tribunal rápidamente le escribió aprobado con lo que terminó la licenciatura. Según don Ricardo, el aprobado fue una traición de sus antiguos compañeros.

Como era un hombre inteligente y de un carácter bonachón y cordial, todo el mundo le quería y le respetaba por lo que fue nombrado Delegado de Estadística en Segovia, cuya sede estaba en la calle de Ochoa Ondátegui, 8, 2º.

Permaneció soltero toda su vida y al preguntarle por su soltería decía que estando con su novia formal en un café, se le acabó ‘el caldo de gallina’ (era un fumador empedernidlo), salió al estanco a comprar tabaco y en el trayecto se le olvidó que estaba con la novia. Así que no volvió a verla más y por eso seguía soltero.

Vivía solo en la delegación, y con los años se adoceno algo en su aseo personal. Presentaba una obesidad cuasi caricaturesca, cara redonda mofletuda con gran papada, ojos saltones y una colilla, más chupada que la pipa de un indio, caída y pegada en la comisura de sus labios. Pero su bondad y bonhomía resaltaban sobre todos sus defectos.

En invierno se cubría con una capa segoviana de paño pardo o una negra de mejor porte de la Casa Seseña. Tenía también un abrigo pero al engordar, si se le ponía presentaba una estampa muy ridícula por su estrechez. Se cubría con un sombrero parecido al típico segoviano de ala muy ancha y así se recorría todos los bares invitando a todo el mundo ya que era una persona de naturaleza generosa.

No estaba reñido su carácter bromista con el trabajo que ejercía con toda seriedad, dignidad y pulcritud. En cierta ocasión recibió un telegrama de la jefatura que le conminaba a presentarse en el Ministerio de la Presidencia y él contestó con otro telegrama tan escueto como flemático, diciendo: Voy volando, Palomo.

Yo tuve relaciones con don Ricardo porque entré en Estadística a principios de 1951 como colaborador para confeccionar el padrón y el censo de viviendas de 1950 y tuve una breve disquisición con don Ricardo ya que dictándome estando yo en la máquina de escribir me mencionó la palabra ‘linia’ y yo la corregí y escribí ‘linea’.

Se dio cuenta y me dijo que lo corrigiera que tenía que poner lo que él me había dicho con i, yo naturalmente le dije que línea era con e. Se fue a consultar al diccionario y cayó del burro, pero me dijo: sí pero tienes que acentuar la i, -y claro en esto él llevaba la razón.

Dormía en la Delegación y comía de restaurantes. A veces por las noches se atufaba y aparecía a las once de la mañana envuelto en un albornoz que en su día había sido de buen pelaje pero que en su parte superior se había adherido una mezcla de grasa, jabón, sudor, caspa y sabe dios qué sustancias, que hacía que la zona de los hombros, la bata presentara una curiosa superficie sembrada de mugrientas bolitas negras, una en cada pelo de la felpa.

Fue amante de la caza pero las piezas cobradas eran generalmente muy escasas. Pero un día al preguntarle que qué tal le había ido la cacería, contestó: Muy bien, la mochila llena. Así era ya que no había cobrado ni una sola pieza y se había entretenido en disparar a un pino piñonero. Las piezas que cayeron las recogió y lleno la mochila… de piñas.

Nunca llevaba documentación en la seguridad de que todo el mundo le conocía. Un día un guarda novicio que no le había visto nunca le pidió la documentación y don Ricardo le espetó: Mire usted, soy el Delegado de Estadística y controlo los habitantes de esta comarca; yo ahora le pego un tiro, le mato, le entierro, le borro de la lista y aquí no ha pasado nada. El guarda avergonzado se retiró y no dijo ni mu.

En fin trabajando concienzudamente y divirtiéndose a ratos, tuvo una vida feliz. Llegada su jubilación el 9 de junio de 1964 a los 70 años, ya muy gastado su cuerpo por desórdenes dietéticos y viéndose disminuido físicamente, ya nunca le volvimos a ver, se fue a su pueblecito de Aldehuela del Codonal, ya que allí disponía de bienes y de una hermana y por los años 70 falleció siendo enterrado en el cementerio del pueblecito que le vio nacer.

En fin que fue un hombre con muchas virtudes y un concepto «suis generis» del humor al que le importaba un bledo «el qué dirán». En el fondo una bellísima persona.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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