Propongo la diferencia, esto es: el respeto a la diferencia. Aunque siempre será más importante respetar la diferencia que crear un ministerio, en vez de igualdad se podría crear el ministerio del respeto a la diferencia, que, como las palabras cuentan, sería más publicitario llamándose ministerio de la diferencia, o consejería de la diferencia o concejalía de la diferencia.
En vez de de igualdad.
De igualdad ya era una apócope. Porque la expresión larga sería de igualdad ante la ley o de igualdad en derechos y deberes. ¿O es que somos iguales en otra cosa? ¿O se llama igualdad a ser del mismo pueblo, morenos, altos, tener el mismo dinero? Yo no veo igualdad por ningún lado, ni en los hermanos gemelos o mellizos. Si acaso veo coincidencias o parecidos: unos son del mismo equipo, otros son rubios, estos son camioneros, aquellos trabajan en la universidad, hay quienes se ponen un pendiente en la oreja, quienes se rapan la cabeza, los más usan calzado, algunos van descalzos, etc. No veo más que desigualdades.
Ah, creo comprender. Se quería decir que, a pesar de no ser iguales, de ser diferentes, deberíamos ser tratados de igual manera. Se supone que de la mejor manera para todos. Porque a un ladrón se le mira con temor, incluso con rencor, y no se desea que a todos nos miren igualmente. Y no digamos en el terreno económico. ¿Nada de pequeños y medianos empresarios: todos grandes empresarios? ¿Y entre ricos y pobres? ¿Todos igualmente pobres? ¿Será todos igualmente ricos o, como mínimo, con cierto desahogo?
Vamos a decir lo que queremos decir. Queremos decir, supongo que somos mayoría, que a una persona, por ser de color negro, no se le trate peor ni mejor que a otra que sea distinta, blanca, cobriza o india. Queremos decir que a una persona, por ser mujer no se le valore por su físico o se la tenga en menos por trabajar de empleada de hogar o se le llame verdulera porque echa una parrafada en el mercado donde va a comprar con una compañera.
Queremos decir que a un niño no se le llame gafotas o cuatro ojos porque se ponga gafas para solucionar su miopía, o pato porque no corre tanto como los demás, o empollón porque se sabe siempre la lección, o vago porque anda a pájaros todos los días.
Queremos que se respete la diferencia, nuestra diferencia, mi diferencia. En el entendido de que nadie, persona, ni nada, religión, cultura, tradición, etc., puede erigirse en juez de nadie para menoscabar la libertad sacrosanta de cada persona. Solo dos limitaciones a las diferencias de cada uno: La Declaración Universal de los Derechos Humanos que, a pesar de ser promulgada en 1945 todavía hay países que no han suscrito, y el Código Penal de cada país que se base en el respeto a esa Declaración.
Desde este punto de vista convendría cambiar todas las administraciones que se llamen de igualdad en administraciones de diferencia, si no del respeto a la diferencia. Pero si consideramos que no tenemos dinero para mantener a tanto funcionario o, peor aún, a tanto empleado público, quizás sería más conveniente, sin dejar de respetar la diferencia de cada persona, suprimir los actuales ministerios, consejerías y concejalías de igualdad. Asumir que somos diferentes no necesita ninguna administración. Respetar la diferencia es cosa de una buena educación: en casa, en la escuela, en la calle… en todas las manifestaciones culturales.
Y si los políticos quieren granjearse la simpatía, el voto, de la ciudadanía, con no gastar más de lo que se ingresa ya caen bien. En un exceso de prodigalidad y propaganda no estaría mal que dieran algunos euros, digamos 400 €, a las amas de casa, aunque algunas sean diferentes y sean hombres, por empezar a reconocer y acercarse a un pago justo, el trabajo necesario y fundamental que tales empleados llevan a cabo.
No lo verán nuestros ojos. La pantalla de igualdad que los hábiles ponen delante nos hace seguir viviendo en la creencia de que un día seremos felices si todos llevamos un pijama de rayas.
