Después de haber leído el artículo de agradecimiento hacia nuestro obispo D. César Franco escrito por Antonio Ríos Rojas, creo que pocas cosas se pueden añadir para llegar a comprender lo que don César nos ha aportado en estos años de acompañamiento al pueblo segoviano.
Hemos tenido la suerte de contar con un obispo de una grandísima preparación exegética, no sólo de la Biblia sino de prácticamente todos los textos patrísticos y de la larga historia de la Iglesia y del ámbito cultural en general, lo que hace que sus homilías y escritos nos hayan llegado llenos de un profundo significado, pero a la vez con una claridad y sencillez que hasta los más cerriles conseguíamos entender. Algo que no es fácil, y algo que en la práctica ha supuesto cercanía y respuesta a los interrogantes personales de muchos que hemos tenido la suerte de seguirle.
Pero es que luego, en la distancia corta, también se le ha notado cercano y cómplice de lo que le contabas que te traía a maltraer, preguntando si algo podía estar en su mano para colaborar. También -contrastando con esa aparente severidad de su figura- resulta curioso su grandísimo sentido del humor, que hace que siguiera alborozado cualquier comentario en lenguaje un tanto cheli que te saliera de natural, y que él seguía con una pronta carcajada.

Sin embargo, ha sido en sus constantes viajes pastorales a los pueblos de la provincia, pequeños y grandes, a sitios donde difícilmente habrá llegado ninguna autoridad civil, donde ha ido marcando su concepto de ese pueblo de Dios al que se ha dado por completo, de esas ovejas que merecía la pena buscar una a una.
Y también ha sido cercano para defender las cosas sensibles de Segovia. Seguro que en estos años de episcopado ha llevado a cabo innumerables actuaciones que a los no iniciados se nos han pasado por alto, pero hay una que yo sí he seguido de cerca precisamente por mi amistad con las personas implicadas: la comunidad cisterciense de San Vicente el Real. Cuando los superiores de la Orden decidieron trasladar a Madrid a las pocas monjas ancianas que quedaban en el monasterio (una decisión torpe y claramente desconsiderada, ya que había otras opciones), don César no escatimó esfuerzos para intentar buscar otra orden que viniese a llenar ese espacio, incluso con la posibilidad de compartir vida monacal ambas comunidades. Se movió por varios países de Europa, y por fin fue en Brasil donde encontró una pujante orden decidida a fundar en San Vicente, e incluso facilitó el visto bueno del Nuncio en aquel país. El caso fue que el Císter hizo prevalecer sus intereses antes de posibilitar la tradición monástica en el emplazamiento más antiguo de la ciudad que, siguiendo la corriente del Eresma, iniciaba un camino místico y de oración pasando por el Parral y San Juan de la Cruz para acabar en la Virgen de la Fuencisla.
Pero don César no reaccionó con esa ira que algunos habríamos manifestado a voces, dando ejemplo de lo que es la vida misma, en que las cosas unas veces llegan a buen puerto y otras quedan varadas en un sinsentido. Muchas gracias por su trabajo y dedicación, señor Obispo, y aquí quedamos los segovianos para lo que guste mandar.