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Diez años, 500 puertas abiertas

por Redacción
26 de noviembre de 2012
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Si alguien piensa en un lugar donde poder alejarse de la droga, la cárcel no estará entre las primeras opciones, teniendo en cuenta que un alto porcentaje de los delitos que llevan a prisión a la gran mayoría de los reclusos tienen que ver con su tráfico o su consumo. Hace diez años, los profesionales del Centro Penitenciario de Segovia y la oenegé Fundación Padre Garralda-Horizontes Abiertos realizaron una arriesgada apuesta para invertir esta tendencia dedicando todo un módulo de la cárcel a la atención a los reclusos toxicómanos en el que los internos pueden aprender habilidades sociales que les permitan tomar un nuevo rumbo lejos de las drogas.

El Módulo 2 es desde hace una década referencia obligada en el trabajo penitenciario a nivel nacional, por el que han pasado ya más de medio millar de reclusos a los que se les ha dado las herramientas necesarias para poder buscar la luz al final del túnel en el que se encontraba su propia existencia.

Jesús Hernández, educador del Centro Penitenciario y Milagros Sáez, coordinadora del «Proyecto Loyola» de Horizontes Abiertos son los artífices de la buena marcha de esta iniciativa que ellos mismos vieron «partir de cero» a principios de 2002. «Desde el primer momento, en las prisiones ha sido una necesidad histórica trabajar con las personas drogodependientes, y en Segovia hemos contado con programas y proyectos desde 1991, cuando nos incorporamos al Grupo de Atención a Drogodependencias (GAD), donde no sólo los profesionales penitenciarios trabajábamos en esta materia, sino que se abrieron las puertas a las oenegés, cuya labor ha sido siempre fundamental», explicó Hernández.

La llegada de Horizontes Abiertos y el empuje decidido de su fundador, el padre Jaime Garralda trajo a Segovia la oportunidad de poner a prueba un proyecto terapéutico inscrito en el propio corazón del centro penitenciario, con el objetivo de salir de «la otra cárcel» que es la droga. Milagros Sáez recuerda los inicios de la puesta en marcha del proyecto donde «tuvimos que hacer de todo, desde pintar las paredes, decorar los salones conjuntos y acondicionar este entorno para dotarle de un ambiente en el que los reclusos pudieran sentir como algo propio».

Hernández y Sáez coinciden en que el éxito del programa radica en que todas las acciones terapéuticas se dirigen a la persona, y no a su situación procesal. En este sentido, aseguran que el Proyecto Loyola «trata de ofrecer las herramientas básicas a los reclusos toxicómanos para que sean ellos mismos quienes decidan, ya que ellos son quienes tienen la llave para poder salir de esta situación y reintegrarse en la sociedad en las mejores condiciones.

El único compromiso que adquieren los internos que acceden a este programa es un «contrato terapéutico» por el que se comprometen de forma voluntaria a no consumir drogas durante el tiempo de permanencia en el programa, y que es verificado periódicamente a través de controles analíticos.

A lo largo de estos diez años, el programa ha tenido «luces y sombras», ya que cualquier abandono del programa genera en los profesionales y voluntarios del centro un sentimiento de «frustración», aunque también espolean su voluntad de seguir trabajando para encontrar «la forma de llegar mejor a los reclusos», aseguró Hernández. En el lado positivo, las salidas terapéuticas, los encuentros literarios y culturales y el Camino de Santiago como iniciativa estrella, suponen hitos en el proceso que lleva a los reclusos a alcanzar el objetivo final de una vida sin

drogas.

Marco y Antonio llevan casi nueve meses de trabajo en el programa, al que llegaron desde distintas realidades y situaciones personales, y aseguran que el Programa Loyola les ha permitido contar con una nueva oportunidad, quizá la última, para reconducir sus vidas.

Antonio asegura que el proyecto «tiene mucho de superación personal, ya que pone en nuestras manos la decisión de seguir o abandonar pero siempre con argumentos a favor o en contra que ayudan por una determinada opción». Por su parte, Marco destacó la implicación de las familias en todo este largo recorrido, ya que el programa organiza encuentros anuales en los que internos y familiares comparten el mismo entorno durante un día.

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