“Pero parte cayó en tierra buena, y dio fruto…” (Mt 13, 8).
En medio del carácter efímero de nuestras vidas y ocupaciones, sorprende comprobar que una persona haya estado 36 años dedicándose a una misma actividad: en este caso, regir una parroquia, la de San Lorenzo, en nuestra querida Segovia. Han sido años, además, difíciles, de cambio social y cultural, y de aplicación apasionada y comprometida de la nueva pastoral de la Iglesia, tras el Concilio Vaticano II; y en un barrio “tan diverso, tan extendido y tan cambiante”. Por eso queremos darle gracias a don Enrique Martín, nuestro párroco, que ha llegado al momento de su jubilación.
Y sorprende aún más que con casi 80 años, y después de una dilatada vida de servicio en distintos frentes de la Iglesia (coadjutor en la parroquia del Carmen, de la capital —1965-69—; ayudante del rector del Seminario en Salamanca —1969-1979—; vicario de Pastoral en Segovia —1979-1985—; vicario judicial de la Diócesis —durante 8 años— y párroco de San Lorenzo —1985-2021—), todavía en su despedida, el domingo 5 de septiembre, en su iglesia y ante sus feligreses, don Enrique se ofreciera personalmente a lo que cada uno necesite de él, como hombre y como sacerdote, que sigue siéndolo de por vida. Sus palabras siempre suenan a verdad, porque su sencillez y su honestidad así nos lo han demostrado cotidianamente.
Es un motivo de inmensa alegría celebrar esta entrega y esta vocación de don Enrique Martín. Y creemos que hay agradecerle públicamente su ministerio y su servicio. En su Eucaristía de despedida, para no variar ni un ápice su costumbre, nos regaló una sencilla y profunda homilía, siempre desde la Palabra del Evangelio, pero uniéndola a la vida real y a sus circunstancias y experiencias. Y así, una vez más, a partir de la curación del sordomudo por Jesús, don Enrique nos recuerda que a este Mesías le interesa la relación directa con la persona, con su historia y con su situación de debilidad, que se implica con ella, que quiere restaurarla, acompañarla, salvarla.
En la comunidad cristiana, el pueblo de Dios, que es una cadena infinita de testigos de la fe del Evangelio, don Enrique sabe que el sacerdote es importante, pero celebra que cada persona también lo sea: “Nos hemos ayudado mutuamente, hemos buscado el bien de cada uno y de los otros”. Y se alegra de haber podido vivir todos estos años en ella. Al sentirse felicitado, él multiplica la felicitación hacia sus feligreses, porque se siente comunidad donde ha sufrido, reído, llorado…, tantas veces. Y pide disculpas por los fallos, por los proyectos que no salieron adelante, por sus actitudes personales cuando no condujeron a la mejora de las cosas… La Iglesia puede fallar, porque está compuesta de personas, pero en medio de ella siempre alienta el Espíritu de la santidad. En la sencillez de cada día don Enrique ha mostrado que la fe es un tesoro y que Dios quiere la felicidad y la salvación de cada persona y de la comunidad.
La parroquia no ha estado nunca ajena a la vida cotidiana del barrio; de ahí que don Enrique sea tan querido por todos: la cofradía, las peñas, los vecinos en general. En su misión de párroco no ha olvidado nunca que la Palabra y la fe van unidas siempre a la liturgia y a la caridad. Y así la parroquia echa una mano a la gente que lo necesita, económica, educativamente; también a la gente mayor o enferma, que necesita una atención y una visita. Como parroquia se colabora con comunidades de Venezuela y Haití. La expansión del barrio ocasionó la decisión de construir una nueva iglesia, Nuestra Señora de Belén, en la carretera de San Cristóbal, cuyos cultos dan servicio a toda esa parte de San Lorenzo, además de contar con locales para catequesis y otras actividades. Y don Enrique afrontó ese reto con serenidad e ilusión.
“Padre, no te pido solo por estos discípulos, sino también por todos los que creerán en mí por el mensaje de ellos” (Jn 17, 20) —pronuncia también en su última homilía del domingo pasado—. Le preocupa, como buen pastor, que sus feligreses sigamos siendo transmisores de la fe que él nos ha hecho madurar. Recuerda y agradece a los otros sacerdotes que han hecho y hacen equipo con él en la parroquia; porque sabe que todo se debe intentar en grupo. Como el sordomudo de la lectura se convirtió en testigo de la fe, nosotros tenemos que seguir viviendo desde los criterios del Evangelio, escuchando de cerca lo que la Iglesia y la sociedad van necesitando.
Si hay un mensaje más repetido que otros entre los de don Enrique es que Dios “nunca nos deja de la mano”, aun en los momentos peores. Desde esa experiencia podemos vivir en la alegría del Evangelio. También deseamos para él que tenga una jubilación serena y feliz; que aprenda a descansar y a relajar las tareas, y que disfrute de su tiempo. Nosotros, además de haber aprendido tanto de él, seguro que seguimos disfrutando de su sabiduría y de su cercanía.
Un fuerte abrazo, don Enrique. Y muchas gracias por su ministerio y por su labor.