“He pasado la mayor parte de la noche en cubierta/ Las estrellas familiares de nuestras latitudes cuelgan y cuelgan del firmamento/ La Estrella Polar desciende más y más en el horizonte norte/ Orión -mi constelación- está en su cénit/ La Vía Láctea como una grieta de luz se expande cada noche/ La Osa Mayor es una pequeña niebla/ El sur se oscurece más y más ante nosotros/ Espero con impaciencia que al este aparezca la Cruz del Sur/ Para calmarme Venus dobla en tamaño y quintuplica su esplendor/ Como si fuera la Luna deja su estela en el mar/ Esta noche he visto caer un bólido”.
Me he detenido en el poema de Cendrars buscando algo, no sé el que. He cerrado mis ojos, me he dejado llevar por la imaginación y el poema apareció entre mis papeles: “Esta noche he visto caer un bólido”. Es decir, una estrella fugaz. Sí, sí, la hemos visto pasar, y si el cine olvida el tiempo y atraviesa las fronteras, como nos indicaba Clint Eastwood, el cine de Paul Newman también olvida el tiempo. Esa estrella fugaz, Newman, está ahí cerca; tengamos los ojos bien abiertos.
Es todo puro azar. A veces pienso que es la única verdadera fuerza, la que controla nuestra vida. Con el cine atravesamos las fronteras, viajamos a Newman y ahí está la película, detenida en el tiempo. Ahí está la película con la que inicio este pequeño viaje, esta ilusión:
Y de Cendrars a Newman y de estos a Eastwood y de ahí sigo con Caballero Bonald: «… Se me ha olvidado todo lo que no dejé escrito…». Así que dejemos algo escrito: Me gustan las historias sencillas, sin vueltas, como las de Robert Redford y Paul Newman. Es difícil explicarlo. Es para mí una intuición, una imaginación. Para mí el cine de Robert Redford es un cine curativo (con los consecuentes resbalones de todo médico). El cine de Paul Newman es dignidad.
Veremos esto. Pero nos habíamos quedado en las estrellas fugaces de Blaise Cendrars. Nos habíamos quedado en el esplendor.

No olvidaré todo. Aquí está escrito: quiero aportarle algo al lector. Quiero que piense que no está perdiendo el tiempo. Quiero que piense, que crea que hay una grieta para escapar de la realidad cuando es siniestra. Una caída de mi madre, un derrumbe, un golpe en la cabeza con un taburete. Esa realidad es la que me tiene perturbado al escribir estas líneas. No puedo sacudirme el recuerdo, el agujero negro. Necesito esplendor, estrellas fugaces y cometas y planetas y galaxias. No podré dejar de pensar en eso, en el absurdo, pero al menos me reuniré por un rato con mi amigo Paul Newman, con su Sully de “Ni un pelo de tonto”. Hay que robarle la máquina quitanieves al villano, y hacerlo con buena cara, sonrientes.
Creamos, creemos una noche estrellada. Sí, como la irlandesa Enya cantó… pintemos el firmamento con estrellas. Las hemos pintado en estas líneas y hoy el telescopio apunta a Paul Newman.
Entre los sentidos que da el diccionario de la Real Academia, se refiere a “estrella” como persona que sobresale extraordinariamente en su profesión, especialmente en el mundo del espectáculo. Pero me gusta más otra definición: “Cada uno de los cuerpos celestes que brillan en la noche con luz propia”.
Mi amigo Vivas Plá se refiere a esa palabra, “estrella”… “lo veo más cineasta de carne y hueso que Marlon Brando… como una estrella del Hollywood dorado que siguió siéndolo en el cine moderno pero más a ras de suelo que Brando”.
Con nuestro telescopio, nos asomamos a él y aparecen películas de la filmografía de Paul Newman, tanto del joven como del veterano. Y los nuevos cinéfilos astrónomos se asoman a la filmografía de Newman y encuentran por ejemplo “El coloso en llamas”. En el tiempo, junto a Newman están Steve McQueen, Richard Chamberlain, Faye Dunaway. ¿Quién les recuerda? ¿Alguien les recuerda? ¿Tiene algún sentido todo esto, aquello en lo que vivimos? Parece todo tan lejano. Y me doy cuenta que apenas conozco a Paul Newman. Es algo superficial, sí, así que tenemos que apresurarnos ante el telescopio, porque nos estamos difuminando.
“Al caer el sol” (“Twilight”). Es el crepúsculo de Robert Benton y Paul Newman. ¿Donde vi esta película? Lo he olvidado. Afortunadamente vuelvo a verla, vuelvo a ver a ese detective que malvive, que intenta encontrar un naipe ganador. Intenta agarrarse a algo desesperadamente. Sí, ya sé a qué. Es a la dignidad. Esa palabra existe. Ha de ser nuestra palabra, como es la de Newman en “Al caer el sol”. Él no quiere que la olvidemos. Y mientras, Paul, ten cuidado con esa mujer, con la seducción de Susan Sarandon.
La otra película con Robert Benton es una de mis favoritas, quizá la mejor de Newman, tan sencilla, respirando verdad en cada escena: “Ni un pelo de tonto”. ¿Como puedes decir que “Ni un pelo de tonto” es la mejor? No lo sé. Estoy abierto a todo, estoy abierto a “Sully” y su vieja furgoneta, a una nueva oportunidad con su hijo, al sueño de Melanie Griffith, al humor. Quiero ver esta película muchas veces. Búscala, lector. Si eres cinéfilo, si crees en el cine, esa es la película.
Con esta película magnífica viene una declaración de Paul Newman, esta vez en serio en su veteranía: “Aprendo de forma muy lenta”. Me recuerda a Goya, su escrito-dibujo de un anciano: “Aún aprendo”.
Mientras sigo investigando, me encuentro con un detalle olvidado. Paul Newman pidió para su compañera de trabajo, Susan Sarandon, igualdad de salario. No quiero olvidar esto. Son estos detalles los que crean al cineasta. No sólo está el trabajo dentro de la pantalla. Hay un comportamiento fuera de la pantalla.
Cada película es aprendizaje para Newman. Recuerdo a mi primer Newman, quizá (no lo sé con seguridad), el de “El largo y cálido verano”. Pero mayor impresión con “El buscavidas”, la película favorita del crítico Carlos Boyero, y no lo niego. Como negar a una película tan extraordinaria, tan incontestable. Y es que Newman brilla y brilla. El esplendor de aquella estrella de antaño, que aquí observamos con nuestro pequeño telescopio.

Newman es “La leyenda del indomable”, porque apuesta que se puede comer cincuenta huevos… … ¿y el barrigón explotará? Lo veremos. Vamos, Paul, otro huevo más… Toda la rebeldía ante un sistema carcelario inhumano, opresivo, que no permite la escapatoria. Y para Paul Newman el lema es la escapatoria, huir siempre del villano. ¡Qué película! ¡Gracias, Paul! ¡Gracias por tanto!
“El polvo del tiempo lo cubre todo”, nos dice Bruno Ganz en “El polvo del tiempo” de Theo Angelopoulos. También les ha sucedido eso a las películas de Paul Newman. Pero nosotros sabemos que el cine escapa, que está ahí guardado en cajitas, en bobinas de antaño. Burlo otra vez, como el indomable, a la realidad. Volverás a caer en el olvido, me dice ella, pero yo sigo cabezota mis escapadas.
Le escribo a Rubén: “Quizá una solución al olvido es repetir a menudo el puñado de películas favoritas, o de interpretaciones favoritas… eso, o asumir el olvido”. Rubén me contesta: “Igual olvidar no es tan malo; cuando recuperas una película es como verla por vez primera”.
En mi escapatoria para escribir esto hemos visto “Veredicto final”. La película arranca con el abogado Newman jugando con una maquinola recreativa, colándose en funerales para encontrar clientes y bebiendo, bebiendo, bebiendo. ¿Está acabado? ¿Hay una oportunidad? Es difícil, no nos engañemos, salir del bar, de la derrota, del nada-tiene-sentido. El abogado tendrá su oportunidad. No la genera él. La genera un viejo amigo. Siempre los amigos. En la ilusión del cine aparece un buen amigo para echar un cable (magnífico Jack Warden). Al abogado acabado le queda su parapeto: la dignidad. Porque el dinero sólo genera putrefacción. Ya lo dijimos. ¿Caerá Paul Newman en sus redes? Es homérico su trabajo en esa película. No parece un abogado. Es un abogado. ¿Como actuar con la realidad que nos aplasta? Hay muchas respuestas, Paul Newman y su “Veredicto final” nos da una posible, una que existe. “La única respuesta posible al absurdo es la dignidad, o sea, el reto”. Así respondió Manolo Marinero.
Ya hemos visto a un Paul Newman que busca la igualdad con Susan Sarandon en el oficio que comparten. Paul Newman cocina salsas y decide con los beneficios actuar como filántropo. Con las salsas él mismo insistió en usar sus propias creaciones y una calidad que sobrepasaba con creces la de otros competidores. Con este espíritu de calidad y filantropía Newman´s Own alcanzó los 50 millones de dólares en donaciones solo una década después de su lanzamiento. Para asegurar el modelo de negocio basado en donar el 100% de los beneficios, Paul Newman fundó en 2005 la fundación homónima: la Newman´s Own Fundation. Los valores y la misión del intérprete estadounidense se preservaban gracias a esta iniciativa, el campamento Hole in the Wall Gang para niños con enfermedades graves.
Eso también es cine. Ese Paul Newman filántropo es ilusión. Ilusión fuera de la pantalla. ¿Pero hay fuera de la pantalla o es todo pantalla? ¿Es “Veredicto final” pantalla o fuera de pantalla?
En el cine, con su “Actor´s studio”, se hace que el actor experimente durante la ejecución del papel emociones semejantes a las que experimenta el personaje interpretado. Hay que asumir riesgos. Sí, asumir riesgos. Y Newman encontró el camino. Sacaría a la luz películas que de otro modo, sin su respaldo, posiblemente no surgirían. Nos fijamos entonces en tres películas. Una noche en un cine club de Televisión Española, vi “Rachel, Rachel”. Me fui a la cama con la sensación de haber visto una película maravillosa, de un cineasta grande. Pero el polvo del tiempo lo cubre todo y no sé que sucedería si volviera a verla ahora. Mi intuición, mi olfato, me dice que me gustaría tanto o más. Seguramente es una película extraordinaria. Aquella Joanne Woodward brillante, tanto como Karen Allen en otra gran película dirigida por Newman, “El zoo de cristal”.
Y quizá la mejor… “El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas”. El premio de la película es averiguar ese título de una película de sensibilidad sobre una madre y sus dos hijas. De nuevo estamos con Joanne Woodward, intentando dirigir su vida, intentando dirigir la vida de sus hijas. Lo intenta desesperadamente, pero hay un villano escondido, cruel. La película es una belleza.
¿Qué me ha interesado de la estrella Newman? Me ha interesado que sirva de estilete para atacar mi ignorancia, para darme cuenta de los infinitos caminos del cine, dentro y fuera de la pantalla. Hay que aprender poco a poco, continuamente, como decía él: “Aprendo de forma muy lenta”.
El agujero existe, pero podemos salir de él. El escritor norteamericano de “El premio” es, sorprendentemente, un premio Nobel cantamañanas, que sólo se digna viajar a Estocolmo por dinero. Y de nuevo, la gran decisión, como en “Veredicto final”: la dignidad o la putrefacción del dinero. Y si la respuesta no es la correcta, te pueden dar una gran paliza como en “Harper. Investigador privado”.

No acabemos tan serios y vámonos en este viaje con buen humor, con George Roy Hill. Me gusta especialmente la primera colaboración con Newman, en “Dos hombres y un destino”. La segunda es un laberinto ingenioso: “El golpe”. Y la tercera es directamente la risa, incluso la carcajada de “El castañazo”, el jugador-entrenador de hockey que inventa lo que sea para sacar a su equipo de la depresión.
Volveré a ver “El castañazo” y todo el cine de Newman que pueda. En este escrito no te olvido. Quizá en algún momento yo vuelva a leerme a mí mismo para aprender lentamente, para recordar la dignidad, el empeño en que la busquemos día a día. Dignidad como excelencia, realce. Dignidad en el cine de Paul Newman.
