La noticia de la muerte de Sergio Delgado nos golpeó en el último fin de semana del pasado mes de febrero. Toda la comunidad académica sigue consternada. Diseñador gráfico, Graduado en Publicidad y ex estudiante del Campus María Zambrano de la UVa en Segovia. Fue una persona caracterizada, por ser alegre, responsable, incapaz de devolver un golpe, apaciguador en cualquier conflicto, creativo, entre otros muchos valores. El lugar, una zona de bares en el centro de Burgos. La hora, última de la madrugada de un viernes a un sábado. No sabemos a ciencia cierta si se esgrimió ser de una ciudad distinta, aficionado a un club de fútbol diferente al del agresor o, alguna otra. No había razón alguna para la agresión.
El victimario agresor, un joven de 23 años, al que Sergio sacaba casi 10, y que, probablemente, había oído el diálogo mantenido por la víctima con los compañeros que estaban celebrando la despedida de solteros en esa noche que resultó nefasta. Una triste casualidad que permitió alimentar la sinrazón de una persona que deseaba conocer los motivos de la alegría de un grupo de ‘extraños’ a su círculo. ¿Delincuente? ¿Enfermo mental? Una sociedad que dice haber conseguido un cierto nivel de desarrollo y de civismo, no puede conformarse con catalogar al autor de un acto homicida como “asesino” o “loco”.
Lo más grave e irreparable de esta tragedia es, sin duda, la muerte de Sergio; y por eso, no podemos quedarnos impasibles ante una muerte, igual que no podemos mantenernos pasivos y sin reaccionar ante las muertes en Gaza y Cisjordania, identificando sólo la responsabilidad de Netanyahu y del Gobierno de Israel, provocando una masacre terrible e indiscriminada de inocentes, 30.000 personas, dos tercios de los cuales son mujeres y niños. No podemos olvidar tampoco, la provocación que hizo en su día Hamás, causando la muerte de centenares de judíos, personas inocentes y, secuestrando a civiles igualmente inocentes. Esta organización palestina, era consciente, sin duda, del sufrimiento futuro que iba a causar el, super dotado de armamento, ejército israelí. La acción destructiva y criminal del Gobierno de Netanyahu no tiene justificación alguna. Las universidades de Gaza han sido también destruidas y los últimos datos hablan de la muerte de más de 80 profesores universitarios.
No podemos quedarnos impasibles ante la invasión de Putin en Ucrania, ni conformarnos con la justificación de las muertes, causadas también anteriormente por Ucrania en los territorios pro rusos. La cadena de terror y muertes siempre tiene un origen, pero ese origen no puede justificar el convertirnos en hooligans cómplices del horror y de las muertes causadas por unos y por otros. No hay justificación para el terror de Estado, ni para el terror de organizaciones que combaten el terrorismo de Estado, ni para quienes justifican el recurso del terror para enriquecerse y para extender el cáncer de la corrupción. Toda guerra puede ser evitada, por sociedades que sean capaces de profundizar en la Democracia, desde la ética, acabando con las microviolencias cotidianas, con los mecanismos de corrupción que dejamos pasar con laxitud si corresponden a gestos ‘de los nuestros’. No puede haber excusas porque, al igual que el poder de Hitler, estuvo favorecido en sus orígenes por la laxitud de una sociedad conformista que miraba para otro lado en las fases germinales de maduración del Régimen de horror nazi, o cuando, el Régimen comunista en Rusia desarrolló para el triunfo de la Revolución las más terribles purgas y matanzas, e incluso era ensalzado por admirados intelectuales que lanzaban odas a Stalin; ambos regímenes de terror fueron posibles gracias a la connivencia de una sociedad que, por omisión (pensando en no perder privilegios) u acción (apoyando una revolución para salir de la miseria), dejó hacer, sin pedir rendición de cuentas, a unos líderes sanguinarios y corruptos. No, hemos vivido ya suficientes etapas en la Historia de la Humanidad, repitiendo errores, como para no hablar con claridad de que en la raíz de un único crimen se halla el origen de toda violencia y del conjunto de todas las guerras.
Debemos denunciar también que no podemos seguir permitiendo que se alimente un clima de violencia en las Cámaras, que los políticos separan de la propia violencia que pueda surgir en la calle: esas broncas, trifulcas y algaradas en la política, documentadas por Xavier Coller en su reciente libro La teatralización de la política en España. No podemos seguir permitiendo que los deportes mayoritarios sigan extendiendo una ideología patriarcal machista, con un fondo igualmente violento, o que se pretenda que eduquemos a jóvenes, niños y niñas, defendiendo banderas excluyentes con los colores de la intolerancia, olvidando que sólo una ciudadanía ética puede construir una sociedad más sana, libre, culta, inteligente, justa y solidaria.
Desde el pasado siglo sabemos que la conciencia crea la realidad y que la energía que atesoramos es precisamente el motor de los cambios que la conciencia humana debe generar, empezando por el cuidado de nuestro hábitat, y de todas las especies de nuestro planeta, sin excepción. Igual que el aleteo de una mariposa en un lugar apartado del planeta puede provocar grandes cambios climatológicos al otro lado de la Tierra, debemos pensar que cada una de nuestras acciones pacíficas, solidarias y gentiles, contribuye a la construcción de un mundo potencialmente mejor. Debemos tener mucho cuidado en lo que creemos y tener conciencia que cada actitud dogmática, prejuiciosa y excluyente, puede contribuir a un maniqueísmo que justifique la muerte violenta de otros seres.
No podemos olvidar la acción de personas que como Mahatma Gandhi, Nelson Mandela, Bertha Von Suttner, Malala Yousafzai, y otros miles de hombres y mujeres, personas anónimas que, a lo largo de la Historia, se opusieron pacíficamente al dolor y a la injusticia tras haber sufrido ellas mismas la violencia, la cárcel y, en numerosos casos, llegar a pagar su compromiso con sus propias vidas. Todas ellas, generaron importantes cambios con su acción integralmente pacifista. Ellos y ellas nos demostraron que la conciencia de paz produce muchos más cambios positivos para la Humanidad que cualquier enfrentamiento bélico.
Hace unos días, en el Campus María Zambrano, homenajeamos a Sergio con un minuto de ‘silencio atronador’, pero su muerte no puede olvidarse, limitándonos a dar el pésame y compartiendo el dolor de sus padres, familiares y seres queridos. No podemos conformarnos con la frase “afortunadamente ha sido un caso aislado”. La muerte de Sergio nos obliga a dar un paso adelante y pensar que el ingreso en prisión del presunto homicida no va a resucitar a Sergio ni va a aliviar el dolor de su familia, ni va a quitar dolor a la propia familia y amigos del victimario. Lo que sí debe servir es para pensar en voz alta que es imprescindible dar prioridad a una EDUCACIÓN que priorice la ÉTICA, cree BELLEZA y ayude a tener desde la más tierna infancia una visión de la POLÍTICA como una profesión en beneficio del BIEN COMÚN. Esto sólo se podrá conseguir con la inversión en todos los niveles educativos, con una educación que compense las desigualdades sociales, desde la educación infantil a la Universidad y desde la educación de las personas mayores a la educación en los centros penitenciarios. La inversión en educación, no deberá ser nunca un gasto inútil y sí una garantía para evitar la violencia y promover una cultura de PAZ. Este será, sin duda, el mejor homenaje a Sergio y a todas las personas víctimas de la violencia.
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* Profesor del Campus María Zambrano. UVa Segovia.
